POEMAS
WALT WHITMAN
POEMAS
Versión de Armando Vasseur
F. Sempere y compañía, Editores
VALENCIA
Esta Casa Editorial obtuvo Diploma de Honor y Medalla de Oro en la Exposición Regional de Valencia de 1909 y Gran Premio de Honor en la Internacional de Buenos Aires de 1910.
Imp. de la Casa Editorial F. Sempere y Comp.a—Valencia
A MI HIJO HELIOS
Armando Vasseur
Walt Whitman
Los poemas cuya adaptación castellana ofrezco a mis lectores fueron escritos entre los años
1854-1888. La primera edición de las Hojas de hierba, en modesto in octavo, no pasaba
de cien páginas. El mismo Whitman, en su condición de antiguo tipógrafo,
compuso su propia obra1.
El poeta, que naciera en Long Island—isla sítuada
frente a Nueva York—el 31 de Mayo de 1819, tenía entonces treinta y cinco años.
Estimulado
por los ensayos de Émerson, había soñado muchas veces en una forma
lírica—capaz de descender a los más nimios detalles cotidianos y de remontarse a todas
las plentitudes espirituales—, sin caer en la prosa ni en la poética tradicionales.
Era un anhelo
análogo al que describe Baudelaire en el prólogo de sus Poemas de prosa. La
diferencia radica en los distintos temperamentos con que uno y otro tentaron su realización.
Cláusulas de ritmo clásico, y sobria adjetivación en el francés; frases grandilocuentes,
redundantes y bárbaras en el americano.
Dicha forma no parecía tener más precedentes que
ciertas jaculatorias de misales, algunas páginas aisladas de Chateaubriand, las sentencias de Kempis, los
axiomas de los grandes
Leaves of
Grass (Nueva York), Broklin 1855.
pensadores franceses—Pascal y La Rochefoucauld—,
rápidos y musicales como versos, y sobre todo, los versículos de la Biblia, y de los fragmentos de
himnos órificos y védicos 1, tal como circulan en las traducciones de los idiomas modernos.
La
«gran Idea» que Whitman se había forjado acerca de cómo debía ser
el cantor de la democracia, no podía ser proyectada sobre las generaciones del nuevo mundo, después de
deformarse a lo largo de las estrechísimas
cañerías poéticas en boga.
Había que comenzar por romper los moldes de la
métrica medioeval. Había que revolucionar el antiguo régimen de
las retóricas, a fin de dar al intelecto americano la libertad de creación y de expresión,
como otros le habían dado ya la libertad política y civil.
Para lograrlo era menester
renunciar a la tradición poética europea; hacer tablarrasa de sus temas y de sus musiquillas
verbales; volver a lo más antiguo, a lanzarse en lo desconocido...
Walt Whitman, guiado por
su extraordinario instinto poética remontó a las fuentes mismas de los grandes Evangelios, verdaderas
canciones de cuna de las razas.
«El bardo de la democracia», según él se consideraba, no
era un poeta más. Debía ser el evangelista del Continente en formación,
creador de valores nuevos, héroe, profeta y compañero de los hombres. Guía de los guías,
consolador de los afligidos, pánico de los despotas, maravilla de los niños, encanto de los jóvenes,
amigo de las esposas, consejero de los padres, glorificador de la vida y de la muerte.
Para él, vivir no
es conservarse, según entendía Schopenhauer, ni defenderse para no perecer, como postula Darwin. Vivir es
desarrollarseñno a expensas de los demás y de sí—como diría Nietzsche un cuarto de siglo después, sino de
Algunos poemas de W. Whitman parecen escritos por la misma mano que grabara El Bhaghavat Glizta. En otros se manifiesta como una reencarnación de Kalidassa.
sí. Y ya que la vida individual arraiga en un
substrátum egolátrico tanto más absorbente cuanto más imperiosa es la personalidad—hacer
de suerte que el altruísmo—, ilumina sus más sórdidas profundidades.
Walt Whitman
llevaba en sí el afán de vida y de amor que Wágner encarnó en Sigfrido. Su genio floreció
en plena juventud el grano de sabiduría que Fausto
cosechara en la vejez: amar la vida sobre las imágenes de ella que se marchitan entre las hojas de los
libros.
Preferir la sonrisa de la hija del guardián a los tesoros ocultos en los sótanos
bancarios.
Proyectar de sí formidables amaneceres de soles para regocijo de las humanidades presentes y
futuras.
Después de haber estudiado a los más grandes maestros de las edades, anhelar que
ellos pudieran venir a su vez a estudiarle. Manifestarse en todo como un Dios.
Acertar con la forma literaria adecuada al tono y a los múltiples sentidos de su «buena
nueva» era empresa antes la cual empalidecían todas las Hércules.
Cuarenta años transcurrieron, densos, eléctricos, antes que Whitman moldeara definitivamente
las intuiciones torrenciales y con frecuencia contradictorias de su genio.
Cuarenta años de luchas con
el verbo y el ritmo, de variantes y de refundiciones incesantes.
Diez ediciones de las Hojas de hierba vieron la luz en vida de Whitman. Á cada
nueva edición el libro crecía, se transformaba, tornábase de más en más monumental.
Pero siempre era el mismo libro.
La idea niveladora, el amor por los hombres comunes,
el ennoblecimiento de todas las variedades del profanum vulgus, la pasión de la
Naturaleza y de la libertad humana, el cultoreligioso del trabajo manual, estallando en
himnos a todos los oficios, la apoteosis del sensualismo fecundo y de la belleza física, centellean en
sus poemas como la espada del Arcángel a la entrada del Paraíso perdido de
Milton.
La música sinfónica que solivanta sus versículos es comparable a la de los
más potentes acordes de Wágner.
Ciertos pasajes de algunos de sus cantos sobrepujan en brío y
en trascendencia a los más próceres de todos los timepos. Sólo Nietzsche en el poema de
Los siete sellos alcanza la altura y el vuelo líricos del yanqui.
Á pesar de
su silencio al respecto, más de una vez he creído reconocer simientes de las Hojas de
hierba reverdeciendo en las faldas de la montaña de Zaratustra.
Los poemas de Walt Whitman eran
conocidos en Alemania antes de 1868. El poeta Freiligrath había ya publicado un estudio acerca del aeda
democrático en la Allgemeinen Zeitung.
Nietzsche por esos días se hallaba en Léipzig. Aun no había sido nombrado profesor de
filología en Bale (1869). Su primera obra,
El origen de la tragedia, aprareció en 1872; la Gaya Ciencia, en
1882; Aurora en 1886; y la primera parte del Zaratustrala
escribió en 1883. Las cuatro partes conocidas de dicha epopeya aparecieron de 1883 a 1886.
Según el plan de Nietzsche inserto en la
edición de sus Obras póstumas (t. XII), el Zaratustra
debía constar de seis partes. El capítulo final de la sexta parte corta del modo más completo el
viejo nudo de sus contradicciones.
En él, Zaratustra anuncia a los hombres congregados a su
alrededor que la lucha de clases ha concluído, lo propio que la moral de los dominadores. Afirma que en ese
plano de la evolución, la especie humana tiene una sola tabla y un solo ideal. Tras reiterar su esperanza en la aparición del Superhombre, proclama su nueva fe: que la vida volverá a comenzar1. En seguida les pregunta: ¿Queréis todo eso una vez
Es la famosa idea del Retorno que Nietzsche creía haber sido el primero en imaginar (1881). Antes que él, Kievldeergaard había escrito: El que desea recomenzar, ese es un hombre. W. Whitman, veinte años antes, repite la misma idea, con leves variantes, en distintos poemas.
más? Todos contestan: ¡Sí!
Y Zaratustra muere de alegría. En este extraño desenlace parécese percibir más la influencia del numen democrático de Whitman, que la del gran Fichte, de Hölderlin y de Émerson, autores predilectos de su juventud.
El cosmos yanqui era, en su vida y en su naturaleza, lo que el poeta germano
había soñado ser: la fuerza y la dulzura, la belleza y el desinterés.
Walt Whitman ejerció de enfermero voluntario durante la guerra de Secesión. En los hospitales de Wáshington contrajo la enfermedad que minando su organismo titánico degen eró en treinta años de parálisis.
Nietzche fué también enfermero durante la guerra francoprusiana (1870-71).
Á las emociones de esa época y al abuso ulterior de cloral se atribuye la demencia que idiotizó
sus últimos años.
Ambos son, a mi juicio, los líricos máximos del siglo pasado. El alemán, con las limitaciones
que le imponía sus criticismo filosófico y las complejidades de su gran cultura clásica. El yanqui
con los deslumbramientos de su trascendentalismo religioso y las ingenuidades de su augusta autodidaccia.
Aquél,concentrado y explosivo, a semejanza de los inflamables de los arsenales prusianos; éste,
desbordante y por momentos monótono, como las cataratas de su patria.
Á su lado, Hugo, Leconte de Lisle, Swimburne, Carducci, Junqueiro, Rapisardi, parecen poetas regionales.
Poetas, en el sentido más convencional y europeo de la palabra.
La influencia de W. Whitman es ya universal. Traducidas al italiano, al alemán, al francés,
al castellano, sus imágenes y sus cópulas de adjetivos conservan el relieve
primitivo. El verslirismo moderno es uno de los tantos efectos de su obra.
Mætterlinck y Verhaeren en Bélgica; Rapisardi; D'Annunzio, los «futuristas» en Italia;
Laforgue, Viele Griffin y los «poetas sociales» en Francia; Miers, Rossetti, Carpenter, en Inglaterra;
Unamuno, y quizá Alomar, en España; Darío y Lugones en América, le deben diversas y profundas
sugestiones.
Yo podía haber seguido silenciosamente tan ílustres ejemplos sin exponerme a pasar por
tradittore...
Me ha parecido más original correr este último albur...
¿Qué importa el individuo si quien guía es espíritu?
Canta el poeta.
¡Bendita sea la tempestad de su arte, si logra airear la atmósfera literaria hispanoamericana,
tan recargada de emanaciones gallináceas!
A. VASSEUR.
San Sebastián, Febrero 1912.
Detrás de todo Adiós se oculta, en gran parte, el saludo de
un Comienzo nuevo.
Para mí, el Desarrollo, la Continuidad, la Inmortalidad, la Transformación
constituyen los temas y las significaciones capitales de la Naturaleza y de la Humanidad.
Walt Whitman.
POEMAS
En el mar, sobre las naves
En el mar, sobre naves alveoladas de camarotes,
El azul sin límites se extiende por doquiera,
Con los vientos que silban y la música de las ondas, de las
grandes imperiosas ondas;
O bien, en alguna barca solitaria, llevada sobre el denso
mar,
O gozoso y lleno de fe, desplegando sus blancas velas,
En el barco que hiende el éter entre la espuma relampa-
gueante del día, o de noche, bajo las innumerables estrellas,Quizá será leído por marineros jóvenes o viejos, como un
recuerdo de la tierra,En plena concordancia con mi fin.
«He aquí nuestros pensamientos, los pensamientos de los
que navegan,
No es sólo la tierra, la tierra firme la que aparece,
En este libro—podrán decir entonces—
También se extiende y arquea la cúpula del cielo; senti-
mos el ondulante puente debajo de nuestros pies,
Sentimos la larga pulsación, en movimiento eterno del re-
flujo y de la ola,
Los acentos de misterio invisible, las vegas y vastas su-
gestiones del mundo oceánico, las sílabas líquidas que se
derraman,
El olor, el ligero crujimiento del cordaje, el melancólico
ritmo,
La perspectiva ilimitada, el horizonte fosco y lejano están
aquí
En este poema del Océano.»
No titubees, pues, ¡oh libro! cumple tu destino,
Tú que no eres sólo un recuerdo de la tierra;
Tú que también eres como una barca solitaria, hendiendo
el espacio, hacia un fin que ignoro, y no obstante llena de fe.
Navega tú también en conserva, con cada navio que na-
vega,
Llévales mis cariños (para vosotros, queridos marineros, los
he encerrado en cada una de estas hojas);
¡Marcha bien, libro mío! Despliega tus blancas velas, mi
pequeña barca, sobre las ondas imperiosas,
Prosigue tu cántico y tu marcha, lleva de mi parte,
Sobre el gran azul ilimitado de los mares,
Este canto, para todos los marineros, y para todas sus
naves.
Á una locomotora
¡Tú serás el motivo de mi canto!
¡Tú, tal como te presentas en este instante, entre las borras-
ca que avanza, la nieve que cae el día de invierno que de-
clina,Tú, con tu armadura, tu doble y cadenciosa palpitación y
tu convulsivo latir;Tu cuerpo negro y cilíndrico, tus cobres brillantes como el
oro, tu acero límpido como plata;
Tus pesadas barras laterales, tus bielas paralelas, cuyo
vaivén anima tus flancos a
modo de lanzaderas;
Tu jadeo y tu gruñir rítmicos, que ora se agrandan, ora
decrecen a la distancia;Tu gran reflector fijando en medio de tu negro frontal;
Tus oriflamas de vapor que flotan, largas y pálidas, ligera-
mente purpuradas;Las densas nubes negras que vomita tu chiminea;
Tu osatura bien ligada, tus resortes y tus válvulas, el vér-
tigo de tus ruedas temblorosas;
La procesión de vagones que te sigue obediente,
A través de la tempestad o de la calma, ora rápidas, ora
lentas, corriendo sin desfallecer.
Tipo del mundo moderno—emblema del movimiento y de
la potencia—pulso de continente;
Ven a secundar a la musa, a amalgamarte en esta es-
trofa, tal como ahora te contemplo,
Con la borrasca y las ráfagas que tratan de rechazarte y
la nieve que cae;
Con la campana que haces resonar para advertir tu paso
durante el día,
Y por la noche, con las mudas linternas en tu frente osci-
lante.
¡Belleza de voz feroz!
Rueda a través de mi canto con toda tu música salvaje,
Con tus linternas oscilantes en la noche,
Con la risotada de tus locos silbatos que retumban desper-
tándolo
todo a semejanza de temblores de tierra;
Nada más completa que la ley que te rige, ni más recta (a
pesar de sus curvas) que la vía que sigues:
(La bonachona dulzura no es para ti, ni el lloriqueo de las
arpas, ni las tonterías de los pianos),
Tus trinos de penetrantes gritos, las rocas y las colinas te
los devuelven,
Los lanzas más allá de las vastas praderas a través de los
lagos.¡Hacia los cielos libres, desenfrenados, gozosos y fuertes!
Chispas emergidas de la rueda
En este barrio de la ciudad donde la multitud circula todo
el día
Me aproximo a un grupo de chicuelos que, apartado un
tanto del tráfico, miran algo que rodean.
Contra el borde de la acera, donde terminan las losas
Un afilador, con un cuchillo entre las manos,
Inclinando sobre la piedra, afirma atentamente el acero
contra ella, en tanto como el pie y la rodilla
La hace girar rápidamente, con un movimiento igual,
Mientras se desprenden, en abundante lluvia de oro,
Las chispas que emergen de la rueda.
¡Cómo me cautiva y me conmueve esta escena con todos los
detalles que la componen!
El viejo afilador de faz triste y menton anguloso, con su
ropa usada y su largo delantal de cuero,Yo mismo, con mis efluvios y mi fluidez, fantasma que
flota extrañamente, en este instante, detenido y absorto,El grupo (un punto perdido en el vasto maremágnum que
circula),Los chicuelos atentos y recogidos, el sordo rumor altanero,
persistente de la calle,El ronco y sofocado chirriar de la piedra que gira, la hoja
de acero, ligeramente apoyada,Esparciendo, proyectando a ambos lados, en minúsculas
cascadas de oro,Los relámpagos que emergen de la rueda.
Desbordante de vida, ahora
Desbordante de vida, ahora, densa y visible,
en el año cuarenta y uno de mi existencia, en el año
ochenta y tres de estos Estados,A alguien, que vivirá dentro de un siglo, en cualquier nú-
mero de siglos,A vos, que aun no habéis nacido, dedico estos cantos es-
forzándome por alcanzaros
Cuando leáis esto, yo que ahora soy visible me habré tor-
nado invisible;Entonces seréis vos, denso y visible, quien se dará cuenta
de mis poemas, quien se esforzará en alcanzarme,Imaginándoos cuán feliz serías si me fuera dado estar á
vuestra era, y convertirme en vuestro camarada;Que sea, pues, como si estuviera a vuestro lado. (No creáis
demasiado que no estaré entonces a vuestro lado.)
Canto de la vía pública
A pie, con el corazón ligero, huello a la vía pública;
Franco y salubre el mundo se dilata ante mi;
El largo camino de tierra bruna que diviso, se extienda
hasta donde me plazca ir.
En adelante no esperaré más la suerte; yo mismo seré la
suerte.
En adelante, no lloriquearé más, no tendré más necesidad
de nada.
Estoy harto de las dolencias que huelen a cuartos cerra-
dos, de bibliotecas y de críticas fastidiosas;
Alegre y fuerte recorro la vía pública.
La tierra, y basta.
No deseo que las constelaciones estén más próximas.
Sé que están muy bien allá donde están,
Sé que ellas bastan a aquellos a quienes pertenecen.
(También por aquí llevo conmigo mi antigua y venturosa
carga.
Sí; llevo los hombres y las mujeres, los llevo conmigo don-
dequiera que vaya.Juro que no me es posible abandonarlos.
Estoy lleno de ellos y quiero saturarlo a mi vez.)
Tú, vía por la que me encamino, paseando las miradas á
mi alrededor, no creo que seas lo único que hay por aquí:
Creo que aquí existen igualmente muchas cosas invisibles.
He aquí la lección profunda de la aceptación, sin preferen-
cias ni repulsas,
Los negros de cabezas lanudas, los criminales, los enfer-
mos, los incultos uo son rechazados;
La mujer que alumbra, la corrida en busca del médico, el
mendigo que anda, el ebrio que titubea, el grupo de obreros
con sus carcajadas;
El adolescente que escapa, el carruaje del ricacho, el dan-
dy, la pareja prófuga,
El hombre matinal que anda por los mercados, el carro fú-
nebre, la mudanza del que se ausenta para la ciudad, la parti-
da de la ciudad;Todo eso pasa, y yo también paso indistintamente;
Nada puede ser prohibido,Todo es aceptado, todo me es simpático y agradable.
¡Tú, aire que me brindas al aliento para hablar!
¡Vosotros, objetos que pecáis del estado difuso y dais for-
ma a cuanto quiero decir!
¡Tú, luz que me envuelves a mí y a lo demás, en tus deli-
cadas ondas iguales para cada cual!¡Vosotros, senderos trazados por los pasos en los altibajos
irregulares al borde de las rutas!Creo que estáis penetrados de invisibles existencias.(¡Me sois tan queridos!)¡Vosotras, embaldosadas avenidas de las ciudades! ¡¡Vos-
otros, sólidos bordes de las aceras!¡Vosotros, bancos! ¡Vosotras, estacas y maderas de los
muelles!
¡Vosotras, urnas guarnecidas de madera en las que se en-
cajan las chatas fluviales! ¡Vosotros, naves a lo lejos!¡Vosotras, hileras de casas! ¡Vosotras, fachadas
sembradas de ventanas!¡Vosotros, pórticos y puertas! ¡Vosotros, techos y enre-
jados!¡Vosotras, ventanas cuyos vidrios transparentes dejarían
ver tantas cosas!
¡Vosotras, piedras grises de las calzadas interminables!
¡Vosotras, pisoteadas encrucijadas!De cuantos os han hollado creo que algo habéis conserva-
do en vosotros, y ahora querréis comunicármelo en secreto;Con vivos y con muertos habéis poblado vuestra impasible
superficie; los espíritus de unos y de otros ahora quierrían ma-
nifestarme su presencia y amistad.A la derecha y a la izquierda se extiende la
tierra
El cuadro es viviente, cada una de sus partes se muestra
en la mas clara luz.
Dócilmente la música suena allí donde se la llama, y calla
donde no;Gozosa es la voz de la ruta común, fresco y alegre es el
sentimiento de la ruta.
¡Oh gran ruta que recorro! ¿eres tú quien me dice: No me
abandones?
Dices: No te inquietes.¡Si me dejas te perderás!Dices: ¡Ya estoy pronta,Me siento hollada por todos y nadie me contesta; fíate
en mí!
¡Oh vía pública!—te contesto—; no tengo miedo de abando-
narte, y sin embargo te amo.Me manifiestas mejor de lo que yo mismo puedo manifes-
tarme;Serás para mí más que mi poema.
Pienso que todas las acciones heriocas fueron concebidas
en pleno aire, lo propio que todos los libres poemas.Pienso que yo mismo podría detenerme y realizar mi-
lagros.Pienso que amaré todo lo que encuentre por la ruta, y que
cualesquiera que me mire me amará.Pienso que cuantos veo deben ser forzosamente felices.
A partir de ahora me liberto de los límites y de las reglas
imaginarias.Iré donde me plazca, seré mi señor total y absoluto.Escucharé a los otros, examinaré atentamente lo que
dicen.Me detendré, escrutaré, aceptaré, meditaréY suavemente, con una irresistible voluntad, me sustraeré
á los compromisos que quisieran detenerme.
Aspiro grandes bocanadas de espacio,El Este y el Oesto son míos, el Norte y el Sur son míos.
Soy más grande y mejor de lo que había imaginado,No sabía que atesorara en mi tantas buenas cosas.
Todo me parece admirable,Puedo repetir sin cesar a los hombres y a las mujeres:Me habéis hecho tanto bien, que querría devolveros otro
tanto;Quiero absorber fuerzas nuevas a lo largo de la ruta para
mí y para vosotros,Quiero, a lo largo de mi ruta, dar lo mejor de mi a las mu-
jeres y a los hombres.
Quiero esparcir entre ellos una nueva felicidad y una ru-
deza nueva;Si alguien me rechaza, no por ellos me turbaré;Quienquiera que me acepte, ese o esa, será bendito y me
bendecirá.
Si ahora se presentaran un millar de hombres perfectos,
eso no me sorprendería.
Si ahora se presentaran un millar de mujeres de cuerpo
admirable, eso no me asombraría.
Porque ahora descubro el secreto que preside la formación
de individuos superiores.
Es desarrollarse en pleno aire, comer y dormir en com-
pañía
de la tierra.
Aquí hay sitio para la manifestación de un gran perso-
nalidad.(Semejante destino se apodera del corazón de toda la raza
de los hombres.)
La fuerza y la voluntad que difunde, sumergen las leyes,
rechazan las autoridades y los argumentos coligados contra
ella.)
Aquí se pone a prueba la sabiduría.
La sabiduría no se pone a prueba en las escuelas.
La sabiduría no puede ser transmitida por el que la posee
al que no la posee.La sabiduría es del resorte del alma, no es susceptible de
prueba, ella misma es su propia prueba.
Se aplica a todos los grados, objetos, cualidades, y perma-
nece satisfecha,Es la certidumbre de la realidad y de la inmortalidad de
las cosas, es la excelencia de las cosas;Hay algo en el móvil espectáculo del mundo que la hace
emerger del alma.
Ahora analizo las filosofías y las religiones:Pueden parecer muy buenas en las salas de conferencias,Y sin embargo, no significar nada bajo las vastas nubes,
frente al paisaje y a las aguas corrientes.Aquí es donde nos damos cuenta;Aquí es donde el hombre siente sus concordancias,Comprende lo que en sí encierra;El pasado, el futuro, la majestad, el amor.Si eso suena a hueco en vosotros, es porque vosotros es-
táis vacíos de ello.
Lo único que nutre es la simiente oculta en el corazón de
cada objeto.
¿Dónde está el que arrancará la suya para vosotros y
para mí?
¿Dónde está el que desenvolverá la estratagemas y deshará
las envolturas para vosotros y para mí?
Aquí es donde los afectos se manifiestan; no son prepara-
dos de antemano; sobrevienen de improviso.
¿Sabéis lo que es ser amados, por extranjeros, cuando
pasáis?
¿Conocéis la elocuencia de las pupilas que se vuelven para
miraros?
Aquí se expande el alma.
La expansión del alma emana de lo interno, a través de
portales enguirnaldados de follajes provocando incesantes
cuestiones.
¿Por qué estos ímpetus? ¿Por qué estos pensamientos en
las tinieblas?
¿Por qué existen hombres y mujeres hechos de tal suerte
que cuando se hallan a mi lado el sol dilata mi sangre?
¿Por qué cuando me abandonan, mis llamas de alegría de-
clinan blandas y chatas?
¿Por qué hay árboles debajo de los cuales nunca me paseo
sin que amplios y melodiosos pensamientos desciendan so-
bre mi?
(Estoy por creer que quedan suspendidos de esos árboles
invierno y verano, y dejan caer siempre sus frutos cuando yo
paso.)
¿Qué es, pues, lo que intercambio tan repentinamente con
los extranjeros?
¿Con ese cochero, cuando me siento a su lado en el pes-
cante?¿Con ese pescador que arroja su anzuelo o su red en la
ribera, cuando pasando a su lado me detengo a contemplarle?
¿Qué es lo que hace que me sienta libremente abierto a la
simpatía de un hombre o de una mujer?
¿Qué es lo que hace que estén libremente abiertos a mi
simpatía?
La expansión del alma es la felicidad; aquí está la feli-
cidad.
Creo que llena el aire, que permanece en perpetua espera,
En este momento fluye en nosotros, ya rebosamos de ella.
Aquí se expande el imperio fluido de la simpatía.
El fluido carácter de la simpatía que crea la franqueza y la
suavidad del hombre y de la mujer.
(Las hierbas manatiales no germinan más frescas ni más
suaves cada día, desde el fondo de sus raíces, que la frescura
y la suavidad con que ella surge por sí, continuamente.)
Presto los fluidos de la simpatía hacen trasudar de amor á
los jóvenes y a los viejos,
Hace filtrar gota a gota este encanto que se ríe de la belle-
za y de los talentos.
Suscita el deseo trémulo y doloroso del contacto.
¡Vamos! Quienquiera que seáis, ¡en marcha conmigo!
Viajando a mi lado encontraréis lo que nunca fatiga.
La tierra, jamás fatiga. La tierra es ruda, taciturna, in-
comprensible al principio.
La Naturaleza es ruda e incomprensible al principio;
No os descorazonéis; continuad. Las cosas divinas siem-
pre yacen ocultas.
Yo os juro que las cosas divinas ocultas en su seno, son
más bellas que lo pueden decirlo las palabras.
¡Vamos! No debemos hacer alto aquí,
¡Por más gratas que sean las reservas aquí acumuladas, por
más deleitosa que sea esta residencia, no podemos quedarnos;
Por resguardado que sea este puerto, por más calmosas
que parezcan sus aguas, no debemos echar el ancia aquí;
Por halagüeña que fuere la hospitalidad que nos brinden,
no podemos aceptarla más que de paso.
¡Vamos! Grandes serán las tentaciones,
Pero más grandes deberán ser los móviles que nos esti-
mulen.
Navegaremos mares inhollados y salvajes.
Iremos donde soplen los vientos, donde se estrellen furio-
samente las ondas, y el velero del yanqui vuele con todas
sus velas desplegadas.
¡Vamos! Con potencia y con libertad, con la tierra y con
los elementos.
Con salud, con osadía, con entusiasmo, con orgullo y con
curiosidad;
¡Vamos! ¡Saltemos por encima de las fórmulas, clérigos materialistas
de ojos de murciélagos.El cadáver putrefacto obstruye el paso;
No esperemos más para sepultarlo.
¡Vamos! ¡Más oídme antes!
El que viaja conmigo ha menester una sangre óptima,
gallardía y perseverancia.
Nadie ose acompañarme en la prueba si no posee coraje y
salud,
No se arriesguen los que han gastado lo mejor de sí;
Sólo pueden venir los que poseen un cuerpo puro y re-
suelto.
Los enfermos, los alcohólicos, los podridos por el mal ve-
néreo
no serán de los nuestros.
¡Yo y mis iguales no convencemos con argumentos, con
comparaciones ni con estrofas rimadas.
Convencemos con nuestra presencia!
¡Escuchad! Quiero ser sincero con vosotros;
No os ofrezco los fáciles premios del pasado, os brindo los
rudos premios del presente,
Los días que viviréis serán así:
No acumularéis lo que se llama riqueza,
Dispersaréis con mano pródiga cuando ganéis con vuestro
sudor o vuestros méritos,
Apenas llegados a la ciudad, a la tierra prometida, apenas
instalados en una y otra a vuestro agrado, un ímpetu irresis-
tible os esforzará a abandonarlas.
Entonces, y siempre, oiréis las risas sarcásticas y las san-
grientas burlas de los sedentarios y de los que queden detrás;
Si notáis algunos gestos de cariño, sólo contestaréis con
apasionados besos de adiós.
¡No permitiréis que os retengan algun os abran y tien-
dan los brazos con amor!
¡Vamos! ¡Junto con los grandes compañeros, para conver-
tirnos en uno de ellos!
También ellos siguen la ruta,
Los hombres, esbeltos y admirables; las hembras, majes-
tuosas,
Que aman los mares tranquilos lo mismo que las olas tem-
pestuosas,
Que han navegado sobre tantas naves, y recorrido tan-
tas leguas de tierra firme,
Los viajeros de remotos países, los frecuentadores de leja-
nísimas
moradas,Que confían en los hombres y en las muejres, observan las
ciudades, y los laboriosos solitarios,
Los que se detienen a contemplar las hierbas silvestres,
las flores, y las conchas playeras,
Los que bailan en las bodas, abrazan a la desposada, acari-
cian tiernamente a los niños, y por momentos hacen de ayos,
Los soldados de la rebelión, los contempladores de las
fosas recién abiertas, los que ayudan a bajar la ataúd;
Que viajan durante estaciones y años consecutivos,
Estos curiosos amigos, cada uno de los cuales emerge del
que le ha precedido,
Andando, con los diversos aspectos de ellos mismos, como
con otros tantos compañeros,
Andando, desde el fondo de su primera edad latente, é
inconsciente,
Andando, con su juventud, con su virilidad barbuda é
impertérrita.
Andando, con su femenilidad, amplia, insuperada, feliz,
Andando, con su vejez sublima de hombre o de mujer,
Veréz calmosa, dilatada, llena de la augusta majestad del
universo,
Vejez que avanza libremente como soliviantada por la de-
liciosa y próxima libertad de la muerte.
¡Vamos! Hacia lo que no tiene fin, ni tuvo principio,
A sufrir lo indecible en la laxitud de los días y en el repo-
so de las noches,A anegarlo todo en la ruta que engloba los contrastes y
los obstáculos, en los días y en las noches del viajar,
A resumirlos en cada nueva etapa, en partidas para más
grandes viajes,
A no ver ni saber de cosa alguna que podáis alcanzar y
ultrapasar,
A no concebir tiempo, por lejano que sea, que no os sea
dado vivir y preterizar,
A no alzar ni bajar nuestras miradas sobre ruta alguna
que no se extienda para que la holléis,
Que por larga que sea no se extienda para que la finalicéis,
A no ver existencia, sea la de Dios o de quienquiera, que
vosotros no podáis realizar,
A no contemplar posesión que no podáis poseer, a disfru-
tar de todo sin trabajo ni compra, gozando de la fiesta sin
sustraer un adarme de ella,
A elegir lo mejor de la granja del colono, de la elegante
villa del rico, de las castas alegrías de los desposados, de las
frutas de los vergeles, de las flores de los jardines,
A llevar con vosotros las multitudes de las ciudades que
atravesaréis,
Los edificios, las calles, los monumentos, las ruinas,
A asir el espíritu de los hombres en el fondo de sus cere-
bros, a medida que os crucéis con ellos, y los cariños en el
fondo de su corazón,
A llevaros vuestros amigos a lo largo de la ruta, a pesar de
que ellos permanezcan estacionarios donde los halléis,
A considerar el universo mismo com
o una ruta, una uni-
versidad de rutas, de rutas para las almas migradoras.
El origen de todo arranca del viaje de las almas:
Todas las religiones, todas las cosas sujetas a la pesantez y
á la gravitación, las artes y los gobiernos,
Todo lo que fué y es, en este globo o en cualquiera otro
globo,Se oculta en escondrijos y en rincones, ante la procesión
de las almas desfilando por las grandes rutas del universo
Todos los demás viajes y progresos no son sino el emblema
y la contraseña del viaje de las almas por las grandes rutas
del universo.
¡Siempre vivos! ¡Adelante siempre!
Graves, orgullosos, melancólicos, escarnecidos, locos, tur-
bulentos, débiles, descontentos,
Desesperados, altivos, amorosos, enfermos, aceptados y
rechazados por los hombres,
¡Todos van! ¡Van! ¡Yo sé que van; lo que ignoro es dón-
de van!
¡Sé que van hacia lo mejor!
¡Hacia algo grande!
¡Quienquiera que seáis, salid fuera!
¡Hombre o mujer, avanzad!
No debéis quedaros a dormir o a tontear en casa, aunque
la hayáis construído con vuestras manos, o la hubieran cons-
truído
para vos.
¡Salid de los umbrosos retiros! ¡Salid de entre los corti-
najes!
Es inútil que protestéis, lo sé todo, y os lo manifiesto.
Mirad dentro de vosotros los estragos del reposo:
A través de las risas, de las danzas, de las comidas y de
las cenas populares
Debajo de los trajes, de los ornamentos, de las caras lava-
das y teñidas.
Mirad, silenciosos, ocultos, el disgusto y la desesperación
Ni marido, ni mujer, ni amigo, son bastante seguros para
escuchar la confesión;
Un otro yo, un doble de cada cual es el que, a pasos furti-
vos, ocultando y disimulando su ser,
Anda amorfo y sin voz por las calles de las ciudades, cor-
tés
y dulzón en los salones,
En los vagones de los ferrocariles, en los vapores, en las
reuniones públicas,
En las casas de los hombres y de las mujeres, en la mesa,
y en el lecho, por todos lados:
Se presenta correcto, sonriente, el talle erguido, con la
muerte en el pecho y el infierno debajo del cráneo,
Bajo las sábanas finas, y los guantes, bajo las cintas y las
flores artificiales,
Respetuoso de las costumbres, mudo respecto de su per-
sona,Hablando de todo en sociedad, pero jamás de sí.
¡Vamos! ¡A través de las luchas y de las guerras!
No podemos abandonar la conquista de la meta.
¿Habláis del éxito de las pasadas luchas?
¿Qué es lo que ha tenido éxito? ¿Vosotros? ¿Vuestra nación?
¿La Naturaleza?
Escuchadme bien: la esencia de las cosas y las empresas es
tal, que a pesar de todo éxito recogido, sea éste cual fuere,
deben surgir otras cosas y otras empresas, engendradoras de
mayores esfuerzos.
Mi vocación es vocación de batalla; mi canto es toque de
clarín. Yo engendro rebelión activa.
El que venga conmigo debe venir bien armado.
¡El que venga conmigo tendrá a menudo por compañeros
el hambre, la pobreza, la enemistad y el abandono!
¡Vamos! ¡La ruta se abre ante nosotros!
Es segura, yo la he recorrido, mis pies la han probado cui-
dadosamente:
¡Que nada os detenga!
¡Queden las cuartillas vírgenes sobre el escritorio, y el libro
sin abrir en su anaquel!
¡Queden las herramientas en el taller! ¡Quede el dinero sin
ser ganado! ¡Quede la escuela en su sitio! ¡No hagáis caso de
los gritos de maestro!
¡Que el predicador predique en el púlpito! ¡Que el abogado
abogue en el tribunal! ¡Que el juez interprete la ley!
¡Camarada! ¡He aquí mi mano! Te doy me cariño, más pre-
cioso que el oro,Te doy mi ser por completo, en vez de prédicas o de leyes.
¿Quieres darte a mí? ¿Quieres venir a viajar conmigo?
¡Seguiremos juntos y unidos tanto como duren nuestras
vidas!
Ciudad de orgías
Ciudad de orgías, de baladas y de alegrías,
Ciudad, algún día ilustre porque yo he vivido y cantado
en tu seno,No son tus pompas, tus cambiantes cuadros ni tus espectá-
culos, los que me pagan mis cantos,Ni las interminables hileras de tus edificios, ni las naves
de tus muelles,Ni los desfiles en tus avenidas, ni las vidrieras llenas
de mercaderías,Ni el conversar con personas instruídas, ni asistir a fiestas
y saraos.No. Nada de eso. Pero cuando paso, ¡oh Mannahatta! el fre-
cnente y rápido relámpago de los ojos que me brindan afecto,Que se cruzan con mis relámpagos,Eso me alegra y me satisface.Amigos, un perpetuo cortejo de amigos, basta para que
me sienta retribuido, pagado.
El himno que canto
El himno que canto
Hecho de contradicciones lo consagro a la nacionalidad.Dejo en él el germen de la rebeldía. (¡Oh derecho latente
á la insurrección! ¡Oh el inextinguible, el indispensable
fuego!)
Una marcha en las filas
Una marcha en las filas con el enemigo que nos asedia,
por una ruta desconocida.
Atravesamos un bosque espeso en cuyas tinieblas se apaga
el ruido de los pasos;
Nuestro ejército ha tenido grandes pérdidas en un comba-
te, y el resto marcha sombriamente en retirada;
Pasada la noche, vislumbramos el resplendor de un edifi-
cio débilmente iluminado;
Llegamos a un espacio descubierto en mitad del bosque,
en el que hacemos alto, junto al edificio de pequeñas luces.
Es una grande y vieja iglesia, construída en la encrucijada
de los caminos, ahora transformada en hospital.
Penetro un instante en ella y veo un espectáculo que so-
brepuja todos los cuadros y todos los poemas;
Sombras del negro más intenso, más opaco, aclaradas
apenas por bujías y lámparas portátiles que llevan de un lado
á otro,
Y por una gran antorcha fija de resina que proyecta fan-
tásticas
llamas rojas y nubes de humo;
A su resplandor percibo vagamente grupos de formas hu-
manas amontonadas de trecho en trecho, unas extendidas en
el suelo, otras sobre los bancos de la iglesia;
A mis pies percibo más distinctamente un soldado, casi un
niño que agoniza desangrándose (ha recibido un balazo en el
abdomen).
Restaño sumariamente la sangre (el muchacho tiene el
rostro blanco como un lirio).
Luego, antes de irme, abarco la escena de una ojeada, con-
tengo de absorberla íntegra,Las caras, la variedad de los grupos, las actitudes que
desafían toda descripción, la mayoría
de los yacentes sumer-
gidos en la sombra, algunos muertos,
Los cirujanos en tren de operar, los enfermeros con las
luces, relentes de éter mezclados con olor de sangre,
Los montones de víctimas y los montones de cuerpos en-
sangrentados que llenan la iglesia y el atrio,
Unos acostados sobre las losas, otros sobre las tablas, y
camillas;Algunos sudando su agonía en los espasmos de la muerte,
De rato en rato, un gemido o un grito, los médicos que
llaman u ordenan en alta voz,
Los pequeños instrumentos de acero relucen al paso de
las antorchas,
Todo eso lo vuelvo a ver al releer este canto, reveo los
cuerpos, aspiro aquel olor;
De pronto oigo fuera la voz de los jefes: Formar filas,for-
marfilas;Antes de salir me inclino hacia el niño que agoniza, sus
ojos se abren y me sonrie a medias;Después cierra los ojos, los cierra serenamente, y yo me
lanzo a las tinieblas,Para ocupar mi puesto, y marchar, marchar siempre bajo
la noche, en las filas que avanzan,Para seguir hollando la ruta desconocida.
Apartando con las manos la hierba de las praderas
Apartando con la mano la hierba de las praderas y respi-
rando su olor característico.Le pido concordancias espirituales;
Le pido el más copioso y estrecho compañerismo entre los
hombres,
Le pido que se eleven las briznas de hierba de las palabras,
de los actos, de los individuos,Los del aire libre, rudos, asoleados, francos, nutricios,
Los que siguen su camino, con el torso recto, que avanzan
con libertad y autoridad, los que preceden en vez de seguir,Aquellos a quienes anima una audacia indomable, cuya
carne es fuerte y pura, limpia de manchas,Los que miran negligentemente en pleno rostro a los
presidentes y a los gobernadores como para decirles: ¿Quién
sois?Aquéllos, llenos de una pasión nacida de la tierra, los sim-
ples, los despreocupados, los insumisos,Los de la América interior.
Ciudad de los navíos
¡Ciudad de los navíos!
¡Oh los navíos negros! ¡Oh los navíos indómitos!¡Oh los espléndidos vapores y los veleros de afilada proa!¡Ciudad de los éxodos!Pues aquí concluyen todas las razasAquí todos los países de la tierra colaboran.¡Ciudad del mar! ¡Ciudad de los flujos precipitados y cam-
biantes!¡Ciudad en la que las mareas pulsan sin cesar, entrando y
saliendo en torbellinos sembrados de remolinos y de espuma!¡Ciudad de los muelles atestados de almacenes y de merca-
derías!¡Ciudad de las fachadas gigantes de mármol y de hierro!¡Ciudad altiva y apasionada!¡Ciudad fogosa, loca, extravagante!
De pie, ¡oh ciudad!¡Tú no has sido hecha para la paz solamente; recuerda tu
verdadero destino, de guerrera!No tengas miedo.No te sometas a otros modelos que los tuyos, ¡oh ciudad!Mírame. ¡Encárname como yo te he encarnado!No he rechazado nada de lo que me has ofrecido;Lo que has adoptado, yo lo he adoptado! Buena o mala,
jamás te discuto, amo todo lo tuyo, no condeno nada,Canto y celebro todo lo que posees,Pero no canto más la paz:En paz he cantado la paz, pero ahora el tambor de guerra
es mi instrumento,Y la guerra, la roja guerra es el encanto que voy cantando
por tus calles, ¡oh ciudad!
En las praderas
Declina la tarde en las praderas,
La comida ha terminado, el fuego encendido a ras de tie-
rra arde apenas,Fatigados, los inmigrantes duermen envueltos en sus
mantas,Me paseo solo, deteniéndome de tanto en tanto a contem-
plar las estrellas,Paréceme que jamás las he comprendido como en estos
instantes.
Ahora me nutro de inmortalidad y de paz,Admiro la muerte, y erifico las proposiciones.
¡Qué riqueza! ¡Qué espiritualidad! ¡Qué condensación!El mismo hombre, y la misma alma de siempre, las mis-
mas aspiraciones de siempre, y la misma conformidad.
¡Pensaba que no hubiera nada más espléndido que el día,
hasta que he visto las maravillas de la noche!Creía en la suficiencia de nuestro Orbe, hasta el momento
en que en medio del más puro silencio emergieron millones
de orbes desconocidos.
Ahora, mientras me anegan los grandes pensamientos del
espacio y de la eternidad, quiero elevarme a su altura,Ahora me siento en contacto con las vidas de otros mun-
dos, que acaso han llegado al mismo desarrollo que las vidas
de la tierra.En contacto con las vidas que aguardan la hora de igua-
larnos, o con los que han sobrepujado las vidas de la tierra,A partir de esta noche, los tendré tan presentes como mi
propia vida.A las vidas de la propia tierra, tan desenvueltas como la
mía, les espera la hora de alcanzar análoga graduación.
Ahora veo que a semejanza del día, la vida no puede mos-
trármelo todo.Ahora comprendo que debo esperar lo que me revelará la
muerte.
Á ti, vieja causa
¡A ti; vieja causa!
Tú, buena causa, incomparable, ferviente,
Tú, dulce idea, austera, implacable,
Inmortal, a lo largo de las edades, de las razas, de las re-
giones,
Después de una guerra extraña y cruel, una gran guerra
hecha por ti.
(Creo que todas las guerras de los tiempos pasados y todas
las guerras futuras serán declaradas y hechas por ti.)
Estos cantos son para ti, para tu eterno avance.
(Una guerra declarada, ¡oh soldados! no sólo por ella misma,
sino por muchas, muchísimas cosas disimuladas detrás de
ella,
La silenciosa espera, y que ahora van a manifestarse en
este libro.
¡Oh, tú, orbe hecho de innumerables orbes!¡Tú, principio fervoroso! ¡tú, germen latente, preciosamen-
te oculto! ¡tú, centro!Alrededor de tu idea la guerra giraCon todo su violento y furioso juego de causas.(Con vastas consecuencias que surgirán dentro de tres mil
años.)Estos versos son para tu gloria,Pues mi libro y la guerra son lo mismo.Yo y mis poemas nos hemos amalgamado en ti, en tu es-
píritu,Y lo propio que la lucha gira alrededor de tí....Tal como una rueda sobre su eje, este libro, inconsciente
de sí,Gira alrededor de tu idea.
Imperturbable
Imperturbable, afirmándome cómodamente en la Natura-
leza,Amo de todo o señora de todo, pérpendicular en medio de
las cosas irracionales,
Impregnado como ellas, pasivo, receptivo, silencioso como
ellas,Reconociendo que mi empleo, la pobreza, la notoriedad,
la felicidad, los crímenes son menos importantes de lo que
creía.Yo que estoy en los parajes del golfo de México, o en el
Manhata o en el Tennessee, al Norte extremo o en el in-
terior,Minero o pioner de los bosques, haciendo la vida de cual-quiera de los cultivadores de esos Estados, o del litoral, o de
los lagos, o del Canadá,En no importa qué lugar donde viva mi vida, sean cuales
fueren las contingencias,
Sabré afrontar la noche, las tempestades, el hambre, el ri-
dículo, los accidentes, los fracasos, como hacen los árboles y
los animales.
Una extraña velada transcurrida en el campo de batalla
¡La extraña velada transcurrida en el campo de batalla!
Cuando tú, hijo y camarada mío, caíste a mi lado, ese día,
No te dirigí más que una mirada a la que tus caros ojos
contestaron con otra mirada que no olvidaré jamás,
Y la mano que trataste de levantar del suelo en que yacías
apenas si rozó la mía;
En seguida avancé en la batalla, donde la lucha continuaba
con iguales probabilidades,
Hasta que, relevado de mi puesto algo tarde en la noche,
pude volver al fin al sitio donde tú habías caído,
Y te encontré helado en la muerte, camarada querido, ha-
llé tu cuerpo, hijo de los besos dados y recibidos (jamás vuel-
tos a dar sobre esta tierra),
Descubrí tu faz a la luz de las estrellas (singular era la
escena). El viento nocturno pasaba fresco y ligero;
Largo, largo tiempo pasé allí velándote, mientras a mi al-
rededor el campo de batalla se extendía confusamente;
Velada prodigiosa, deliciosa velada, allí, en la noche que-
da y perfumada,Ni una lágrima cayó de mis ojos, ni un suspiro profundo
exhaló mi pecho; largo, largo tiempo te contemplé.
Luego, extendiéndome a medias sobre la tierra, me mantu-
ve a tu lado, con el menton hundido entre las manos,
Pasando horas suaves, horas inmortales y místicas, conti-
go, camarada querido,
Sin una lágrima, sin una palabra;
Velada de silencio, de ternura y de muerte, velada por ti,
mi hijo y mi soldado,
En tanto que allí arriba los astros pasaban en silencío, y
otros hacia al Oeste subían insensiblemente;
Suprema velada por ti, valiente hijo (no te pude salvar,
tan pronto fué tu muerte,
Vivo te amé rodeándote fielmente de todas mis solicitu-
des; creo que volveremos a vernos seguramente);
Y cuando se iban las últimas sombras de la noche, en el
momento preciso en que apunta el alba,
Envolví a mi camarada en su manta, enrollé bien su
cuerpo,Replegando cuidadosamente la manta por debajo de la ca-
beza, y cuidadosamente bajo los pies,Y allí bañado en el sol levante, deposié a mi hijo en su
fosa toscamente abierta,Terminando así mi extraña velada en el campo de batalla
envuelto en sombras,Velada por el camarada muerto repentinamente, velada
que jamás olvidaré, ni cómo, al apuntar el día,Levantándome de la helada tierra y envolviendo cuidado-
samento al soldado en su manta,Lo sepulté allí donde cayera.
Un roble en la Luisiana
He visto un roble que crecía en la Luisiana:
Erguíase enteramente solo, y el musgo pendía de sus
ramas,
Crecía alí, sin ningún compañero, desplegando sus hojas
verde-obscuras.
Su aspecto de rudeza, de inflexibilidad, de vigor, me hizo
pensar en mí mismo,
Pensé cómo podría desplegar hojas tan alegres a pesar de
su soledad, sin tener a su lado un solo amigo
(Yo sé que no podría imitarlo);
Discurriendo así, rompí una de sus ramas, conservando
las hojas y el musgo que pendía de ella,
Luego, al alejarme, la llevé conmigo hasta mi alcoba, don-
de la coloqué visiblemente.
(No es que haya menester de su presencia para acordarme
de mis amigos;
En estos últimos tiempos no hago más que pensar en
ellos.)
Sin embargo, esta rama constituye para mí un símbolo
precioso, me hace pensar en el afecto viril;
A pesar de todo, y aunque este roble fructifica, allá en la
Luisiana, completamente solo en un amplio espacio descu-
bierto,
Proyectando año tras año sus alegres hojas, sin tener jun-
to a él un amigo, un tierno camarada,
Comprendo y reconozco que no podría imitarlo.
Pensamiento
Pienso en los que han alcanzado altas posiciones,
Ceremonias, riqueza, saber y demás ventajas.
(Para mí todo lo que han alcanzado se desprende de ellos,
excepto los resultados que dichas ventajas tienen para su
cuerpo y para su alma.
De modo que frecuentemente se me aparecen descarnados
y desnudos,
Y en vez de enaltecer, cada cual escarnece a los otros o se
escarnece a sí mismo o a sí misma,
Y en cada uno de ellos, el corazón de la vida, es decir, la
felicidad, está llena del infecto excremento de los gusanos,
Y con frecuencia, estos hombres y estas mujeres pasan,
Sin saberlo, ante las verdaderas realidades de la vida ilu-
minados por engañosas apariencias,
Atentos a lo que les impone la costumbre, y nada más,
Semejantes a sonámbulos dormidos, que andan tristes y
precipitados por las tinieblas.)
Silenciosa y paciente, una araña
Silenciosa y paciente, una araña,
Aislada en un pequeño promontorio, yo la veía,Explorar el vasto espacio que la rodeaba,
Proyectando fuera de ella filamentos, filamentos, fila-
mentos,Que devanaba y tejía infatigablemente.
Tú también, ¡oh alma! allí donde te hallas,
Oprimida, aislada, en los infinitos océanos del espacio,
Meditas sin cesar, te aventuras, buscas las esferas para
unirlas,
Hasta que el puente que has menester esté construído.
Hasta que el ancla dúctil arraigue firmemente,
Hasta que el hilo virginal que proyectas fuera de ti, se en-
ganche en algún lado, ¡oh alma mía!
Cuadro
Cuadro visto de una ojeada a través de un resquicio.
Un grupo de operarios y cocheros congregados alrededor
de una estufa en la sala de un bar, una tarde de invierno al
anochecer, y yo también, sentado en un rincón, inadvertido;
Un joven que me quiere y yo estimo se aproxima en
silencio, y viene a sentarse a mi lado, contento de estrechar
mi mano,
Largo rato, en medio del ruido de las idas y venidas, de
las libaciones, de los juramentos, de las chanzas,
Quedamos allí, los dos, satisfechos, felices de estar juntos,
hablando poco, y a veces no pronunciando una palabra.
Este polvo fué antaño un hombre
Este polvo fué antaño un hombre,
Suave, simple, justo y resuelto, bajo cuya prudente mano,
Frente al crimen más abominable conocido en la historia
de todos los países y de todas las edades,
Se salvó la unión de estos Estados.
A los Estados
A los Estados, o a cualquiera de entre ellos, o a una ciudad
cualquiera de los Estados, le digo: Resiste mucho, obedece
poco,Una vez admitida la obediencia sin protesta, es la servi-
dumbre total.Una vez esclavizada totalmente, ninguna Nación, Estado
ó Ciudad de la tierra volverá a reconquistar su libertad.
España (1873-1874)
De los negros flancos de enormes nubes,
Entre los escombros del mundo feudal y los esqueletos
amontonados de los reyes,De ese antiguo osario que es la Europa entera de las mas-
caradas hechas povlo,Catedrales derrumbadas, palacios desmigajados, tumbas
levíticas,¡Mirad! He aquí que aparecen las rejuvencidas facciones
de la Libertad,He aquí que aparece el mismo rostro inmortal. (Una visión
rápida como el rostro de tu madre ¡oh América!Un relámpago significativo como el de una espada,Luce hacia ti.)
No creas que te olvidamos, madre nuestra;¿Has quedado largo tiempo atrás?¿Las nubes van a cerrarse de nuevo sobre ti?¡Ah! pero ya te has mostrado a nosotros, en persona,Ahora te conocemos,Dejándote entrevar nos has dado una prueba infalible,¡De que allí como en todos lados aguardas tu hora!
A un historiador
Vos que ilustráis el pasado,
Que habéis explorado lo externo, la superficie de las razas
la vida que se deja ver,
Que habéis considerado al hombre como la criatura de la
política, de las colectividades, de los gobiernos y de los sa-
cerdotes;Yo, habitante de los Alleghanjo, considerándolo tal como
en sí mismo, en sus propios derechos,Tomando el pulso de la vida que raramente se ha dejado
ver (la gran altivez del hombre, en sí propio),Cantor de la personalidad, esbozando lo que aun está por nacer,¡Proyecto la historia del futuro!
La Morgue
A las puertas de la Morgue en la ciudad,
Como anduviera ocioso tratando de aislarme del tumulto,Me detuve curioso.¡Vedla, pues! Esta resaca de paria,Una pobre ramera muerta que acaban de traer.Depositan allí su cadáver, que nadie ha reclamado, yacen-
te sobre el húmedo suelo de ladrillos.La mujer divina; su cuerpo,No veo más que su cuerpo,No miro más que eso,Esa estancia ayer desbordante de pasión y de belleza, no
veo más que eso;Ni el silencio tan glacial, ni el agua que fluye de la cani-
lla, ni los olores cadavéricos me impresionan,
¡Sólo la estancia, esa prodigiosa estancia, esa delicada y
espléndida estancia, esa ruina!Esa inmortal estancia, más suntuosa que todas las hileras
de edificios construídos y por construir!O que el Capitolio de blanco domo rematado por una ma-
jestuosa estatua,O que todas las viejas catedrales de flechas altivas;Esta pequeña estancia es más que todo eso, pobre estancia,
estancia desesperada,
Bella y terrible despojo—alojamiento de un alma—, alma
ella misma;Casa que nadie reclama, casa abandonadaAcepta un soplo de mis labios trémulos,Acepta una lágrima que vierto en tanto me alejo pensan-
do en ti,Estancia de amor difunta, estancia de locura y de crimen,
deshecha en polvo, triturada,Estancia de vida, antaño llena de palabras y de risas,Mas ¡ay! pobre estancia, ya estabas muerta por entonces;Desde meses, desde años atrás, eras una casa amueblada
resonante, pero muerta, muerta, muerta.
Como meditaba en silencio
Como meditaba en silencio,
Considerando mis poemas, deteniéndome largamente en
ellos,Un Fantasma de rostro desconfiado se levantó ante míTerrible de belleza, de edad y de potencia,El genio de los poetas del antiguo mundo.Que mirándome con ojos de llama,Señalando su índice sendos cantos inmortales,Me dijo con voz amenazante: «Qué cantas tú?¿No sabes que no hay más que un solo tema para los bardos
inmortales?¿El tema de la guerra, la fortuna de los combates,La creación de verdaderos soldados?»
«Sea—respondíle entonces—;Yo también, sombra altanera, canto de guerra, una guerra
más larga y más grande que otra algunaQue contenía en mi libro, con suertes diversas,Con marchas adelante y retiradas, con victorias diferidas
é inciertas,(Sin embargo la victoria me parece segura, o casi segura
al fin), teniendo el mundo por campo de batalla;Guerra de vida y muerte, para el cuerpo y para el alma
eterna,Oíd: yo también he venido para cantar el canto de los
combates,Yo también, por encima de todo, suscito bravos soldados.»
¡Oh capitán! ¡Mi capitán!
¡Oh capitán! ¡Mi capitán! Nuestro espantoso viaje ha ter-
minado,
La nave ha salvado todos los escollos, hemos ganado el
anhelado premio,Próximo está el puerto, ya oigo las campanas y el pueblo
entero que te aclama,
Siguiendo con sus miradas la poderosa nave, la audaz y
soberbia nave;
Mas ¡ay! ¡oh corazón! ¡mi corazón! ¡mi corazón!
No ves las rojas gotas que caen lentamente,
Allí, en el puente, donde mi capitán
Yace extendido, helado y muerto.
¡Oh capitán! ¡Mi capitán! Levántate para escuchar las
campanas.Levántate. Es por ti que izan las banderas. Es por ti que
suenan los clarines.
Son para ti estos búcaros y esas coronas adornadas.
Es por ti que en las playas hormiguean las multitudes,
Es hacia ti que se alzan sus clamores, que se vuelven sus
almas y sus rostros ardientes.
¡Ven, capitán! ¡Querido padre!¡Deja pasar mi brazo bajo tu cabeza!
Debe ser sin duda un sueño que yazgas sobre el puente.Extendido, helado y muerto.
Mi capitán no contesta, sus labios siguen pálidos e in-
móviles,
Mi padre no siente el calor de mi brazo, no tiene pulso ni
voluntad,
La nave, sana y salva, ha arrojado el ancla, su travesía ha
concluído.
¡La vencedora nave entra en el puerto, de vuelta de su es-
pantoso viaje!
¡Oh playas, alegraos! ¡Sonad, campanas!
Mientras yo con doloridos pasosRecorro el puente donde mi capitán
Yace extendido, helado y muerto.
Allá a lo lejos...
Allá a lo lejos en una isla de maravillosa belleza,
Una antigua madre, acurrucada sobre una tumba, solloza
su dolor;
Antaño reina, hogaño tendida en tierra, lívida y hara-
pienta,
Sus viejos cabellos blancos caen en desorden alrededor de
sus espaldas,
A sus pies yace inútil un arpa real, muda desde hace
tiempo,También ella hace mucho tiempo que yace allí muda,
Llorando sus esperanzas y sus herederos sepultados;
Su corazón es el más henchido de dolor que haya sobre la tierra
Porque es el más henchido de amor.
Oye un palabra, antigua madre.
No permanezcas más tiempo acurrucada allí sobre la tierra
glacial, con la frente en tus rodillas.
No continúes allí, bajo el velo de tus viejos cabellos blan-
cos en desorden;
Sábelo de una vez: el que lloras no está encerrado en esa
tumba,
Fue una ilusión, el hijo que amas no había muerto en rea-
lidad,El amo no había muerto, ha resucitado joven y robusto en
otra región;
Mientras tú te lamentabas allí, sobre su tumba, junto a tu
arpa caída en tierra,El que lloras se ha evadido, soliviantado de su tumba.Los vientos le empujaban, y la mar le conducía,Y hoy, con su sangre renovada y en flor,¡Se mueve en un país nuevo!
Dadme vuestro espléndido sol
Dadme el espléndido y silencioso sol asaeteando en el total
deslumbramiento de sus rayos.
Dadme el jugoso fruto de otoño, recogido maduro y rojo
en el vergel,Dadme un campo donde la hierba crece lujuriosa,
Dadme un árbol, dadme los racimos en el parral,
Dadme el maíz y el trigo nuevos, dadme los animales que
se mueven con serenidad, y enseñan la conformidad,
Dadme estas tardes de absoluto silencio que se espacían
sobre las antiplanicies al Oeste del Mississipi, en las que pue-
da elevar los ojos hacia los astros,
Dadme un jardín con magníficas flores, que perfumen la
aurora donde pueda pasearme tranquilo,
Dadme un hijo que me enorgullezca; dadme, muy lejos y
apartado del mundo, una vida doméstica y campestre,
Dejadme gorjear para mí solo, llenar de cantos espontá-
neos mi voluntaria reclusión,
Dadme la soledad, dadme la Naturaleza, restitúyeme, ¡oh
Naturaleza! tus sanas primitividades.
Sí; necesito que todo eso me sea dado (harto de sobreexci-
tación
incesante y torturado por la lucha guerrera),
Pido sin cesar que me sea dado eso, lo pido a gritos que
emergen de mi corazón,
Y sin embargo, a pesar de reclamarlo sin descanso, per-
manezco atado a mi ciudad,
Los días se suceden y los años pasan, ¡oh ciudad! y siempre
piso tus calles,
Me tienes encadenado, por mucho tiempo, rehusas dejarme
partir,
Acordándome, sin embargo, el hacer de mí un hombre sa-
ciado, enriqueciendo mi alma con los millones de rostros que
constantemente me brindas.
(Ahora veo lo que deseaba huir, resisto a mis gritos, los
rechazo, veo que mi alma pisotea lo que más reclamaba.)
Guardad vuestro espléndido y silencioso sol,
Conserva tus selvas, ¡oh Naturaleza! y los recodos apaci-
bles a orillas de los prados.
Guarda tus campos de trébol y de centeno, tus campos de
maíz y tus vergeles,
Guarda los campos floridos donde zumban las abejas sep-
tembrales;
Dadme los rostros y las calles.
¡Dadme los fantasmas que desfilan incesantes a lo largo de
las aceras!
Dadme los ojos incontables.¡Dadme los camaradas y los amigos a millares!
Que todos los días se renueven.
¡Que cada mañana mis manos estrechen nuevas manos
amigas!
Dadme espectáculos semejantes.
¡Dadme las calles de Manhattan!
¡Dadme Broadway, con los soldados que desfilan!
¡Dadme la sonoridad de las trompetas y de los tambores!
(Los soldados que desfilan por compañías, por regimentos.
Unos que parten ardientes y despreocupados,
Otros que han concluído su servicio y vuelven a las filas,
jóvenes y no obstante viejos, caminando sin fijarse en nada.)
¡Dadme las riberas y los muelles, con su pesada franja de
negras naves!
¡Oh! ¡que todo eso sea para mí! ¡Oh, la vida intensa, llena
hasta desbordar y diversa!
¡La vida de los teatros, de los cafés, de los music-halls,
de los hoteles enormes para mí!
¡La cantina del barco a vapor!
¡La multitud de los excursionistas!
¡Las procesiones nocturnas al resplandor de las antorchas!
La brigada de densas filas que parte para la guerra seguida
de furgones militares en los que se amontonan sus provi-
siones;
Gentes de todas layas y procedencias, en oleadas mundia-
les, con voces fuertes, con pasiones y espectáculos imponentes,
Las calles de Manhattan con su potente palpitación, con
tambores que redoblan como ahora,
El coro rumeroso y perpetuo (el resbalar y el chis-chás de
los fusiles, la vista misma de los heridos)
¡Las olas de Manhattan con su coro turbulento y músical!
Los rostros y los ojos de Manhattan, dádmelos todos para
mi.
Hijos de Adam
Yo, el poeta de los Cantos Adámicos,
Desbordante de vida; fálico, poseedor de potentes y origi-
nales riñones, perfectamente puro,Indestructible, inmortal, retorno a través de las edades.
Ahora recorro el nuevo Edén, el gran Oeste de mi raza,
evoco sus capitales,Mientras me abandono a mi delirio. Anunciando la venida
de cuanto es engendrado;Ofreciendo estos Cantos, ofreciéndo yo mismo,Bañando en el sexo mi ser y mis himnos,Retoño de mi semen.
Canto de la bandera, al amanecer
El Poeta
¡Oh! un canto nuevo, un canto libre,
Que flamee, flamee, flamee con sonidos y voces
siempre diversas,
Con la voz del viento y los redobles del tambor,
Con la voz de la bandera, la voz del niño, la voz del mar
y la voz del padre,Un canto que vuleve a ras de tierra, se cierna en los aires,
Descienda a la tierra en que se hallan el padre y el niño,
Torne a los altos aires donde ambos vuelven sus ojos,
Para ver flamear la bandera al apuntar la aurora,
¡Palabras! ¡Libros hechos con palabras! ¿Qué sois?
Nada más que palabras: para oir y para ver
Debéis salir al aire libre en el que elevo mi canto,
Porque allí debo cantarCon la bandera y el pendón flameantes.
Tejeré las cuerdas y las retorceré;
El deseo del hombre y el deseo del niño,
Sí, los entrelazaré, infuniéndoles vida;
Introduciré en él la punta relampagueante de las bayo-
netas,
Haré silbar las balas y las granadas,
(Y proyectándolo en torno y a lo lejos, como un símbolo y
una amenaza del futuro,
Gritaré, con estridor de trompetas: ¡De pie, y atención!
¡Atención, y de pie!)
Bañaré en ondas de sangre mi poema, lo llenaré de volun-
tad y de alegría,Y en seguida lo lanzaré al espacio por que rivaliceCon la bandera y el pendón flameantes.
El Pendón
¡Sube, sube, bardo! ¡oh bardo!
¡Sube, sube, alma, oh alma!Sube, sube, tierno y querido niño,
Ven a volar conmigo, entre las nubes y los vientos, a go-
zar conmigo en la infinita luz.
El Niño
Padre, ¿qué es esa cosa, allá en el cielo, que me hace
señasCon sus largos dedos?¿Qué es lo que está diciendo?
El Padre
Eso que ves en el cielo es poca cosa, hijo mío,
No dice nada. Mira, más bien, chiquillo,
Esos objetos deslumbradores en las casas vecinas,
Mira cómo se aren las agencias comerciales,
Mira los vehículos repletos de mercaderías, que comienzan
a circular por las calles,
¡Oh, eso, eso sí que es precioso! ¡Cómo se trabaja por po-
seerlo!¡Cuán envidiadas son tales cosas en toda la tierra!
El Poeta
Fresco, en su púrpura rosada, el sol se eleva,
El mar ondula en el azúl lejano, cabalgando sobre sus
amplias vías,
El viento avanza sobre el mar soplando hacia la tierra,
El vasto y gallardo viento que sopla incansable del Oeste
ó del Sudoeste,
Y que patina tan levemente sobre las aguas levantando
espumas de una blancura láctea,
Más, no soy el mar ni el rojizo sol,
Ni el viento con su risa de jovencilla,
Ni el inmenso viento que fortifica, ni el viento que fustiga,Ni el espíritu que continuamente fustiga al cuerpo, hasta
el terror y la muerte,Sino aquel que viene invisible, y canta, canta, canta,Que balbucea en los ríos, desciende sobre las maravillas
de la tierra.Que las aves de los bosques admiran por las mañanas y
por las tardes,Que las arenas de la playa conocen y las sonantes ondas,Lo propio que esa bandera y ese pendónQue allá en lo alto flamean, flamean.
El Niño
¡Oh padre! Esa cosa está viva—está llena de gentes—, tiene
hijos,Me parece que ahora mismo habla a sus hijos,Yo la oigo—ella me habla—. ¡Oh, qué maravilla!¡Cómo se dilata—y se despliega y revolotea—, oh pa-
dre mío!Y es tan amplia, que cubre todo el cielo.
El Padre
Calla, calla, loco hijo mío.
Lo que dices me llena de angustia, me desagrada mucho.
Mira donde miran los demás, te repito; no te entretengas
en lo alto,Con las banderas y los pendones.Admira más bien la calzada ciudadosamente barrida y la
solidez de los muros de las casas.
La Bandera y el Pendón
Habla el niño, ¡oh bardo! en nombre de Manhattan,A todos nuestros hijos, ¡oh bardo! del Sur y del Norte de
Manhattan,Conságranos este día, por encima de todo; muéstranos
señoreando todo, sin que sepamos la causa de ello,¿Pues qué otra cosa somos sino pedazos de tela, sin
más usoQue el de flamear al viento?
El Poeta
Yo siento y veo algo más que pedazos de tela,
Siento la marcha de los ejércitos, oigo el grito del cen-
tinela,
Oigo el jubiloso clamor de millones de hombres. ¡Oigo la
Libertad!Oigo resonar las trompetas y redoblar los tambores,
Yo mismo, en instantáneo ímpetu, me levanto y vuelo,
Vuelo con las alas del pájaro
marino, y como desde una cumbre dirijo mis miradas hacia
bajo:
Yo no niego los preciosos resultados de la paz, veo ciuda-
des populosas con incalculables riquezas.
Veo granjas innúmeras; veo campesinos trabajando en sus
campos o en sus granjas,
Veo obreros en sus labores, veo por todos lados edificios en
construcción,
Veo hileras de vagones que ruedan a lo largo de las vías
férreas, arrastrados por locomotoras,
Veo los almacenes, las estaciones de Boston, de Baltimore,
de Charleston, de Nueva Orleáns.
Veo a lo lejos, en el Oeste, el inmenso dominio de los ce-
reales; me cierno un momento sobre él;
Vuelo hacia las selvas del Norte, explotados por su madera;
luego a las plantaciones del Sur, luego hacia California;
Abarcando simultaneamente todo el Continente, veo las
ganancias incalculables, las multitutdes ocupadas, los salarios
ganados,
Veo la identidad formada por treinta y ocho espaciosos y
soberbios Estados (Y muchos otros en el porvenir),
Veo fortalezas en las costas portuarias, veo las naves que
entran y salen;
Y sobre todas estas cosas (¡Sí! ¡Sí!) mi pequeño y sutil
pendón, alargado en forma de espada,
Asciende vivamente en señal de guerra y de desafío—ahora
mismo lo han izado las drizas—,
Al lado de mi larga bandera azul, al lado de mi bandera
estrellada,
Como persiguiendo la paz por todos los mares y los conti-
nentes de la tierra.
La Bandera y el Pendón
Todavía más fuerte, más alto, más sonoro, ¡oh bardo!
¡Difúndete en el espacio y en el tiempo!
Que nuestros hijos no crean que sólo significamos riqueza
y paz,
También podemos ser, si lo queremos, terror y estrago—y
tales somos ahora—
Ahora no somos ninguno de estos espaciosos y soberbios
Estados (ni cinco ni diez)
No somos los mercados, los depósitos ni los bancos de la
ciudad,
Somos todo eso y lo demás; la tierra inmensa y bruna,
Y las minas que existen debajo de ella, son nuestras,
Nuestras son las ondas de los mares, y los ríos ínfimos y grandes,
Nuestros los campos que riegan las cosechas y los frutos,
Nuestras las bahías, los canales, y las naves que entran
y salen—sobre todo eso—.
Sobre el dominio que se extiende a nuestra sombra, sobre
los tres o cuatro millones de millas cuadradas, sobre las ca-
pitales,
Sobre los cuarenta millones de almas (ahora pasan de cien
millones). Sí, ¡oh bardo! en la vida y en la muerte,
Nosotros, realmente nosotros, flotando, supremos aquí, en
la altura,
No sólo en el presente, sino por millones de años,
Enviamos este canto al alma de un pobre y pequeño niño.
El Niño
¡Oh padre mío! Las casas no me dicen nada.
Nunca tendrán valor a mis ojos; yo no amo ni quiero el
dinero;
Lo que yo querría es subir allá arriba, padre querido, estar
cabe la bandera que amo.
Querría ser ese pendón; es menester que lo sea.
El Padre
Me llenas de angustia, hijo mío;
Ser ese pendón sería un destino demasiado espantoso,
Ignoras lo que significa en el día de hoy y eternamente;
Significa no ganar nada; arriesgarlo y osarlo todo,
Significa destacarse en la vanguardia de las batallas, ¡y en
que batallas! ¿Qué tienes tú que ver con todo eso?
¿Con las pasiones demoníacas, con las carnicerías y la
muerte prematura?
La Bandera
Entonces lo que yo canto son los demonios y la muerte.
Lo acojo, lo quiero todo en mi canto, sí, todo, pendón de
guerra en forma de espada;
Un placer nuevo y extáctico, y el afán que los niños bal-
bucean,
Mezclarlo a los rumores de la pacífica tierra y a las mare-
jadas del Océano,
Y las negras naves que combaten envueltas en ciclones de
humareda,
Y el frío glacial del lejano, lejanísimo Norte, y el zumbido
de los cedros y de los pinos,
Y el redoble de los tambores, y el paso marcial de los sol-
dados,Y el sol que diluvia sus quemantes rayos,
Y las olas que se estrellan en las playas de mi costa occi-
dental, y las que avanzan sobre mi costa oriental,
Y todo lo que se extiende entre ambas costas, y mi Missis-
sipi, de eterna corrinete, con sus curvas y sus cascadas,
Y mis campiñas del Illinois, y mis campos de Kansas, y
mis vegas de Missouri,
Y el Continente, afirmando su identidad sobre todo, sin
olvidar un átomo.
¡Oh canto mío, difúndete como un torrente! Sumerge bajo
las ondas de todo, y del producto de todo, lo que interroga y
lo que canta,Funsiona, acapara, exige devóralo todo:Ya no hablamos con tiernos labios ni consonidos musi-
sicales,Ya no más persuasivos; irrumpimos guerramente en las
tinieblas,Croando como cuervos en el viento.
El Poeta
Mis miembros y mis arterias se dilatan; al fin se manifies-
ta el motivo de mi canto:Bandera tan vasta que surges de la noche, yo te canto
altanera y resuelta,
Yo me escapo del reducto en que durante tanto, tanto tiempo
he esperado, ciego y sordo,Mi oído y mi lengua me han sido restituídos (un pequeño
niño me ha iluminado),Oigo de lo alto, ¡oh pendón de guerra! en tu irónico lla-
madoGritar: ¡Insensato! ¡Insensato! Sin embargo, yo te canto,
¡oh bandera!En verdad, no eres las casas pacíficas, ni todo o parte de
su prosperidad. (Si es necesario te daremos cada una de estas
casas para que las destruyas.
Si no meditas la destrucción de estas casas preciosas que se
alzan tan sólidas, llenas de bienestar, construídas a fuerza de
tanto dinero,¿Entonces pueden levantarse en toda su solidez?Ni una hora, a menos que tú también flamees dominadora,
por encima de ellas y de todos.)¡Oh bandera! no eres dinero precioso, ni producto de los
trabajos industriales, ni grato alimento material,Ni las mercancías acumuladas, ni las que son descargadas
de los vapores en los muelles,
Ni las soberbias naves impulsadas a vela o a vapor, que van
á los países remotos en procura de cargamentos,Ni las máquinas, ni los carruajes, ni el comercio, ni las
ganancias,Eres tal como yo te quiero, tal como te veré en adelante(Surgiendo, del seno de la noche, con tu racimo de estr-
llas, de estrellas que aumentan sin cesar),
La que divide el alba, corta el aire, acaricia el sol y mide
el cielo
(Percibida y amada apasionadamente por un pobre y pe-
queño niño,
En tanto otros trabajan o conversan, afanosamente predi-
cando el eterno aborro, ¡el ahorro!)¡Oh tú, señor de la altura, ¡oh pendón tú que ondulas como
una sierpe crujiendo tan extrañamente,Tú, que imperas donde no llega la mano, tú que solo eres
una idea;Tú, por quien, a pesar de ello, se lucha tan encarnizada-
mente, corriendo el albur de una muerte sangrienta!¡Oh pendón querido!—¡Tan querido!—¡Y tú, bandera que
anuncias el día con tus estrellas raptadas a la noche!
Objeto invalorable, sin precio, imán de los ojos, por enci-
ma de todo, y exigiéndo todo (poseedor absoluto de todo),¡Oh bandera! ¡Oh pendón!Yo también abandono todo lo demás. Por grande que seaEl resto, no es nada. Las máquinas, las casas, no son nada.
No las veo.Sólo te veo a ti, ¡oh pendón guerrero! ¡Oh bandera tan am-
plia, surcada de listas! Solo te canto a tí,¡Flameando al viento, allá en la altura!
¡Pioners! ¡Oh pioners!
Vamos, hijos presurosos...
Seguidme en orden, aprestad vuestras armas,
¿Tenéis vuestras pistolas? ¿Lleváis afiladas vuestras hachas?
¡Pioners! ¡Oh pioners!
No podemos arrastrarnos aquí,
Tenemos que seguir, queridos, tenemos que sostener el
choque de los peligros,
Nosotros, las jóvenes, razas musculosas, nostotros, sobre
quienes cuentan los demás,¡Pioners! ¡Oh pioners!
Vosotros, los jóvenes, los mocetoues del Oeste,
Tan impacientes, tan ávidos de acción, tan desbordantes
de fiereza viril y de amistad,
Os veo distintamente, mocetones del Oeste, alargar el
paso en la vanguardia,¡Pioners! ¡Oh pioners!
¿Las razas mayorazgas se han detenido?
¿Debilitadas, interrumpen su lección, llenas de fastidio,
allende los mares?
Nosotros seguimos la eterna empresa, cargamos con el
fardo y la lección,
¡Pioners! ¡Oh pioners!
Dejamos atrás todo el pasado,
Desembocamos en un mundo nuevo y mayor, un mundo
diverso,
Incólumes y fuertes nos apoderamos de este mundo, mun-
do de labor y de marcha,
¡Pioners! ¡Oh pioners!
Desprendemos destacamentos al paso doble,
Cuesta abajo, por los desfiladeros y hacia las cumbres de
los arduos montes;
Conquistadores, nos apropiamos todo, osando, si arries-
gándonos
a medida que hollamos las rutas desconocidas,
Pioners! ¡Oh pioners!
Vamos talando las selvas primitivas,
Remontamos los ríos, atormentamos la tierra, abrimos
minas, profundamente,
Deslindamos la vasta superficie, removemos la tierra
virgen,¡Pioners! ¡Oh pioners!
Somos los hijos del Colorado,
De los picos gigantescos, de las grandes sierras, de las al-
tiplanices;
De las minas y de los barrancos; venimos de seguir la
pista de la caza,¡Pioners! ¡Oh pioners!
De Nebraska, de Arkansas,
Surgimos de la raza del Centro, del Missourí. La sangre
del Continente se ha mezclado en nuestras venas.Estrechamos las manos de todos los camaradas, los del Me-
diodía y los del Norte,¡Pioners! ¡Oh pioners!
¡Oh raza irresistible y sin reposo!
¡Oh raza querida en vosotros todos! ¡El tierno amor que le
inspiráis tortura, mi corazón!
Me lamento y, sin embargo, me regocijo en los transpor-
tes de amor que me inspiráis todos vosotros,
¡Pioners! ¡Oh pioners!
Llevad bien alta la poderosa madre, la soberana,
Haced ondular bien alto la delicada soberana, por encima
de todos alzad la soberana estrella (inclinaos todos),
Llevad bien alto la soberana aquilina y guerrera, la sobe-
rana austera, impasible, armada,
¡Pioners! ¡Oh pioners!
Escuchad, hijos míos, mis osados hijos:
Por las multitudes que talonean nuestra retaguardia, jamás
habremos de detenernos ni titubear,
Allá a lo lejos, detrás nuestro, los millones de fantasmas
de las edades nos contemplan con ojos severos, y nos em-
pujan,
¡Pioners! ¡Oh pioners!
Siempre más lejos avanzan nuestras compactas filas,
Siempre nos llegan refuerzos; la vida colma rápidamente
los vacíos que nos hace la muerte;
A través de batallas y de derrotas avanzamos sin detener-
nos jamás,¡Pioners! ¡Oh pioners!
¡Oh, morir yendo adelante!
¿Algunos de nosotros están por dejarse caer para morir?
¿Ha sonado su hora?Entonces, la muerte que nos cuadra la encontraremos en
marcha, seguros de que el vacío que dejaremos será breve,
¡Pioners! ¡Oh pioners!
Todas las pulsaciones del mundo
Oídlas batir al unísono de nosotros, batir con el movi-
miento del Oeste;
Aislados o agrupados, avanzando al paso doble en la van-
guardia, todos van con nosotros,
¡Pioners! ¡Oh pioners!
Los esplendores diversos y frondosos de la vida,
Todas las figuras y todos los espectáculos, todos los obre-
ros en su obra,
Todos los marinos y todos los continentales, todos los
amos y todos los esclavos,
¡Pioners! ¡Oh pioners!
Todos los infortunados que aman el silencio,
Todos los prisioneros en las prisiones, todos los justos y
todos los malos,
Todos los alegres, todos los dolorosos, todos los vivos y
todos los muertos,
¡Pioners! ¡Oh pioners!
Yo también, con mi alma y con mi cuerpo,
Iremos, curioso trío, escogiendo y vagando por nuestra
ruta,
Recorriendo estas riberas, entre las sombras, mientras
nos asedian las apariciones,
¡Pioners! ¡Oh pioners!
¡Mirad, el orbe rodante que hiende el espacio!
Ved, alineados, alrededor los orbes fraternales, los soles y
los planetas,
Todos los días deslumbradores, todas las noches místicas,
¡Pioners! ¡Oh pioners!
Esos nos pertenecen, están con nosotros,
Todos laboran en la obra primordial y necesaria, en tanto
detrás de ellos los que les seguirán aguardan, embrionarios:
Y somos nosotros los que vamos a la cabeza de la proce-
ción
del día, somos nosotros los que abrimos el camino para el viaje,
¡Pioners! ¡Oh pioners!
¡Oh vosotros, hijos del Oeste!
¡Oh vosotros, los jóvenes y los mayores!
¡Oh vosotras, las madres y las esposas!
Jamás debéis ser separadas, en nuestras filas marcharéis
unidas,
¡Pioners! ¡Oh pioners!
¡Rápsodas latentes en las praderas!
(Bardos amortajados de otros países, podéis reposar en paz,
vuestra obra está acabada),
Pronto os oiré venir cantando, pronto os levantaréis para
marchar con nostoros,
¡Pioners! ¡Oh pioners!
Ni las deleitosas dulzuras,
Ni los cojines, ni las bestias de carga, ni la paz estudiosa,
Ni la riqueza segura y enervante, ni las dichas incoloras
son para nosotros,
¡Pioners! ¡Oh pioners!
¿Los golosos Trímalciones se divierten?
¿Los dormilones ahítos dormitan? ¿Han cerrado y atranca-
do sus puertas!
No importa, sean para nosotros la dura pitanza y la fraza-
da sobre la tierra,
¡Pioners! ¡Oh pioners!
¿Ha cerrado la noche?
¿Fué demasiado penosa la última jornada?
¿Nos hemos detenido en mitad de la ruta, desalentados,
dejando caer la cabeza?
Entonces os concedo una hora fugitiva para hacer alto y
descansar, una hora de olvido,
Pioners! Oh pioners!
Hasta que con un estallido de clarinesLejos, muy lejos, retumbe el llamado del alba, ¡oíd! Altí-
simo y claro le oigo resonar,¡Pronto! ¡A la vanguardia del ejército!—¡Pronto! De un salto ocupad vuestras filas,¡Pioners! ¡Oh pioners!
Imágenes
He encontrado un vidente.
Que desdeñaba los matices y los objetos de este mundo,
Los campos del arte y del saber, los placeres, los sentidos.
Para buscar imágenes.
No pongas más en tus cantos—me dijo—
La hora ni el día enigmáticos, los segmentos ni las partes
yuxtapuestas,
Pon, ante todo, como una luz para el resto, y un himno
de introducción para los demás,
El canto de las imágenes.
Siempre el obscuro comienzo,
Siempre el crecimiento, la vuelta íntegra del circulo,
La cumbre siempre y el derrumbe final (para resurgir fa-
talmente),¡Imágenes! ¡Imágenes!
Siempre la mudanza,
Siempre la materia que cambia, se desmigaja y se rein-
tegra,Siempre los talleres, las fábricas divinas,
Que engendran las imágenes.
¡Ved! yo o vosotros,
Mujer u hombre, Estado, conocido o desconocido;
Nosotros que parecemos construir riqueza compacta, fuerza
y belleza,
En realidad no construímos más que imágenes.
La apariencia que se desvanece,
La substancia de un sueño de artista, o de los largos estu-
dios del sabio,
Los esfuerzos del guerrero, del mártir, del héroe,
Se reducen a plasmar su imagen.
De toda vida humana
(Las unidades, reunidas, controladas, sin omitir un pensa-
miento, una emoción, un acto),
El conjunto grande o pequeño se halla recapitulado, adi-
cionado,En su imagen.
La vieja, viejísima impulsión,
Asentada sobre las antiguas cumbres, lo propio que en las
más altas y nuevas.
Levantadas por la ciencia y el análisis modernos,
Coincida en la vieja, viejisima impulsión: las imágenes.
El mundo actual y nuestro,
La América atareada, suparabundante, confusa, en tor-
bellinos,En sus masas y en sus individuos existe únicamente para
manifestar
Las imágenes actuales.
Estos, y los del pasado,
Los de los países desapercibidos, de todos los reinos de los
reyes de ultramar,
Conquistadores de antaño, cruzados antiguas, periplos de
los viejos marinos.
Son imágenes que se unen.
La densidad: la fecundidad, las fachadas,Los estratos de las montañas, los terrenos, las rocas, los
árboles gigantesQue han nacido y desaparecerán en tiempos remotos,
Viven largo tiempo sólo para dejar
Imágenes eternas.
Exaltado, arrobado, en éxtasis,
Lo visible no es más que la matriz de sus natales,
Poseído de una tendencia cíclica al plasmar, plasmar toda-
vía, plasmar siempre,
La colosal imagen de la tierra.
Todo el espacio, todo el tiempo
(Los astros, las espantosas perturbaciones de los soles,Que se inflan, se desploman, acaban realizando su destino
largo o breve),
No estén más que llenos de imágenes.
Las miríadas silenciosas,
Los océanos infinitos donde confluyen los ríos,
Las inumerables identidades libres y distintas como la
vista,
Las verdaderas realidades, son las imágenes.
No este el mundo,
Ni estos los Universos: son ellos los Universos,
El sentido y el fin, la permanente vida de la vida;
Ellos, las imágenes, las imágenes.
Más allá de tus lecciones, sabio profesor
Más allá de tu telescopio o de tu espectroscopio, observa-
dor sagaz,
Más allá de todas las matemáticas,
Más allá de la cirugía y de la anatomía del médico,
Más allá del químico y de su Química,
Están las entidades de las entidades: las imágenes.
Móviles y no obstante fijas,
Persistirán siempre, como siempre fueron y son,
Llevando el presente al porvenir infinito,
Las imágenes, las imágenes, las imágenes.
El profeta y el bardo
Continuarán en las regiones siempre más elevadas,
Como los mediadores del mundo moderno
Y de la Democracia, interpretando para ambos,
Dios y las imágenes.
Y tú, alma mía
Tus dichas, tu incesante inquietud, tus exaltaciones,
Tu aspiración ampliamente satisfecha al fin, te preparan
de nuevo para recibir
Tus compañeras, las imágenes.
Tu cuerpo permanente,
El cuerpo oculto dentro de tu cuerpo,
La única razón de ser de la forma que eres, el yo real,
Es una visión, una imagen.
Tus propios cantos no están en tus cantos,
No hay acentos únicos para cantar, ninguno existe por
si solo.Resultan del conjunto, y se elevan al fin, cerniéndose
Como la redonda y plena imagen de un Orbe.
Pensamientos
Pienso en la opinión pública,
En el mandato pronunciado, tarde o temprano, con voz
serena y fría (¡cuán impasible! ¡cuán segura y última!)
En el Presidente, con el rostro pálido preguntándose en
secreto: ¿Qué dirá al fin el pueblo?
En los jueces frívolos, en los diputados, en los goberna-
dores, en los alcaldes corrompidos, en todos los que conclu-
yen por ser descubiertos;
En los clérigos, gruñendo y lloriqueando (pronto serán
abandonados por todos),
En el declinar, año tras año, del respeto religioso, de las
sentencias emanadas de los funcionarios, de los códigos y de
las escuelas,
En la elevación cada vez más alta, más fuerte y más vasta
de las intuiciones de los hombres y de las mujeres, en la ele-
vación
del sentimiento de la alta estima de Sí mismo y de la
Personalidad,
Pienso en el verdadero Nuevo Mundo, en las Democracias
resplandecientes en su totalidad,
En la política, en los ejércitos, en las marinas que se ajus-
tan a ellas,
En su irradiación solar, en su luz inherente, superior á
todas las demás,
Envolviéndolo, saturándolo, reverdeciéndolo, transfigurán-
dolo todo.
Hacia el Edén
Prisioneras, dolorosas, perlas líquidas,
Substancias de mi ser sin la cual no sería nada,
He resuelto glorificaros y lo haré, aunque quede solo entre
los hombres;
Voz mía retumbante, arranca de tu mayor profundidad
El canto del falo, el canto de la procreación.
Canta la necesidad de engendrar hijos espléndidos—y por
ellos—de espléndidos adultos.
Canta la erección del músculo y la fusión de los seres;
Canta el canto de la compañera de lecho (¡oh, el irresisti-
ble impetu!
¡Oh, para todos, sin excepción, la ansiedad del cuerpo com-
plementario!
¡Oh, para vos, quienquiera que seáis, vuestro cuerpo com-
plementario!
¡Ese cuerpo que os embriaga, que os enloquece, sobre todas
las cosas de la tierra!)
Hambre roedora que me devora noche y día,
Momentos genésicos, angustias que avergüenzan, salgo de
vosotros para cantaros;
Busco algo que todavía no he encontrado, aunque lo he
buscado asiduamente durante años.
Canto el verdadero canto del alma, caprichoso aventurero,
renazco en la Naturaleza más brutal, o entre los animales,
De ella y de ellos, y de lo que concuerda con ellos, saturo
mis poemas;Del aroma de las pomas y de los limones,
De la cópula de las aves, de la humedad de los bosques, del
abalanzamiento de las ondas,
Del furioso abalanzamiento de las ondas hacia la tierra:Sí; todo eso llena mi canto.
Modulo ligeramente la overtura, repaso en un preludio los
motivos del canto.La felicidad de estar juntos, la visión del cuerpo perfecto,El nadador desnudo en el agua o flotando inmóvil, de
espaldas,La forma femenina que se aproxima, y yo, que estoy allí,
pensativo, con mi sexo que se estremece y me daña;
He aquí la divina lista, para mí, para vos, para cual-
quiera:El rostro, los miembros, todo el cordaje, desde la cabeza á
los pies, junto con las armonías y las disonancias que despier-
ta la menor pulsación;El delirio místico, la locura de amor, el abandono total.(¡Escuchad en silencio, atentamente, lo que ahora os su-
surro:¡Os amo, me poseéis por completo!¡Ah si pudiéramos huir juntos de la multitud, irnos lejos,
muy lejos, libres de desenfrenados!Dos halcones en el cielo, dos peces nadando en el mar no
serían más desenfrenados que nosotros!)
La tempestad pulsa mis nervios y mis arterias; tiemblo de
pasión.El juramento de no separarnos jamás, de amaros más que
mi vida, os lo juro.¡Lo arriesgo todo, todo lo abandono por vos!¡Si es necesario perderme, que me pierda!
¡Vos y yo! ¿Qué nos importa lo que hacen o piensan los
demás?¿Qué es para mí el resto del mundo?¡Que nos baste con gozarnos mutuamente, aspirarnos y
fundirnos!
Sexo en cuya acción se maridan la cadena y la trama.El aislamiento, los frecuentes suspiros que se exhalan en
la soledad.Todas las personas que os rodean y la ausencia de la que
más habéis menester,El suavísimo roce de sus manos a lo largo de mi cuerpo,
sus dedos que se hunden en mi barba y en mi cabellera;Los interminables besos en la boca y en los senos,La presión del sacro cuerpo a cuerpo que me embriaga y
me llena de desfallecimiento,La divina faena del esposo, la obra maestra de la pater-
nidad,La victoria, el reposo y los abrazos a vuestra compañera
en la noche,Los poemas en acción de los ojos, de las manos, de las ca-
deras y de los pechos,
Las temblorosas presiones de los brazos,El cuerpo que se arquea y se agarra en la angustia del
goce,El contacto de costado, la mano que de nuevo extiende las
mantas sobre el lecho;Ella, que no quiere dejarme partir. Y yo que tampoco
deseo irme(Espérame un instante, amada mía, volveré en seguida.)
Es la hora en que las estrellas brillan, en que cae el rocío,La hora en que huyo rápidamente de la noche y de la
amada,Para celebrarte, acto divino, para celebraros, robustos
riñones,Y vosotras, proles ingentes, sembradas con amor.
Excelsior
«Cuál es el que ha ido más lejos? Porque yo he resuelto ir
más lejos;
¿Cuál es el que ha sido más justo? Porque yo he resuelto
ser el hombre más justo de la tierra;
¿Cuál es el que ha sido más prudente? Porque yo he resuel-
to ser el más prudente;
¿Y cuál ha sido el más feliz? Paréceme que soy yo. No creo
que nadie haya sido más feliz que yo;
¿Y cuál es el que lo ha prodigado todo? Porque yo he pro-
digado sin cesar lo más precioso de mí;
¿Y cuál ha sido el más altivo? Porque yo creo ser el más
altivo de los vivientes—¿no soy hijo de una gran capital,
cuyas enhiestas techumbres rozan los cielos?
¿Y cuál ha sido el más audaz y leal? Porque yo he resuelto
ser el más audaz y leal del Universo;
¿Y cuál es más benévolo? Porque yo he resuelto prodigar
más benevolencia que los demás;
¿Y cuál ha gozado y correspondido al afecto del mayor nu-
mero de amigos? Porque yo he gozado y correspondido como
el que más al afecto apasionado de innumerables amigos;
¿Y cuál es el que posee un cuerpo intachable y enamorado?
Porque no creo que exista alguien que posea un cuerpo más
perfecto ni más enamorado que el mío;
¿Y cuál el que concibe los más vastos pensamientos? Por-
que yo he resuelto sobrepujar los más vastos pensamientos;
¿Y cuál es el que ha escrito los himnos más adecuados a la
tierra y al porvenir? Porque me siento arrebatado por un loco
deseo—hasta el éxtasis—de crear los himnos más gozosos para
todas las tierras.
Á Uno que fué crucificado
Querido hermano, mi espíritu se une al tuyo,
No te apenes si muchos de los que te cantan hossannas no
te comprenden,Yo que no te canto ni te adoro, te comprendo;Con verdadera alegría te recuerdo ¡oh compañero! y al
recordarte te saludo lo propio que a los que aparecieron antes
que tú, y a los que vendrán después de mí,Para todos laboremos el mismo surco, transmitiendo la
misma heredad y la misma cosecha,Nosotros, la pequeña falange de los iguales, indiferente á
los países y a las edades;Nosotros, que abarcamos todos los continentes, todas las
castas, todas las teologías;
Nosotros, los humanitarios, los discernidores, el fiel de la
balanza de los hombres comunes;Nosotros, los que avanzamos en silencio en medio de las
disputas y de las afirmaciones, sin rechazar las personas ni
las ideas;
Escuchamos sus vocinglerías y sus tumultos, asaltados por
sus divisiones, sus celos, sus diatribas,Envueltos, por momentos, en los círculos voraginosos de
sus comparsas.
No obstante, rebeldes a todo yugo, avanzamos libremente
por toda la tierra, la recorremos de Norte a Sur, de Este á
Oeste, hasta imprimir nuestro imborrable sello en el tiempo
y en todas las épocas,Hasta que saturemos de nosotros el tiempo y las edades, á
fin de que los hombres y las mujeres de las futuras razas se
sientan y se confiesen hermanos y amigos como nosotros lo
somos.
Del canto de mí mismo
Me celebro y me canto.
Lo que me atribuyo también quiero que os lo atribuyáis,
Pues cada átomo mío también puede ser de vosotros, y lo
será.
Poeta, invito mi alma al canto,
Mientras huelgo y paseo contemplando una brizna de hier-
ba estival.
Mi lengua, cada molécula de mi sangre emanan de esta
tierra, de este aire,
Nacido aquí, de padres cuyos abuelos y bisabuelos tam-
bién
nacieron,
A los treinta y siete años de edad, en perfecta salud, co-
mienzo estos himnos con la esperanza de continuarlos hasta
en la muerte.
Otorgo un armisticio a los credos y a las escuelas,
Los considero un momento a cierta distancia, consciente
de lo que son y de lo que significan, sin olvidarlo nunca;
En seguida me brindo como un asilo al bien y al mal, dejo
que tomen la palabra todos los azares,
La desenfrenada Naturaleza con su energía original.
La atmósfera no es un perfume, no sabe a esencias, es in-
odora,
Mi boca la aspira en vitales sorbos; la adoro locamente
como a una amada:
Iré al declive donde comienza el bosque, me quitaré las
ropas, me desnudaré,
Para gozar su contacto.
Pláceme la humedad de mi propio aliento,
Los ecos, las ondulacionss, el vago zumbar de los mur-
murios silvestres, la raíz de amor, los filamentos de seda, los
zarcillos y las cepas de las viñas,
Mi inspiración y mi respiración, el latir de mi víscera, la
sangre y el aire que acarrean mis pulmones,
El olor de las hojas verdes y de las hojas secas, el de las
negruzcas rocas a lo largo de la costa, el olor del heno alma-
cenado en los pajares,
El sonido de mi voz cuando aulla palabras y las arrojo en
los remolinos del viento,
Algunos besos a flor de labios, algunos abrazos, pecho á
pecho,
El vaivén del sol y de la sombra sobre los árboles cuando
las brisas mecen sus ramajes,
La alegría de la soledad entre las muchedumbres arbóreas
de los bosques o en las apreturas multitudinarias de las calles,
La sensación de la salud, el himno de mediodía, mi can-
ción
matinal al levantarme de la cama y encontrarme de nuevo
frente al sol.
¿Creíais que os bastarían cien hectáreas de tierra?
¿Creíais que toda la tierra era demasiado?
¿Hace mucho tiempo que estáis aprendiendo a leer?
¿Habéis sentido orgullo al penetrar el sentido de mis poe-
mas?
Quedaos un día y una noche conmigo; poseeréis la esencia
de todos los poemas.
Poseeréis todo lo bueno que existe en la tierra y en el sol
(también existen otros millones de soles),
Yo no quiero que continuéis recibiendo las cosas de segun-
da o de tercera mano, ni que miréis con mis ojos ni que recibáis las
cosas como dádivas mías,
Quiero que abráis los oídos a todas las voces, que os im-
presionen por su propia virtud y según vuestra naturaleza.
He oído lo que narraban algunos juglares, historias de
comienzos y de fines:
Yo no hablo del comienzo ni del fin.
Nunca han habido otros comienzos que los que presencia-
mos cada día.
Más juventud ni más vejez que la hay en la actualidad;
Nunca habrá más perfección que la de nuestros días,
Ni más cielos ni más infiernos que los que existen en la
actualidad.
Impulsión, más impulsión, siempre impulsión,
La impulsión es la incesante procreadora del mundo.
Los iguales emergen de la sombra, y se desarrollan com-
plementarios,
Siempre la substancia y la multiplicación, el sexo siempre;
Siempre un tejido de identidades, y de diferenciaciones:
Siempre la concepción, la preñez y el parto de la vida.
Es inútil refinar; cultos e incultos lo comprenden por igual.
Límpida y suave es mi alma, igualmente límpido y suave
todo lo que no es mi alma.
Si faltara uno de los dos, faltarían los dos,
Lo invisible se prueba por lo visible,
Hasta que éste se haga invisible, y sea probado a su vez.
Todas las épocas se han esforzado en valorar «lo mejor» y
y en distinguirlo de «lo peor»;
Como conozco la absoluta justeza y constancia de las cosas,
permanezco silencioso en medio de las discusiones, luego voy
á bañarme y a admirar mi cuerpo.
Bien venido sea cada uno de mis órganos y de mis atribu-
tos, y los de todo hombre puro y cordial;
Ni una pulgada de mi ser, ni un átomo son viles,
Ninguno de ellos debe serme menos familiar que los demás.
Me siento feliz. Veo, bailo, río, canto;
Cuando mi acariciante y afectuoso camarada, que ha dor-
mido
A mi lado toda la noche, se aleja a pasos furtivos al
amanecer,
Dejándome canastos llenos de blancas lencerías que ale-
gran la casa con su abundancia,
¿Retardaré mi aceptación y mi cariño, preocupado en saber
en seguida, céntimo a céntimo a céntimo,El valor exacto de ambos, y cuál de los dos resultará ga-
nancioso?
Mi yo real, inaccesible a los tirones y a las sacudidas,
Gózase en su unidad, satisfecho, compasivo, ocioso,
Mira mirar el mundo por debajo, ora erguido, ora apoyado
en un sostén seguro, aunque impalpable;
Deduce lo que será de lo que es, mira todo con curiosos
ojos,Mezclando al juego y a la vez fuera de él, observándolo y
maravillándose.
Veo detrás de mí el tiempo en que erraba en la niebla
entre verbosos y discutidores:Ya no derrocho burlas ni objeciones, observo y espero.
Creo en tí, alma mía; el otro hombre que soy no debe hu-
millarse ante ti,Como tú no debes humillarte ante el otro.
Ven a soñar conmigo sobre la hierba, vuelca en mis oídos
los desbordamientos de tu garganta;
No he menester palabras, músicas, rimas ni conferencias,
así fueran las mejores.Me basta únicamente con tu arrullo, con las confidencias
y las sugestiones de tu voz.
Recuerdo una mañana límpida de estío tendidos sobre las
hierbas;
Posaste la cabeza en medio de mis rodillas, volviéndote
dulcemente hacia mí,
Entreabriste mi camisa, hundiendo tu lengua, pecho aden-
tro hasta el corazón;
Luego te alargaste adhiriéndote toda desde mi barba hasta
los pies.
En seguida se esparcieron sobre mí la paz y la sabiduría
que sobrepujan todos los argumentos de la tierra;
Supe que la mano de Dios era una promesa para la mía,
Supe que el espíritu de Dios era hermano del mío;
Que nada desaparece; todo es progreso y desarrollo,
Y morir es muy distinto de lo que todos suponen y más
feliz.
¿Alguien ha pensado que nacer era una ventura?
Me apresuro a manifestarle que morir es tan venturoso.
Lo sé.
Yo agonizo con los moribundos y nazco con los que nacen,
Mi yo no está contenido por completo entre mis zapatos y
mi sombrero;
Examino la multiplicidad de los objetos, no existen dos
iguales, y cada cual es bueno.
Buena es la tierra, los astros son buenos, y cuanto les
acompaña es bueno.
Yo no soy una tierra ni lo accesorio de una tierra,
Soy el camarada de las gentes todas, tan inmortales e in-
sondables como yo.
(Ellos ignoran su inmortalidad, pero yo la conozco, la sé.)
El niño duerme en su cuna,
Entreabro la muselina y le miro un rato, luego silencioso
espanto las moscas con la mano.
El joven y la joven de empurpuradas mejillas se alejan por
la espesura del ribazo,
Desde lo alto, mi curiosa mirada los acompaña.
El suicida yace extendido sobre el piso ensangrentado de
la habitación,
Observo los destrozados cabellos del cadáver, veo el sitio
donde ha caído el revólver.
Amo ir solo de caza por las soledades y las montañas
Errar caprichosamente, maravillado de mi ligereza y de mi
alegría;
Cuando llega el anochecer elijo un retiro para pernoctar;
Enciendo fuego, aso la caza recién muerta
Y me adormezco sobre un montón de hojas, con mi perro
y mi fusil al lado.
El esclavo fugitivo se aproximó a mi choza, deteniéndose
en el umbral,
Por la entreabierta puerta de la cocina, lo vi tambalearse
y sin fuerzas:
Fuí hacia el tronco de árbol en que se había sentado, lo
cogí entre mis brazos, y lo llevé adentro;
Así que le hube inspirado confianza, llené un cubo de agua
para su cuerpo sudoroso y sus pies desgarrados,
Luego lo conduje a un cuarto contiguo del mío, y le di
ropas limpias y abrigadas,
Recuerdo perfectamente el deslumbramiento de sus ojos,
y su actitud embarazada,
Recuerdo haberle aplicado cataplasmas en las desgarra-
duras de su cuello y de sus tobíllos;
Una semana pasó a mi lado, hasta restablecerse y poder
emigrar hacia el Norte,
Comía conmigo en mi mesa, en tanto mi escopeta yacía en
un rincón.
Veintiocho jóvenes se bañan en el río,
Veintiocho jóvenes, todos ellos compañeros y amigos;
Y ella, con sus veintiocho años de vida femenina, tan tris-
temente solitaria!
La casa de ella es la más hermosa de la ribera;
De la bella que elegantemente vestida observa a los bañis-
tas a través de los visillos de su balcón.
¿A cuál de ellos amará la bella?
¡Ah! el menos hermoso de todos es magnífico para ella.
¿Dónde vais así, señora? ¡Aunque permanecéis oculta en
vuestro cuarto noto que os sumergís allá, en el agua!
Os veo avanzar por la ribera, danzando y riendo, hermosa
bañista;
Los otros no la ven, mas ella los ve, cada vez más inflama-
da de amor.
Las barbas y los cabellos de los jóvenes relucen con el agua
que los empapa;
Una mano invisible se pasea sobre sus cuerpos,
Desciende temblorosa de sus sienes y de sus pectorales.
Los jóvenes nadan de espaldas, sus blancos vientres se es-
ponjan al sol; no preguntan quién los abraza tan estrecha-
mente,
Ignoran quién suspira y se inclina sobre ellos, suspensa y
encorvada como un arco.
¡Los jóvenes no saben a quién salpican con vapor de
agua!
Bueyes que hacéis sonar andando el yugo y la cadena, ó
que reposáis a la sombra de los follajes, ¿qué es lo que expre-
san vuestros ojos?
Parécenme expresar más que todas las líneas impresas que
he leído en mi vida.
Amo todo lo que se desarrolla al aire libre;
Los hombres que guardan tropas y rebaños, los que nave-
gan por los océanos, los que viven en plena selva,
Los que construyen y los que tripulan naves, los que ma-
nejan el hacha y la azada, los que doman potros y los que
cazan búfalos.
Me complazco en su compañía, semanas tras semanas.
Llego con potentes músicas, entre el estruendo de mis
trompetas y de mis tambores,
No sólo ejecuto marchas para los vencedores consagrados,
también las ejecuto para los vencidos y las víctimas.
Muchas veces habréis oído decir lo hermoso que es obtener
las ventajas de cada jornada,
¡Yo os digo que también es hermoso sucumbir, que las ba-
tallas se pierden en la misma intención en que son ganadas!
Mi tambor redobla en loor de los muertos,
Para ellos mi trompeta avienta sus notas más retumbantes
y gozosas.
¡Loor a los que cayeron!
¡Loor a aquellos cuyas guerreras naves se hundieron bajo
las olas!
¡Loor a cuántos se hundieron en los mares!
¡Loor a los generales vencidos en todas las batallas y á
todos los seres muertos!
¡Loor a los innumerables héroes desconocidos, iguales a los
más famosos y sublimes héroes!
¿Quién va ahí? Hambriento, grosero, desnudo y místico,
¿Cómo es posible que extraiga fuerzas del buey que como?
¿Qué es un hombre, después de todo? ¿Qué soy? ¿Qué sois?
Cuanto refiero a mí mismo, quiero que vos también os lo
atribuyáis,
Si no hubiera equivalencia entre vos y yo, sería inútil que
me leyerais.
Yo no lloriqueo como los que van lamentándose por el
mundo,
Que el tiempo y la nada son sinónimos, que la tierra no es
más que podredumbre.
Tropel gemebundo y rampante, raza de valetudinarios y
de ortodoxos que buscan la cuadratura del círculo:
Cuanto a mí, llevo mi sombrero según me place, dentro
como fuera.
¿Orar? ¿Para qué? ¿A quién? Mi cabeza no está hecha para
reverencias ni mi boca para zalemas.
Sé que soy un inmortal.
Sé que la órbita que describo no puede ser medida con el
compás de un carpintero.
Sé que no me desvaneceré como el círculo de fuego que un
niño traza en la noche con un tizón ardiente.
Sé que soy angusto,
No torturo mi espíritu para defenderlo ni para que me
comprendan,
Sé que las leyes elementales jamás piden perdón,
(Después de todo no me juzgo más soberbio que el nivel
en que se asienta mi casa.)
Existo tal cual soy, eso me basta,
Si nadie lo sabe, eso tampoco amarga mi satisfacción,
Y si lo saben todos, igual es mi satisfacción.
Lo sabe un mundo—el más vasto de los mundo para mí—,
que soy yo mismo.
Y llegaré a mis fines, hoy mismo, o dentro de diez mil
años, o después de diez millones de años.
Puedo aceptar ahora mi destino con corazón alegre, o es-
perar con igual alegría.
Grantítico es el pedestral en que se apoya mi pie;
Yo me río de lo que llamáis disolución,
Conozco la amplitud del tiempo.
Soy el poeta del Cuerpo y el poeta del Alma,
Los placeres del Cielo me acompañan las
torturas del Infierno:
He multiplicado en mí el injerto de los primeros,
Los segundos los traduzco en un idioma nuevo.
Soy el poeta de la mujer tanto como el poeta del hombre,
Digo que la grandeza de la mujer no es menor que la
grandeza del hombre,
Digo que nada hay más grande que la madre de los hom-
bres.
Canto el himno de la expansión y del orgullo.
Demasiado hemos implorado y bajado la frente.
Muestro que la grandeza no es sino desarrollo.
¿Habéis sobrepujado a los demás? ¿Sois Presidente?
Es una bagatela, cada cual debe ir más allá de eso, avan-
zar siempre.
Soy el que camina en la dulzura de los anocheceres.
Lanzo mis gritos a la tierra y al mar semienvueltos por la
noche.
¡Ciñete fuertemente a mí, noche de desnudos senos!
¡Ciñete fuertemente, noche magnética y nutricia!
¡Noche de vientos del Sur, noche de los grandes astros!
¡Noche silenciosa que me guiñas, noche estival, loca y
desnuda.
¡Sonríe, tierra voluptuosa de frescos hálitos!
¡Tierra de árboles adormecidos y vaporosos!
¡Tierra del sol poniente, tierra de montañas cuyas cumbres
se pierden en la bruma!
¡Tierra de la cristalina lechosidad tenuemente azulada del
plenilunio!
¡Tierra de los rayos y de las sombras, que nievan las ondas
del río!
¡Tierra del gris límpido de las nubes, más brillante y claro
en homenaje a mi admiración!
¡Tierra curvada hasta perderse de vista, tierra fértil cu-
bierta de pomaredas!
Sonríe, pues tu amante se aproxima.
Pródiga, me has brindado tu amor. ¡Por eso te ofrendo
el mío!
¡Oh Amor, indecible y apasionado!
¡Oye, oh mar! Igualmente me abandono a ti, adivino lo
que quieres decirme,
Desde la playa veo tus encorvados dedos que me llaman,
Paréceme que rehusas alejarte sin haberme acariciado.
Tenemos que hacer juntos un paseo; aguarda que me des-
vista;Llévame pronto hasta perder de vista la tierra,
Méceme en tus muelles cojines, desvanéceme en el colum-
pio de tus ondas,
Salpícame de amoroso líquido, yo haré lo mismo, contigo.
Mar de desplegadas olas,
Mar que respiras con un jadeo largo y convulsivo,
Mar de la sal de la vida y de las tumbas que ninguna pala
abre (y no obstante, siempre prontas),
Que ruges y te abalanzas en las tempestades, mar capri-
choso y adorable;
¡Yo soy consubstancial a ti, yo también soy de una sola
faz y tengo todas las fases!
Soy el poeta del bien, pero no rehuso ser también el poeta
del mal.
¿Qué pretende significar toda esa charlatanería acerca del
vicio y de la virtud?
El mal me impulsa, la reforma del mal me impulsa, pero
yo permanezco indiferente,
Mi actitud no es la de un censor ni la de un reprobador,
Yo riego las raíces de todo lo que crece.
Que se hayan conducido bien en el pasado, o que se con-
duzcan bien actualmente, nada tiene de asombroso:
El prodigio perpetuo consiste en que pueda haber un hom-
bre bajo o un impío.
¡Desenvolvimiento infinito de las palabras en los tiempos!
La mía es una palabra moderna: la palabra ¡multitud!
Mi palabra supone una fe inextinguible, siempre veraz.
Que se realice aquí o en el porvenir, me es indiferente.
Me confio al Tiempo sin temor,
El solo es puro, perfecto, redondea y completa todo.
Sólo esta maravilla desconcertante y mística lo comple-
ta todo.
Acepta la Realidad, no la discuto,
Comienzo y termino impregnándome de materialismo.
¡Hurra la Ciencia positiva! ¡Viva la demostración exacta!
En su honor que traigan y entrelacen ramas de pino, de
cedro y de floridas lilas:
He aquí el lexicógrafo, he aquí el químico, he aquí el lin-
gúista, descifrador de antiguas inscripciones,
Estos marinos han guiado su nave a través de mares des-
conocidos, sembrados de escollos,
Este es el geólogo, aquél maneja el escalpelo, estotro es
matemático.
¡Señores míos, científicos ilustres, los primeros honores os
corresponden!
Los hechos que citáis, las observaciones que traéis, son
útiles; sin embargo, no son de mi dominio,
¡Mediante ellos no hago más que entrar en una parte de mi
dominio!
Las palabras de mis poemas no evocan las propiedades re-
conocidas de las cosas.
Evocan la vida no catalogada, la libertad, la emancipación.
No se preocupan de los casos neutros y determinados, fa-
vorecen a los hombres y a las mujeres potentamente organi-
zados.
Redoblan los tambores de la rebelión, se unen a los prófu-
gos, a los que se confabulan y a los que conspiran.
Yo soy Walt Whitman, un cosmos, un hijo de Manhat-
tan1
Nombre indigena de la isla en que se asienta Nueva York.
Turbulento, carnívoro, sensual, que come, que bebe, que
procrea.
(No un sentimental, no uno de esos seres que se creen
por encima de los hombres y de las mujeres, o apartado de
ellos.)
Yo no soy modesto ni inmodesto.
¡Destornillad las cerraduras de las puertas!
¡Destornillad las puertas de sus encajes!
El que rechaza a un hombre cualquiera, me rechaza.
Todo lo que se hace o se dice concluye por rebotar con-
tra mí.
A través de mí, como por un desfiladero, pasa la inspiración,
Pasan a través de mí la corriente y la aguja indicadora.
Yo transmito la contraseña de las edades, enseño el Credo
de la democracia;¡Pongo por testigo al Cielo! Nada aceptaré que los demás
no puedan aceptar en las mismas condiciones.
Suben de mis profundidades múltiples voces milenaria-
mente mudas.Voces de interminables generaciones de prisioneros y de
esclavos,Voces de enfermos y de desesperados, de ladrones y de de-
crépitos.Voces de los ciclos de preparación y de crecimiento,De los hijos que unen a los astros del pecho de las madres
y de la savia de los padres.Voces de las encrucijadas, de las cárceles, de los manico-
mios, de los hospicios y de los cuarteles,Voces de los imbéciles, de los despreciados, de los hu-
mildes.Voces vagas como disueltas en invernales neblinas, voces
de los escarabajos, del oprobio y del crimen.
Suben de mis profundidades las voces prohibidas.
Las voces de los sexos y de las concupiscencias, cuyo velo
entreabro.
Voces indecentes, bramidos primordiales, gritos locos que
yo clasifico y transfiguro.
Yo no pongo el dedo sobre mi boca.
Trato con la misma delicadeza las entrañas que la cabeza
ó el corazón.A mis ojos la cópula no es más grosera que la muerte.
Creo en la carne y en sus apetitos.
Ver, oir, tocar, son milagros; cada partícula de mi ser es
un milagro.Tanto por fuera como por dentro soy divino,
Santifico lo que toco, y cuanto me toca,
El olor de mis axilas es más puro que la plegaria,
Mi cabeza es más que las iglesias, las biblias y los credos.
Cuando subo la escalinata de mi puerta suelo detenerme
para preguntarme si eso es cierto,
Una campanilla que azulea en mi ventana me satisface
más que toda la metafísica de los libros.
¡Contemplar el amanecer!
La tenue, tenuísima claridad desvanece las sombras inmen-
sas y diáfanas,
El sabor del aire place a mi paladar.
Deslumbrador, formidable, el surgimiento del sol me ma-
taría
súbitamente
Si ahora, y en todo momento, yo no pudiera proyectar fue-
ra de mí un sol levante.
También nosotros somos deslumbradores y formidables
como el sol,
Hemos hallado lo que necesitábamos, ¡oh alma mía! en la
calma y la frescura del alba.
Escucho el canto de la mágica «soprano». (¿Qué es mi obra
comparada con la suya?)
La orquesta me arrebata más allá de la órbita de Urano,
Suscita en mí locos ardores cuya existencia ignoraba,
Me hacen volar sobre el mar cuyas ondas indolentes rozan
mis pies,Una granizada aguda y furiosa me asaetea, pierdo la res-
piración,Me siento sumergido en un baño de morfina que sabe á
miel, mi tráquea se estrangula mortalmente,Al fin, me siento libertado para sentir el enigma de los
enigmas,Yo lo que llamamos ser.
Creo que una brizna de hierba no es inferior a la jornada
de las estrellas,
Que la hormiga es tan perfecta como ellas, y un grano de
arena, y el huevo del reyezuelo,Y el renacuajo es una obra maestra comparable a las más
grandes,Y la zarza trepadora podría ornar el salón de los cielos,Y la coyuntura más ínfima de mi mano desafía toda la
mecánica,Y la vaca que rumía con la cabeza gacha sobrepuja cual-
quiera estatua.Y un ratón es un milagro capaz de conmover sextillones
de incrédulos.
Podría ir a vivir con los animales, tanto me place su cal-
ma y su indolencia;Permanezco horas enteras contemplándolos.
No se amargan ni se lamentan por su destino,No permanecen despiertos en las tinieblas llorando sus
pecados,No se descorazonan con disputas acerca de sus deberes
para con Dios,Ninguno se muestra descontento, la manía de poseer no
los enloquece,Ninguno se arrodilla ante otro ni ante alguno de sus con-
géneres muerto hace millares de años,Ninguno de ellos vive con respetabilidad, ninguno exhibe
su infortunio a la curiosidad del mundo.
Así me prueban su parantesco conmigo, y como tal los
acepto,Me traen testimonios de lo que soy, me demuestran clara-
mente que poseen los más altos valores.
Al anochecer, subo al trinquete, renuevo la guardia que
vela en el nido del cuervo.
Navegamos por el mar ártico, hay luz suficiente para
orientarnos,
A través de la atmósfera traslúcida mi vista abarca la pro-
digioaa belleza que me rodea,
Pasan ante mis ojos enormes moles de hielo, el paisaje es
visible en todas las direcciones,
En la lejanía se destacan las cumbres blanquísimas de las
montañas; hacia ellas peregrinan los caprichos de mi imagi-
nación,
Nos acercamos a un gran campo de batalla en el cual
pronto tendremos que combatir,
Pasamos ante las colosales vanguardias del ejército, pasa-
mos prudentemente en silencio;
O bien, avanzamos por las avenidas de alguna gran ciudad
en ruinas,
Los bloques de piedra y los derruídos monumentos sobre-
pujan todas las capitales vivientes de la tierra.
Soy un libre enamorado, acampo junto a la hoguera que
alegra el vivac del conquistador,
Arrojo del lecho al marido y ocupo su puesto al lado de la
esposa.
Toda la noche la oprimo ardientemente entre mis muslos
y mis labios.
Comprendo el vasto corazón de los héroes,
El coraje moderno y los corajes pretéritos,
El desdén y la calma de los mártires,
La madre de antaño condenada por bruja y quemada sobre
haces de leña seca, a la vista de sus hijos,
El esclavo, perseguido como una presa, que cae en mitad
de su fuga, todo tembloroso y sudando sangre,
Las municiones asesinas que la asatean como agujas las
piernas y el cuello,
Todo eso lo siento y lo sufro como él.
Cambio de agonías como de vestimentas.
No pregunto al herido qué es lo que siente, yo mismo me
convierto en el herido,
Sus llagas se ponen lívidas en mi cuerpo, mientras lo ob-
servo apoyando en mi bastón.
Soy el bombero con el pecho hundido bajo los escombros,
Los muros al derrumbarse me han cubierto por completo.
Respiro humo y fuego, oigo los angustiosos rugidos de
mis camaradas,
Oigo el chocar lejano de sus picas y de sus palas,
Ya llegan hasta mi encierro, y me levantan suavemente.
Estoy extendido en el suelo con mi camisa roja, todos
callan a mi alrededor,
No sufro ni me desespero a pesar de mi agotamiento,
Bellas y blancas son las personas que me rodean, con sus
cabezas libres del casco,
El grupo arrodillado se desvanece con la luz de las an-
torchas.
Ahora narraré el asesinato de cuatrocientos doce jóvenes
guerreros asesinados alevosamente.
Copados por fuerzas enemigas nueve veces mayores que
las suyas, formaron un cuadrado, emparapetándose detrás de
sus bagajes;Ya habían muerto a más de novecientos enemigos,Cuando cayó su coronel y quedaron sin municiones;Entonces parlamentaron, obteniendo una capitulación dig-
na, firmada por los jefes respectivos,En seguida entregaron sus armas y siguieron a sus vence-
dores como prisioneros de guerra.
Eran la flor de la raza, la gloria de los montaraces de
Texas,
Eran incomparables para cabalgar potros, para lizar, can-
tar, divertirse, cortejar las jóvenes,Bellos, turbulentos, amables, generosos, altivos,Barbudos, asoleados, vestidos con el típico traje de los
cazadores,Ninguno de ellos tenía más de treinta años.
En la mañana del segundo domingo, a principios de un
admirable verano, fueron conducidos por destacamentos y ase-
sinados en masa.
Ninguno obedeció a la orden de ponerse de rodillas,
Unos hicieron un esfuerzo desesperado y furioso, otros se
mantuvieron firmes, inmóviles;Algunos cayeron a la primera descarga, herido en las
sienes o en el corazón; vivos y muertos yacían juntos,Los mutilados se escondían en el barro y los compañeros
que iban llegando los percibían extendidos allí,Unos pocos medio muertos trataban de huir rampando,Estos fueron ultimados a bayoneta limpia o a culatazos;Un valiente que no tenía diez y siete años cogió a su ase-
sino y tuvieron que acudir dos más para arrancarlo de sus
manos.Los tres quedaron con sus ropas en jirones, empapados
con la sangre del niño.
A las once comenzaron a quemar los cuerpos:
Tal era la historia del asesinato de cuatrocientos doce jó-
venes.
¿Quién es ese salvaje desbordante y cordial?
¿Es de los que están a la espera de la civilización, o habién-
dola sobrepujado la dominan?
¿Es nativo del Sudoeste es uno de aquellos cuya infancia
transcurriera al aire libre? ¿Es un canadiense?
¡Viene de la región de Mississipi? ¡Del Yowa, del Oregón
ó de California?¿De las montañas, de las praderas, de los bosques?
¿Es un marino que ha recorrido los mares?
Vaya donde vaya, hombres y mujeres lo acogen con sim-
patía,
Desean que los ame, los toque, les hable, y viva con ellos.
Su conducta es tan arbitraria como la de los copos de nieve,
sus palabras tan sencillas como las hierbas, su caballera, sin
peinar, rey de la risa y de la sinceridad,
Su lento andar, sus rasgos ordinarios, sus maneras ordi-
narias lo propio que sus emanaciones,
Estas emergen del extremo de sus dedos en formas nuevas,
Flotan en el aire que le rodea, con el olor de su cuerpo y
de su aliento, y también irradian de sus miradas.
¿Queréis que os describa un combate naval de los pasados
tiempos?
¿Queréis saber quién victorioso a la luz de la luna y
de las estrellas?
Oíd la historia tal como me fuera narrada por el padre de
mi abuela.
No eran cobardes, no, los tripulantes de la fragata enemi-
ga (me decía)
Su obstinado y aguerrido coraje era el de los ingleses
(No existe coraje más rudo ni más firme, nunca ha existido
ni existirá coraje mayor);
Era el anochecer cuando el buque enemigo nos saludó con
el primer cañonazo.
Nos abordamos en seguida, las vergas de los buques se
entrecruzaron, los cañones llegaron a tocarse,
Mi capitán tomó parte en la lucha como el más audaz de
sus subalternos.
Los cañonazos del enemigo nos abrieron varias vías por
debajo de la línea de flotación,
Dos cañones del primer puente de nuestra fragata esta-
llaron al romper el fuego, matando a los que se hallaban a su
alrededor.
Así continuó el combate durante el crepúsculo y luego en
las tinieblas,
A las diez de la noche, bajó el plenilunio, nuestras vías de
agua iban en aumento (ya teníamos más de cinco pies),El capitán de armas hizo subir a los prisioneros encerra-
dos en la cala de popa, para que se salvaran según pudieran.
Ahora los que circulan por las pasadizos, cerca de la Santa
Bárbara, son detenidos por los centinelas;Estos, al ver tantas caras extrañas, ya no saben de quién
fiarse.
Nuestra fragata arde por varios sitios,El enemigo nos grita: ¿Os entregáis?¿Arriáis la bandera?
Suelto la risa al oir la voz de mi capitán que contesta a toda
voz: ¡No! ¡No la arriamos!
¡Ahora comenzaremos nosotros!
No nos quedan más que tres cañones:
Con uno, nuestro capitán apunta al palo mayor de la fra-
gata enemiga,
Los otros dos, cargados de metralla, barren los puentes, y
hacen callar su mosquetería.
Desde las cofas, algunos tiradores secundan el fuego de
nuestra pequeña batería,
Su tiroteo continúa durante toda la acción.
Ni un instante de tregua:
Las vías de agua vencen las bombas, el incendio avanza
hacia los polvorines,
Un cañonazo hace estallar una de nuestras bombas de
agua;
Todos creen que nos hundimos.
El pequeño capitán conserva su serenidad,
No se apresura, su voz es la misma de siempre,
Sus ojos nos vierten más luz que las linternas de combate.
Hacia las doce de la noche, bajo los rayos de la luna, se nos
rindieron.
La media noche se extiende inmensa y silenciosa.
Dos grandes cascos yacen inmóviles en las tinieblas,
Nuestra fragata se hunde lentamente, hacemos los pre-
parativos por pasar a la que hemos conquistado,
En el extremo de la popa el capitán imparte sus órdenes
fríamente, con el rostro blanco como un sudario,
Junto a él yace el cadáver de un niño de nuestra tripu-
lación,
Y la cara muerta de un viejo lobo de mar con sus largos
cabellos blancos y las guías de sus bigotes cuidadosamente
rizadas.Las llamas se asoman pro todos lados,
Se oyen las voces de dos o tres oficiales, atentos a su con-
signa,
Se ven montones de cadáveres y cuerpos, aislados pedazos
de carne y miembros esparcidos,
Cordajes rotos, aparejos que se balancean, y el ligero en-
trechocar de suaves ondas
Los cañones, negros e impasibles, restos de paquetes de
pólvora, un tremendo olor a carne quemada y a polvora.
Algunas grandes estrellas que brillan en la altura silencio-
sas y como enlutadas,
La brisa que llega en suaves hálitos, el relente que sabe á
los juncos marinos y a los prados que bordean la ribera, los
supremos mensajes confiados a los sobrevivientes,
El rechinamiento de la sierra del cirujano, los dientes de
acero que hieuden los tejidos vivos y los huesos:
Respiraciones silbantes, cloqueos agónicos, charcos sangui-
nolentos, la sangre que fluye a chorros, gritos instantáneos y
locos, largos y melancólicos gemidos:
Todo eso se ve y se oye: todo eso es un combate naval,
todo lo irreparable.
Sol insolente y glorioso, no tengo necesidad de tu calor,
Suspende tu trayectoria,
Tú solo iluminas las superficies, yo ilumino las superficies
y las profundidades,
¡Tierra! parece que buscas algo entre mis manos.
Dime, vieja coqueta: ¿qué quieres de mí?
Detrás de esa puerta alguien agoniza.
Yo entro en su habitación, tiro los cobertores al pie del
lecho, expulso al médico y al sacerdote.
Cojo entre mis brazos al moribundo, lo incorporo con irre-
sistible voluntad.
¡Desesperado—le digo—, he aquí mi cuello,
Dios me es testigo de que no quiero que muráis!
¡Suspendeos de mí, con todo vuestro peso!
Os dilato con un soplo formidable,
Lleno toda la habitación de fuerzas guerreras,
Fuerzas de cuantos me aman y resisten las atracciones de
la tumba.
¡Dormid! ¡yo y mis amigos os velaremos hasta el alba!
No temáis, la muerte no se atreverá a rozaros con sus alas.
Os he cogido entre mis brazos, sois mío;
Cuando despertéis mañana, comprobaréis la verdad de lo
que os digo. ¡Dormid!¡Mirad! no os ofrezco sermones ni pequeñas caridadesMe doy yo mismo cuando doy.
No pregunto quién sois, ni lo que hacéis o habéis hecho,
Nada podéis hacer, nada podéis ser, exceptuando lo que yo
encierre en vosotros.
Doy un beso familiar en la mejilla del esclavo que laborea
en las plantaciones de algodón y en la del obrero que limpia
las letrinas.Juro en mi alma que jamás renegaré de ellos.
Busco las mujeres aptas para la maternidad.
Pláceme hacerles grandes y vivaces hijos.
(Siembro en ellas la substancia de futuras y arrogantísi-
mas Repúblicas.)
He leído cuanto se ha escrito sobre el Universo,
Sé, por haberlo oído hasta saciarme, cuanto se ha dicho
desde hace millares de años,
No es muy malo para lo que es... pero ¿es eso todo?
Vengo para magnificar y para realizar,
No me opongo a las revelaciones especiales,
Considero que una espiral de humo, o un vello del dorso
de mi mano es tan admirable como cualquiera revelación,
Los bomberos, enfocando las bombas o subiendo por sus
escalas, no me parecen inferiores a los dioses guerreros de la
antigüedad,
Es estercolero, las inmundicias, me resultan más prodigio-
sas que todo lo que se sueña,
Lo sobrenatural no lo es más que de nombre;
Yo mismo espero la hora en que seré uno de los seres su-
premos,
Día vendrá en que yo haré tanto bien como los más gran-
des, en que los igualaré en maravilla,
¡Vedme! Desde ya me convierto en un creador,
Desde ya integro el seno misterioso de la sombra.
Estos innumerables y buenos hombrecillos que trotan á
mi alrededor, metidos en sus cuellos y en sus trajes coludos
Sé muy bien quienes son (no son gusanos ni pulgas),
Reconozco en ellos a mis iguales, el más débil y vacío es
tan inmortal como yo,Lo que hago y digo les atañe igualmente,
Cada idea que relampaguea en mí, relampaguea igual-
mente en ellos.
Sé perfectamente hasta dónde llega mi egolatría,
Sé lo omnívoros que son mis versos, no dejo por ello de
escribirlos;
¡Quienquiera que seáis, mi anhelo sería elevaros a mi
propio nivel!
Yo no he hecho mi poema con las palabras de la rutina,
Lo he hecho como una brusca interrogación, abalanzándo-
me más allá de las cuestiones, a fin de ponerlas al alcance de
todos;He aquí un libro impreso y encuadernado; pero ¿y el ti-
pógrafo? ¿y el aprendiz de la imprenta?He aquí fotografías admirables; pero ¿y vuestra mujer
ó vuestro amigo, opreso entre vuestros brazos?He aquí una negra nave, acorazada de hierro, con sus po-
tentes cañones sobres sus torrencillas; pero ¿y el coraje del
capitán y de los mecánicos?
He aquí las casas con las mesas puestas de sus comedores
en la hora de la comida; pero y ¿el señor y la señora de la
casa, y las miradas que irradian sus ojos?He aquí el cielo; pero ¿y lo que hay debajo de él, en esta
puerta, en la de enfrente y al extremo de la calle?
La historia está llena de santos y de sabios; mas ¿y vos-
otros?Está llena de sermones, de credos, de teologías; mas ¿y
el insondable cerebro humano?Y finalmente, ¿qué es la razón? ¿qué es el amor? ¿qué es la
vida?
Sacerdotes de todos los tiempos, de toda la tierra, yo no
os deprecio,
Mi fe es la más vasta y tenue de las fes—es como la cauda
de un cometa—, abarca todos los sistemas y las inmensida-
des zodiacales,Abarca los cultuos antiguos y los cultos modernos y todos
los que fueron entre los antiguos y los modernos.Creo que volveré sobre el haz de la tierra despuús de pasa-
dos cinco mil años.Espero las respuestas de los oráculos, honro a los dioses,
saludo al sol,Convierto que en fetiche la primera roca o el primer tronco
que encuentro a mi paso, realizo encantamientos con anillos
mágicos;Ayudo al lama o al bracmán a preparar los lampadarios de
sus altares,Me incorporo a las procesiones fálicas, o gimnosofistas,
trenzando bailes litúrgicos a lo largo de los caminos,
Vivo en la austeridad y en el éxtasis, en medio de los
bosques,Bebo el hindromiel en copas craneanas, admiro los Shastas
y los Vedas, reverencio el Corán,Me paseo en el teokallis manchado con la sangre de los
sacrificios, redoblando un tambor hecho con una piel de ser-
piente;
Acepto los Evangelios, acepto al que fué crucificado, sé,
sin duda alguna, que es divino,Me arrodillo durante la misa, o me levanto para acompa-
ñar en la oración de los puritanos, o permanezco frecuente-
mente sentado en un banco de la Iglesia,Deliro y espumarajeo en un
acceso de demencia, o espero
como muerto a que mi espíritu despierte,
Paseo mis miradas sobre las losas y por el paisaje, o más
allá de las losas y del paisaje,Soy uno de los que avanzan por el círculo de los círculos.
Ha llegado la hora de que me explique. ¡Levantémonos!
Dejo de lado todo lo conocido,¡Adelante! ¡Hacia lo desconocido! ¡Os proyecto a todos,
hombres y mujeres, como piedras de la honda de mi pro-
pio yo!
¿El reloj marca la hora? mas ¿qué es lo que marca la
Eternidad?Hasta ahora hemos agotado trillones de inviernos y de
veranos,Aun nos quedan trillones por agotar, y después de esos,
trillones y trillones más.
Los germinales nos han traído riquezas y diversidades,Otros nacimientos nos traerán nuevas riquezas y diversi-
dades nuevas.
Yo no llamo grande a esto ni pequeño estotro,Lo que llena su período y ocupa su lugar es igual a cual-
quiera otra cosa.
Soy una cumbre de cosas realizadas y soy el receptáculo
de todo lo que será.
A medida que me elevo, los fantasmas se inclinan detrás
de mí,Lejos, muy lejos, en lo más profundo, percibo el enorme
vacío primordial, sé que he pasado por él,Sé que he esperado, permanente e invisible, adormecido
en litúrgicas brumas,He dado tiempo al tiempo, sin que me dañara el fétido
carbono,Infinidades de infinidades he permanecido latente, estre-
chamente comprimido, esperando.
Inmensos han sido los preparativos de mi desarrollo,Fieles y amigos han sido los brazos que me han sostenido.
Ciclos de edades han columpiado mi cuna, remando, reman-
do siempre como gozosos bateleros;Las estrellas se han abierto a mi paso, en sus órbitas
procesionales,Han preservado en alumbrarme, velando las latencias de
mi porvenir.
Ya existía, antes de nacer en molde humano,Para que mi embrión se trocara en ser consciente,La nebulosa se había cuajado en un orbe:Los estratos geológicos se apilaron unos sobre otros,Las generaciones de vegetales, clorofiliaron la atmósfera,¡Y los saurios monstruosos lo transportaron en sus fauces,
depositándolo delicadamente!Todas las fuerzas han actuado continuamente para mi
perfección y mi encanto,Y ahora estoy aquí, con mi alma potente.
Mi sol tiene su sol, a cuyo alrededor gira dócilmente.Gira con sus camaradas en un círculo superior,Y mayores sistemas giran alrededor de astros más grandes
que contienen pequeñas manchas;No hay reposo, no lo habrá jamás:Si yo, vosotros y los mundos y cuanto existe dentro y
sobre ellos quedáramos reducidos a una pálida y fletante ne-
blina, eso no tendría importancia a la larga.Volveríamos seguramente al estado actual,¡Iríamos seguramente a las lejanías donde vamos, y des-
pués más lejos, siempre más lejos!
Sé que soy superior al tiempo y al espacio, sé que nunca
he sido medido, que no lo seré jamás.
Soy el vagabundo de un eterno viaje (¡venid a escuchar-
me todos!)
Me reconoceréis en mi blusa impermeable, en mis recias
botas y en mi bastón, cortando en los bosques,
Ninguno de mis amigos se arrellana en mi sillón,
No tengo sillón, ni iglesia, ni filosofía,
No llevo a nadie al hotel, a la biblioteca ni a la Bolsa,
Conduzco a todos, hombres y mujeres, a la cumbre de un
montículo,
Allí, enlazando con la mano izquierda el talle de mi acom-
pañante,
Le muestro, con la diestra, paisajes, continentes, y la ruta
abierta para todos.
Hoy, antes del amanecer, subí una colina y contemplé el
estrellado cielo,
Y dije a mi espíritu: Cuando hayamos abarcado todos los
orbes y saboreado el placer y la ciencia de todas las cosas que
contienen, ¿nos sentiremos colmados y satisfechos?
Y mi espíritu contestó: No, habremos alcanzado esas al-
turas
para sobrepujarlas y continuar nuestra marcha.1
Oigo bien los problemas que me planteáis ahora.
En verdad os digo que no puedo contestaros; vosotros mis-
mos debéis encontrar y daros la respuesta.
Soy el maestro de los atletas.
Aquel que, por mi enseñanza, muestra un pecho más ancho
que el mío, prueba la amplitud de mi pecho,
Honra más mi estilo el que estudiándolo aprende a des-
truir al profesor.
Enseño a los demás a apartarse de mí, y sin embargo,
¿quién podría apartarse de mií?
En adelante, quienquiera que seáis, seguiré vuestros pasos,
Mis palabras clavarán sus aguijones en vuestras orejas,
hasta que las comprendáis.
«El que quiere el retorno vital—dice Kierkegaard—ese es un hombre.» Y el Zaratustra de Nietzsche agrega: Si esa ha sido la vida, viva mosla una vez más.—(A.V.)
Ninguna sala de herméticas ventanas, ninguna escuela
como no sea al aire libre, pueden comulgar conmigo,Más fácilmente que ellos lo consiguen los vagabundos y
los niños.
El obrero joven es el más íntimo de mis íntimos, el que
mejor me conoce,
El leñador que lleva su hacha y su cántaro también me
llevará con él,El mancebo que trabaja en los campos siente una sensa-
ción de bienestar al arrullo de mi voz,Mis palabras zarpan con los vapores, nostálgicas de todos
los mares,Amo pasar los días con los pescadores y los lobos del mar.
Digo que el alma no es más que el cuerpo,Digo que el cuerpo no es más que el alma.Nada, ni el mismo Dios, es más grande para cada cual que
su propio ser,Digo que quienquiera que anda doscientos metros sin sim-
patía, marcha envuelto en un sudario a sus propios funerales,Y yo, vosotros, sin tener un céntimo en el bolsillo pode-
mos adquirir lo más precioso de la tierra,Y mirar con los ojos u observar una habichuela en su
vaina, confunde la ciencia de todos los tiempos,Digo que no existe oficio ni empleo en cuyo desempeño el
que se obstina no pueda convertirse en un héroe,Mi objeto, por vil o endeble que parezca, que no pueda
trocarse en eje de la rueda universal;
Y digo a cualquier hombre, a cualquier mujer: «¡Que vues-
tra alma conserve su serenidad, el dominio de sí misma ante
un millón de universos!»
Y digo a la humanidad: «No seáis curiosos respecto de Dios.Yo que tengo tantas curiosidades, no tengo ninguna acer-
ca de El.»(Ningún lujo verbal podría expresar mi tranquilidad en lo
que atañe a Dios y a la muerte.)
Oigo y veo a Dios en cada objeto.No obstante, confieso mi infinita incomprensión de Dios.Y lo que comprendo menos todavía, es qué es lo que podría
ser más prodigioso que yo mismo.
¿Por qué he de tener deseo de ver a Dios mejor de lo que
actualmente le veo?Veo algo de Dios en cada una de las veinticuatro horas, y
actualmente le veo?Veo algo de Dios en cada una de las veinticuatro horas, y
también en cada minuto,Veo a Dios en el rostro de los hombres y en el de las mu-
jeres, y en los espejos cuando reflejan mi faz,En las calles y en los campos, por todos lados, encuentro
cartas que Dios ha dejado caer.Cartas firmadas con su nombre y su rúbrica, que dejo
donde las hallo, porque sea cual fuere el rumbo de mis pasos,
sé que otras y otras llegarán puntualmente hasta mí, por los
tiempos de mis tiempos.
Cuanto a ti, ¡oh Muerte! y tú, amargo abrazo de la cambian-
te materia, es inútil que tratéis de alarmarme.
¡Oh Vida! no ignoro que eres el residuo de incalculables
muertos.(Yo mismo, antes de nacer esta vez, seguramente ya había
muerto más de diez mil veces.)
¿Qué murmuráis en las lejanías? ¡Oh estrellas de los cielos!
¡Oh soles! ¡Oh hierbas de las fosas! ¡Oh perpetuas transferen-
cias y desarrollos!Si vosotros calláis, ¿cómo podría yo decir algo?
Vosotros los que me escucháis, ¿tenéis algo que decirme?Miradme a la cara en tanto aspiro la fluida caricia del
anochecer.(Habladme sinceramente, nadie nos escucha, no puedo es-
perar más que un minuto.)
¿Estoy en contradicción conmigo mismo?De acuerdo, es verdad que me contradigo.(Soy vasto, contengo multitudes.)
El gavilán desciende como un dardo hasta rozar mis gue-
dejas; me acusa de facundia y de pereza.
Y soy tan montaraz como él, y tan inexplicable;Hago repercutir mis salvajes ladridos por encima de los
tejados del mundo.
Los últimos resplandores del día se ofrecen a mis ojos,Proyectan mi imagen tras de las otras—tan verdadera
como la que más—en el desierto invadido por la sombra,Me empujan mimosamente hacia la bruna y el crepúsculo.
Me alejo como el aire, sacudo mi cabellera blanca hacia el
sol poniente.Arrojo mi carne a los remolinos, la dejo aventarse en es-
pumosas fibras.
Me doy al barro para renacer en las hierbas que amo,Si en adelante queréis volverme a ver, buscadme bajo las
suelas de vuestros zapatos.
Nunca sabréis lo que soy ni lo que significo.Sin embargo, para vosotros yo seré la salud,Purificaré y fortificaré vuestra sangre.
Si no podéis alcanzarme en seguida, no os descorazonéis;Si no me halláis en un punto, buscadme en otro,¡Yo estoy en algún lado, esperándoos!
Canto del hacha
I
Arma de forma bella, arma desnuda y pálida,
De cabeza extraída de las entrañas de la madre,
Cuya carne es de madera, y el hueso de metal, con tu úni-
co miembro de tu labio único.
Tu hoja gris azulosa crecida en la hornaza calentada al rojo,
tu mango nacido de una ínfima simiente que se sembró,
Reposas entre la hierba que te rodea,Arma que se tira, y en la que uno se apoya.
Formas potentes y atributos de formas potentes, oficios,
espectáculos y rumores viriles.
Larga serie variada y emblemática, jirones de música,
Dedos de organista mariposeando sobre las teclas del gran
órgano
II
Bienvenidos todos los países, cada uno según su naturaleza:
Bienvenidos los países del pino y de la encima,
Bienvenidos los países del limonero y de la higuera,
Bienvenidos los países del oro,
Bienvenidos los países del trigo y del maíz, bienvenidos
los de la uva.
Bienvenidos los países del azúcar, y del arroz,
Bienvenidos los países del algodón, los de la papa blanca
y de la batata,
Bienvenidas las montañas, las pampas, los arenales, las
selvas, las praderas,
Bienvenidas las tierras fértiles, que bordean los ríos, las
planicies, las brechas,
Bienvenidos los partizales desmesurados, bienvenidos la
tierra fecunda de los vergeles, el lino, la miel, y el cáñamo,
Pero tan bienvenidos sean los demás países de dura faz,
Tan ricos como los países del oro, del trigo y de los frutos,
Países de minas, países de rudos y viriles minerales,
Países de la hulla, del cobre, del plomo, del estaño y del
cinc.
Países del hierro, países de la materia de que es hecha el
hacha.
III
Junto a la pila de madera hay una bola contra la cual está
apoyada el hacha.
A su lado se eleva la choza silvestre: una viña trepa por
encima de la puerta, un pequeño espacio ha sido talado para
trocarlo en jardín,
El golpeteo irregular de la lluvia sobre las hojas, hase
apaciguado después de la tempestad.
Una lamentación gemebunda se deja oir por intervalos re-
cordando la del mar;Piensan en naves cogidas por la tempestad, tumbadas de
costado, con sus mástiles rotos,
Se recuerdan las enormes vigas de las cortijos de otros
tiempos,
Las imágenes y las narraciones que describen las travesías
aventureras de hombres, de familias y de bienes,
Se imagina su desumbarque, la fundación de nuevas co-
lonias,La navegación de los que buscaron una nueva Inglaterra
y la descubrieron; sus comienzos,
Los establecimientos de Arkansas, del Colorado, de Otta-
wa, de Willamette,Los lentos progresos, la carne flaca, el hacha, la carabina,
la bolsa de cuero para las travesías a caballo;
Y luego la belleza de todos los seres aventureros y audaces,
La belleza de los montaraces y de los leñadores con sus
claros rosros incultos,
La belleza de la independencia, de la partida, de las accio-
nes que no se apoyan más que en ellas mismas,
El desdén del americano por los decretos y las ceremonias,
la impaciencia ilimitada ante toda coerción,
La libre tendencia del carácter el relámpago a través de
los tipos tomados al azar, la solidificación;
El carnicero en el matadero, los hombres a bordo de las
goletas, el almadiero, el pioner,
Los leñadores en sus cuarteles de invierno, el alba en los
bosques, los ribetes de nieve en las ramas de los árboles, y de
tanto en tanto el ruido seco de un crujimientos;
Vuestra propia voz que suena clara y gozosa, la alegre can-
ción, la vida natural en los bosques, el fuerte trabajo de cada
jornada;El fuego que llamea al anochecer, el gusto delicioso de la
comida, la conversación, la cama hecha con ramas de pino, y
la piel de oso.
El empresario de construcciones trabajando en las ciuda-
des o en cualquier lado,
El trabajo preparatorio del garlopaje, de la escuadría, del
aserramiento, del amojonamiento;
El montaje de las vigas que se colocan en su sitio, posán-
dolas regularmente,
El ajustamiento de las grandes vigas, en las entalladuras,
según el modo con que fueron preparadas,
Los martillazos, las actitudes de los obreros, las flexiones
de sus miembros;
Inclinados, de pie, a horcajadas en las vigas, claveteando,
agarrados a los postes y a los tirantes,
Sosteniéndose con un brazo mientras el otro maneja el
hacha,
Los entarimadores que ajustan las maderas del piso para
clavetearlas después,
Sus aposturas, al abatir de arriba abajo sus armas contra
las planchas,
Los ecos de sus golpes retumbando en el edificio vacío.
El enorme almacén que construyen en la ciudad y que ya
está muy adelantado,
Los seis carpinteros, dos en medio y dos en cada extremi-
dad, llevando con precaución sobre sus espaldas un gran trozo
de madera que servirá de travesaño;
Los equipos enfilados de albañiles con la llana en la diestra,
elevando rápidamente el largo muro que ya mide sesenta
metros desde la fachada al fondo.
Sus espaldas que suben y bajan con agilidad, el continuo
chischás de las llanas sobre los ladrillos,
Los ladrillos, asentados unos tras otros con una destreza
tan segura, y fijados con un golpe de mango de la llana,
Las pilas de materiales, el mortero, las mezclas de cal y
arena continuamente batidas por los operarios;
Los obreros que hacen los mástiles en los astilleros, en en-
jambre de los aprendices, ya hombres hechos,
El vaivén balanceado de sus hachas para tallar el cuadrado
trozo de madera y redondearlo en forma de mástil,
El breve y seco crujido de acero, entablando al sesgo el
pino,
Los copos, color manteca, que vuelan en grandes astillas
ó en cintas,
El movimiento flexible de los brazos jóvenes y musculosos
y de las caderas dentro de las blusas,
El constructor de muelles, de puentes, de escolleras, de
diques, de almadías, de rompeolas,
El bombero de las ciudades, el incendio que estalla de
pronto en el barrio más poblado,La llegada de las bombas, los gritos roncos, los hombres
que avanzan rápidos y osados.El vigoroso mandato transmitido por los clarines, el des-
plegamiento en línea de carga, los brazos que suben y bajan
para traer el agua,
Los chorros finos, espasmódicos, de un blanco azuloso, la
colocación de los ganchos y de las escaleras con sus accesorios,
El estrépido de las paredes que se minan y de los techos
que se derrumban si el fuego arde debajo,Los rostros iluminados de la multitud que observa, la clari-
dad violenta y las sombras espesas.
El forjador en su forja y el que usa el hierro después de él;
El que fabrica el hacha grande o pequeña, el que la suelda
y el que la templa,
El que sopla sobre el acero frío y prueba su filo pasándolo
por el pulgar,
El que da forma al mango y la fija sólidamente en su en-
garce;Las siluetas procesionales de los que se han servido de ella
en el pasado;
Los artistas primitivos y pacientes, los arquitectos y los
ingenieros,
El edificio asirio y el edificio de Mizra perdidos en las
lejanías,Los lictores romanos precediendo a los cónsules,
El antiguo guerrero de Europa con su hacha, en los com-
bates,El arma enhiesta, los hachazos que resuenan sobre el casco
que cubre la cabeza del enemigo;El alarido de muerte, el cuerpo de pronto ablandado que se
desploma, el amigo y el enemigo que se precipitan,Los vasallos insurreccionados que se aprestan al asedio
resueltos a conquistar sus libertades,La fortaleza intimada a rendirse, la puerta asaltada, la
truega y el parlamento.
El saqueo de una ciudad antigua,
Los mercenarios y los partidarios que se precipitan furiosa-
mente en el desorden,
Rugidos, llamas, sangre, borracheras, locura delirante,
El pillaje de los tesoros en las casas y en los templos, los
gritos de las mujeres abrazadas por los bandidos,Las pillerías y las depredaciones de los que marchan detrás
de los ejércitos, los hombres que corren, los ancianos que se
lamentan,La guerra infernal, la crueldades de la fe,La lista de todos los hechos y de todas las plabras, justas
ó injustas, prohibidas bajo pena de muerte,El poder de la personalidad justa o injusta.
¡Músculo y corazón para siempre!
Lo que vigoriza la vida vigoriza la muerte,
Y los muertos progresan tanto como progresan los vivos,
Y el porvenir no es más cierto que el presente;
Pues la rudeza de la tierra y del hombre contiene tanto
Como la delicadeza de la tierra y del hombre,Y nada perdura excepto las cualidades del individuo.
¿Qué es, pues, lo que vosotros creéis que perdura?
¿Creéis que una gran ciudad subsiste?
¿O un estado manufrcturero desbordante de productos? ¿O
una constitución elaborada? ¿O los vapores más sólidamente
construídos?
¿O los hoteles de granito y de hierro? ¿O no importa qué
obras maestras hechas por ingenieros? ¿O los fuertes, o los
armamentos?
¡Quitad de ahí! Esas cosas no deben ser amadas por sí
mismas,
Ellas llenan un momento; por ellas es que bailan los dan-
zantes y los músicos ejecutan;
El cortejo pasa, todo eso entretiene y satisface segura-
mente,
Todo eso resulta negocio y ganancia, hasta que irradia un
relámpago de desafío.
Una gran ciudad es la que posee los hombres y las mujeres
más grandes,
Aunque no poseyera más que algunas chozas miserables,
aun sería la más grande de las ciudades del mundo.
El lugar donde se eleva una gran ciudad no es aquel que
Posee extensos muelles, almacenes de carga y descarga, ma-
nufacturas y pirámides de productos,
Ni el lugar donde incesantemente se saluda nuevos foras-
teros, ni donde se levan anelas para los que parten,
Ni el lugar de los más altos y regios edificios, y de los co-
mercios en los que se trafica con los productos de todas las
demás partes del mundo,
Ni el lugar de las mejores escuelas y bibliotecas, ni el
lugar donde el dinero abunda más,
Ni el lugar donde la población es más numerosa.
Allí donde se levanta la ciudad que posee la raza más
musculosa de bardos y de oradores,
Allí donde se eleva la unidad que es adorada por ellos, y
que en gratitud los adora y los comprende,
Allí donde no existe monumento alguno erigido a los hé
roes si no en las palabras y en los actos de la comunidad,
Allí donde la economía ocupa su lugar y la prudencia el
suyo,
Allí donde los hombres y las mujeres dan poca importan-
cia a las leyes,
Allí donde la esclavitud desaparece, y el amo de esclavos
desaparece,
Allí donde el pueblo se subleva instantáneamente contra
la imprudencia eterna de los elegidos,
Allí donde los hombres y las mujeres se abalanzan a ellos,
Como el océano, al silbido de la muerte, desencadena sus olas
impetuosas,
Allí donde la autoridad exterior nunca entra mas que pre-
cedida por la autoridad interna,
Allí donde el ciudadano es siempre la cumbre y el ideal,
donde el presidente, el alcalde, el gobernador y sus secuelas
son agentes asalariados,
Allí donde a los niños se les enseña a ser ellos mismos su
propia ley, a no contar más que con sus solas fuerzas,
Allí donde la igualdad de alma impera en los negocios,
Allí donde las especulaciones espirituales son estimuladas,
Allí donde las mujeres andan por las calles en procesiones
públicas al igual de los hombres;
Allí donde se eleva la ciudad de los amigos más fieles,
Allí donde se eleva la ciudad de la fuerza de los sexos,
Allí donde se eleva la ciudad de los padres más sanos,
Allí donde se eleva la ciudad de las madres de cuerpos más
bellos,
¡Allí se levanta la Gran Ciudad!
¡Cuán miserables resultan los argumentos frente a un ges-
to de desafío!
¡De qué modo el florecimiento material de las ciudades se
encoge ante la mirada de un hombre o de una mujer!
Todo aguarda o se descalabra hasta que aparece un ser
fuerte;
Un ser fuerte es la prueba de la raza y de las posibilidades
del Universo,
Hombre o mujer, cuando aparece, las materialidades se es-
tremecen de respetuoso temor,
Cesan las disputas sobre el alma,
Las viejas costumbres y las formulas viejas son confron-
tadas para renovarlas o abandonarlas
¿Qué objeto tiene ahora vuestra búsqueda del dinero?
¿Para qué os podría servir ahora?
¿Qué significa vuestra respetabilidad?
¿Qué valen, ahora, vuestra teología, vuestra enseñanza,
vuestra sociedad, vuestras tradiciones, vuestros códigos?
¿Dónde están ahora argucias respecto del alma?
Un estéril paisaje recubre el mineral; no lo hay más rico
á despecho de su mísera apariencia;
He aquí la mina, he aquí los mineros,
He aquí el fuego de la forja, la licuación se opera, los for-
jadores están en sus puestos con sus tenazas y sus martillos,
Lo que siempre ha servido y sirve siempre, el hierro,
está pronto.
Nada ha servido mas útilmente que el hierro: ha servido
á todos.
Ha servido a los griegos, de lengua elegante e inteligencia
sutil, y antes de los griegos
Ha servido para construir edificios que han durado más
que todos,
Ha servido a los hebreos, a los persas, a los indús de los
tiempos más remotos,
Ha servido a los que construyeron chozas de tierra en los
bordes de Mississipi, ha servido á aquellos cuyos restos repo-
san en la América Central,
Ha servido á los templos bretones levantados en los bos-
ques, sobre las llanuras, con sus pilares sin desbastar, y á
los druidas,
Ha servido a las hendiduras artificiales, vastas, altas, si-
lenciosas, que se ven en las nivosas colinas de Escandinavia,
Ha servido a los que, en tiempos imposibles de conjetu-
rar, grabaron sobre muros de piedra esbozos del sol, de la
luna, de las estrellas, de las naves, de las ondas del Océano,
Ha servido para abrir las rutas por donde irrumpieron los
godos, ha servido a las tribus pastorales y a las nómadas.
Ha servido a los lejanos celtas, ha servido a los osados pi-
ratas del Báltico,
Ha servido antes que a todos a los hombres venerables é
inocentes de la Etiopia.
Ha servido para fabricar los timones de las galeras de pla-
cer y los de las galeras de combate,
Ha servido para todas las grandes obras de la tierra y para
todas las grandes obras del mar,
Ha servido en los siglos medioevales y antes de los siglos
de la Edad Media.
No sólo ha servido para los vivos, entonces como ahora,
también ha servido para los muertos.
Veo al verdugo de Europa,
Se yergue enmascarado, vestido de rojo, con sus piernas
enormes y fuertes brazos desnudos,
Y se apoya sobre una pesada hacha.
(¿Cuál es el último de los que habéis hendido, verdugo de
Europa?
¿De quién es esa sangre que os moja y os pringa tanto?)
Veo el claro poniente de los mártires,
Veo descender los fantasmas de los cadalsos,
Fantasmas de señores difuntos, de soberanos descoronados,
de ministros acusados, de reyes caídos,
Rivales, traidores, envenenadores, jefes deshonrados, y
otros más.
Veo a los que, en todos los países, han muerto por la buena
causa,
Rara es su simiente; sin embargo, la cosecha no se
grará jamás.
(¡Guay de vosotros, oh reyes extranjeros, oh clérigos! La
secha no se perderá jamás, yo os lo aseguro.)
Veo el hacha completamente lavada de la sangre que la
cubría.
El hierro y la mancha están purificados,
No hacen correr más la sangre de los nobles de Europa, no
tronchan más los cuellos de las reinas.
Veo al verdugo que se retira por inútil.
Veo el cadalso desierto y enmohecido, no veo más al hacha
junto al tajo,
Veo, enorme y amistoso, el emblema de la potencia de mi
raza, la más grande de las razas.
(¡América! No me jacto de mi amor por ti,
Tengo lo que tengo.)
¡El hacha rebota!
La compacta selva tiembla de resonancias fluidas,
Ruedan y se prolongan, se elevan y cobran formas:
Choza, tienda, embarcadero, jalones,
Balancín, carreta, pico, tenazas, alfajía,
Balaustrada, horquilla, artesón, palote, paleta de locero,
tablero mural, rueda dentada,
Ciudadela, cielorraso, café, academia, órgano, sala de ex-
posición, biblioteca,
Cornisa, celosía, pilastra, balcón, ventana, torrecilla,
pórtico,
Azada, rastrillo, horquilla, lápiz, carruaje, bastón, sierra,
garlopa, mazo de madera, cala, mango de prensa,
Silla, cuba, esfera, mesa, ventanilla, ala de molino, marco,
piso,
Caja, cofre, instrumento de cuerda, navio, armadura de
edificio y todo lo demás,
Capitolio de los Estados y Capitolio de la nación hecha
de Estados,
Largas, imponentes ringleras de edificios flanqueando las
avenidas,
Hospicios para huérfanos, para pobres, para enfermos,
Vapores y veleros de Manhattan, peregrinos de todos los
mares.
¡Las formas se alzan!
Formas de todas las cosas para las cuales sirve el hacha, y
de los que se sirven de ella y de cuanto les rodea,
Los que talan los bosques y los que arrastran sus despojos
hasta Penobscoto Kennebec,
Los que habitan en cabañas en media de las montañas de
California o junto a los pequeños lagos o en el Columbia,
Los que habitan al Sur, en las riberas del Gila, del Río
Grande, las reuniones cordiales, los tipos y las diversiones.
Los que habitan a lo largo del San Lorenzo, o al Norte, en
el Canadá, o en los parajes del Fellwostone
, los que habitan
en las costas y a lo largo de las costas;
Pescadores de focas, balleneros, marinos de las regiones
árticas acostumbrados a abrirse paso entre los témpanos.
¡Las formas se alzan!
Formas de manufacturas, de arsenales, de fundiciones, de
mercados,
Formas de durmientes, de rieles unánimes,
Formas de travesaños de puentes, de vastas armaduras, de
vigas, de arcos,
Formas de flotillas de chalanas, de remolcadores, de barcos
hendiendo canales, lagos y rios,
Los astilleros naveles, las dársenas, a lo largo de los mares
del Levante y del Poniente, y tantas bahías y zonas retiradas,
Las carlingas de roble, las bordas de pino, la raíz de alerce
para las curvas,
Los barcos mismos sobre sus cascos, las hileras de anda
mios, los obreros trabajando dentro y fuera del casco,
Sus herramientas esparcidas por todos lados, el ancho tala-
dro, la barrenilla, la azuela, los pernos, el cordel, la escuadra,
el escoplo, el cepillo de carpintero.
¡Las formas se alzan!
La forma que se mide, asierra, cepilla, junta, pinta,
La forma del féretro en el que la muerte será acostada con
su sudario,
La forma que se ha destacado en columnas, en columnas
de cama, en las columnas del techo de la desposada,
La forma de la pequeña pila, la forma de la báscula, la
forma de la cuna del infante,
La forma del piso de la casa familiar donde conviven cor-
dialmente los padres y los hijos,
La formas del techo de la mansión donde habitan el hombre
y la mujer, jóvenes y felices, el techo que recubre la pareja
recién desposada,
El techo que resguarda la comida gozosamente preparada
por la casta esposa, y gustada gozosamente por el esposo
casto, con la alegria de haber concluido bien la jornada.
¡Las formas se alzan!
La forma del lugar en que se halla de pie el prisionero, en
la sala del tribunal, y de los que están sentados,
La forma del mostrador del bar sobre la que se apoyan el
joven alcoholista y el borracho viejo,
La forma de la escalera vergonzosa e irritada al contacto
de los pies que se esquivan bajamente,
La forma del silencioso canapé donde se ha ocultado la
miseria de la pareja adúltera,
La forma de la mesa de juego, con sus ganancias y sus
pérdidas diabólicas,
La forma de la tarima junto a la horca, para el asesino ya
juzgado y condenado, y el asesino que sube a ella, con el
rostro huraño y los brazos liados,
La autoridad a un lado en compañía de sus asesores, al
otro lado la multitud silenciosa, pálida de contenida emoción,
y la cuerda que se balancea.
¡Las formas se alzan!
Formas de puertas dando paso franco a todas las entradas
y las salidas,
La puerta que abre y cierra tras sí, apresurada y palpintan-
do al amigo, largo tiempo separado del amigo,
La puerta que deja pasar la buena o la mala nueva,
La puerta por donde el hijo abandonó la casa lleno de con-
fianza en sí,
La puerta por la que entró, después de una larga y escan-
dalosa ausencia, enfermo, consumido, despojado de su pureza
y sus recursos.
La forma se alza por sí misma, el alma
Está menos protegida que nunca; sin embargo, más prote-
gidaque nunca,
Las ordinarieces y las manchas entre las cuales se mueve
no la tornan grosera ni sucia,
Cuando pasa conoce los pensamientos, nada le queda oculto,
Por ello no es menos previsora ni menos amistosa,
Es la más amada, sin excepción, no tiene por que temer ni
nada teme,
Los juramentos, las disputas, las canciones entrecortadas
de hipos, las palabras injuriosas no la ofenden ni las oye,
cuando ella pasa,
Ella es silenciosa, está llena de sí misma, nada de ello le
ofende,
Acepta eso como lo aceptan las leyes de la Naturaleza, ella
es fuerte,
También ella es una ley de la Naturaleza, y no hay ley
más poderosa que ella.
¡Las formas capitales se levantan!
Formas de la total Democracia y coronamiento de los siglos,
Formas eternamente proyectadas de otras formas,
Formas de ciudades viriles y violentas,
Formas de amigos y de constuctores de hogares alrededor
de la tierra,
¡Formas que abarcan la tierra y abarcadas por toda la
Tierra!
Mira tú que reinas victoriosa
Ahora que reinas victoriosa sobre las cumbres,
Desde las cuales contemplas, con poderosa frente, el
mundo
(El mundo, ¡oh Libertad! que inútilmente conspirara con-
tra ti),
El mundo, cuyos innumerables sitios y asaltos resistieras;
Ahora que culminas, dorada por el sol deslumbrador,
Ahora que avanzas con augustos pasos, sana, suave, fuerte
y floreciente,
En estas horas supremas para ti
Mira lo que te ofrezco:
No es un poema de continental orgullo, ni un himno exta-
siado y triunfal,
Te traigo un búcaro de estrofas, conteniendo las tinieblas
nocturnas y las llagas arrasadas de sangre.
Y los salmos de los muertos.
A un burgués
¿Qué es lo que pretendéis de mi? ¿Versos acaramelados?
Buscáis en mi obra las lánguidas y plácidas estrofas caras
á los burgueses?
¿Os ha parecido tan difícil seguiurme hasta aquí?
Pues bien: habéis de saber que no he cantado hasta ahora
ni cantaré jamás de modo que podáis seguirme y compren-
derme
(Yo he nacido de los mismos elementos que han engendra-
do la guerra; para mí el redoble de los tambores es una mú-
sica inefable, adoro el himno fúnebre y marcial,
Que acompaña con su lenta lamentación y sus convulsivos
sollozos los funerales del oficial);
¿Qué significa para un hombre como vos, un poeta como yo?
Dejad, dejad mis cantos:
Id a que os arrullen con lo que podéis comprender: aires de
baile y tonadillas de piano:
Yo no arrullo ni columpio a nadie, por lo mismo no po-
dréis
comprenderme jamás.
Año que tiemblas y vacilas ante mí
¡Año que tiemblas y vacilas ante mí!
El viento de tu estio fué bastante cálido; sin embargo, el
aire que respirábamos me pareció de hielo,
Una densa sombra se interpuso entre el sol y yo para en-
tenebrecerme;
¿Tendré que trocar mis triunfantes cantos? me dije a mí
mismo.
¿Tendré que aprender a cantar los fríos himnos fúnebres de
Los vencidos?
¿Y los salmos sombríos de la derrota?
Canto del Poeta
Escuchad, pues, mi romanza matinal, publico los signos
del Poeta:
Voy cantando de sol a sol por las granjas y las ciudades
que se encuentran a mi paso.
Un joven se me aproxíma, trayéndome un mensaje de su
hermano.
¿Cómo es posible que este joven conozca el sí y el cuándo
de su hermano?
Decidle que me mande los sinos que lo caracterizan.
Y me pongo frente a frente del joven, y cojo su diestra en
mi siniestra y su siniestra en mi diestra,
Y respondo por su hermano y por todos los hombres, y por
el que contesta por todos-el Poeta--, y envío estos augurios:
El es el que todos esperan, él es el que todos acatan,
Su palabra es decisiva y final,
El es el que aceptan, aquel en quien todos se bañan y en
quien se vislumbran como envueltos en luz;
El se sumerge en ellos como ellos se sumergen en él.
Las mujeres admirables, las más soberbias naciones, la
leyes, los paisajes, las gentes, los animales,
La profunda tierra y sus atributos, lo mismo que el Océano
y sus remolinos (así publico mi romanza matinal),
Todos los goces y los bienes, y el dinero y cuanto se ad-
quiere con dinero, él lo posee,
Las mejores granjas que otros abonan y siembran penosa-
mente, es él quien las cosecha;
Las ciudades más imponentes y lujosas que otros proyectan
y edifican, él es quien las habita;
Nada hay para nadie más que para él, toda cosa próxima
ó lejana es para él; los vapores distantes,
Los espectáculos y los cortejos que pasan por la tierra
perpetuamente, si son para alguien, son para él.
Establece las cosas en sus actitudes,
Con amor y plasticidad hace amanecer el día dentro de si,
Fija el tiempo, los recuerdos, los parientes, los hermanos,
las hermanas, el ambiente, los oficios, la politica, de tal guisa
que los demas ya no puedan envilecerlas ni dominarlas.
El es el Contestador;
A todo lo que puede contestarse contesta, a lo que no puede
contestar, enseña cómo no puede contestarse.
Un hombre es una intimación, un desafío.
(En vano trataríais de esquivaros; ¿no oís sus burlas y
sus risas? ¿No oís sus crónicos ecos?)
Libros, amistades, filosofías, sacerdotes, acción, placer,
orgullo, van y vienen en todos sentidos esforzándose en satis-
facernos,
El es el que enseña en qué consiste y dónde se halla la sa-
tisfacción, el que enseña lo que va y viene en todo sentido.
Cualquiera que sea el sexo, la estación o el lugar, puede ir
fresco, dulce, sin miedo, hacia los hombres, tanto de día como
de noche,
Posee el salvoconducto de los corazones, y la respuesta
que anhelan las manos ansosas asidas al aldabón de las
puertas.
Es el universal bienvenido, el gran río de la belleza no es
mejor acogido en parte alguna, ni más universal que él,
Es el que alegra el día y el que bendice la noche.
Toda existencia tiene su idioma, todas las cosas tienen su
idioma y su lenguaje,
El resuelve todas las lenguas en la suya, y la entrega a
los hombres; cualquier hombre puede traducirla y traducirse
igualmente;
Una parte no contradice la otra, él ve cómo se concilian,
es el conciliador.
El día de recepción en casa del Presidente, dicele con se-
renidad: ¿Cómo está usted, amigo?
Y al paria encorvado sobre su hoz en las plantaciones de
cañas de azucar, le dice: Buen día, hermano;
Y ambos lo comprenden y saben que habla como debe
hablar,
Se pasea con perfecta desenvoltura por el Capitolio,
Circula entre los miembros de Congreso, y un diputado
dice a otro: Ved aparecer a nuestro igual.
Los artesanos lo consideran artesano,
Los soldados presumen que es un soldado, los marinos
creen que ha hecho vida de mar,
Los escritores lo toman por un escritor,
Los artistas, por un artista,
Los leñadores reconocen que podría ser una de los suyos;
Cualquiera que sea la obra, es el que debe realizarla o el
que ya la ha hecho,
Cualquier que fuera la nación, podría encontrar en ella
hermanos y hermanas.
Los ingleses creen que su origen es inglés,
Los judíos opinan que es judío, los rusos que es ruso,
todos lo tienen por allegado, ninguno por extranjero.
En el café lleno de viajeros, si mira a alguien, éste lo con-
sidera de los suyos,
Italianos y franceses, alemanes, españoles e insulares cu-
banos, cada uno de ellos lo juzga compatriota suyo;
El mecánico, el marinero, sean de los grandes lagos o del
Mississipí, del San Lorenzo o del Sacramento, del Hudson ó
del estrecho de Paumanok, lo creen de su oficio y de su
región.
El gentilhombre de pura sangre reconoce su sangre per-
fecta,
El blasfemo, la ramera, el furioso, el mendigo, se recono-
cen en sus maneras cuando él da en imitarlos;
Ennoblece sus personas, transfigura sus abyecciones.
Medito en las indicaciones y en las concordancias del
tiempo;
Entre los filósofos, la maestría se mide según la potencia
de la salud, el más sano es el más sabio, maestro de maestros.
El tiempo avanza siempre dando lugar a nuevas formas,
Lo que revela al Poeta, es el grupo de entusiastas canto-
res que le rodea,
Las palabras de los cantores son las horas o los minutos
de la luz y de la sombra, pero las palabras del creador de
poemas son la totalidad de la sombra y de la luz;
El creador de poemas establece la justicia, la realidad, la
inmortalidad;
Su hímnica visión y su poderío, abarcan todas las cosas y
las razas humanas.
Constituye la gloria y la esencia de las cosas y de las
razas.
Los cantores no crean, sólo el poeta es creador,
Los cantores son acogidos con agrado, son comprendidos
en seguida, aparecen con frecuencia;
Raro es el día y más raro aún el lugar en que nace el crea-
dor de poemas, el Contestador;
A pesar de todos sus nombres insignes, semejante día no
amanece en cada siglo ni en cada período de cinco siglos.
Los cantores de los momentos sucesivos de los siglos sue-
len poseer nombres ilustres, pero el de cada uno de ellos es
un nombre de cantor;
Cantor de los ojos, cantor de las orejas, cantor de las ca-
bezas, cantor de las elegancias, cantor de las noches, cantor
de los salones, cantor de amores, cantor de fantasías y de
otras cosas.
Entretanto, como en todos los tiempos, las palabras de los
verdaderos poemas permanecen inexpresadas,
Las palabras de los verdaderos poemas trascienden la dis-
tracción
y el agrado de los auditorios;
Los poetas verdaderos no son los esclavos de la belleza,
Son los reyes augustos de la belleza;
Su verbo acuña las tres grandezas, la de los hijos, la de
los padres y la de las madres;
Las palabras de sus poemas son el coronamiento de los
heroísmos, el jubileo de la ciencia.
Instinto divino, amplitud de visión, salud, potencia corpo-
ral, aislamientos, razón legisladora,
Alegría, bochorno, solaz, pureza atmosférica, tales son al-
gunas de las palabras de sus poemas.
En el creador de poemas, en el Contestador, existen sub-
yacentes el marino, el viajero, el constructor, el geómetra,
el químico, el anatomista, el psicólogo y el artista; todas estas
variedades típicas existen subyacentes en el creador de poe-
mas, en el Contestador.
Las palabras de los verdaderos poemas os dan más que
muchos poemas,
Os brindan elementos para que vosotros mismos concibáis
poemas, religiones, política, guerra, paz, conducta, historia,
ensayos vida cotidiana y lo demás;
Equilibran las jerarquías, los colores, las razas, los credos
y los sexos,
No se esfuerzan por alcanzar la belleza, es ésta la que se
esfuerza en merecerlos,
Nostalgia de sus palabras, languideciente de amor, la be-
lleza sigue sus huellas gozosa y apresurada.
A pesar de preparar para la muerte, no son una conclu-
sión, sino un comienzo,
A nadie conducen a término alguno, no lo dejan en un
estado de satisfacción y de plenitud;
Aquel de quien se apoderan lo arrebatan con ellos al abis-
mo para contemplar la eclosión de los astros, para revelarle
el mundo de las significaciones,
Para volar con absoluta fe, para recorrer los infinitos cír-
culos y arrojar para siempre,
Como sidéreos lastres, todas las formas de quietud.
Inscripción para una tumba
Á Gorge Peabody, que legó diez y siete millones y medio de dólars para diversas fundaciones; muerto en 1870.
¿Qué podremos cantar en loor del que yace acostado en
esta tumba?
¿Qué tabletas, que epitafio suspenderemos debajo de tu
nombre, oh millonario?Ignoramos la vida que has vivido,
Fuera de los años que has pasado traficando, mezclado con
corredores y agiotistas,
Lejos del heroísmo de la guerra y de la gloria.
Silenciosa mi alma,
Con las pupilas bajas, meditaba en una suerte de espera,
Apartándose de todos los modelos de heroísmo y de todos
los monumentos de los héroes.
Entonces, a través de las perspectivas interiores,
Surgieron en una fantasmagoría (como las auroras borea-
les en la noche)
Cuadros fugaces como la llama, escenas incorpóreas, visio-
nes proféticas y espirituales.
En uno de ellos aparecía en una calle de una ciudad el
alojamiento de un obrero;
Era al anochecer, la vivienda resplandecia de limpieza, los
picos de gas ardían en la pureza del aire;
Veíase la alfombra pulcramente barrida y el fuego en la
cocina ardiendo alegremente,
En otra vivienda realizábase el sagrado drama del alum-
bramiento,
Una madre venturosa alumbraba felizmente en niño per-
fecto.
En aquélla, alrededor de un abundante desayuno,
Estaban sentados un plácido matrimonio en compañía de
sus hijos.
En otra visión, eran procesiones de niños, de a dos, de
á tres,
Encaminándose por distintas calles y caminos y senderos,
Hacia una escuela rematada por una gran cúpula.
En otra, un trio admirable:
Una abuela, con su hija y su nieta, unidas tanto por el
cariño como por la sangre, estaban sentadas
Conversando y cosiendo.
En otra, en una sucesión de imponentes salas,
Forradas de libros, de revistas, de diarios, de cuadros y de
objetos de arte,
Grupos de estudiantes, de obreros jóvenes y ancianos, de
modales honestos y coridales,
Leían o conversaban
Así fueron desfilando ante mi todos los espectáculos de la
vida obrera:
Los de la ciudades y los de los compos, los de las mujeres,
los de los hombres y los de los niños,
Sus necesidades satisfechas, matizadas de sol, y de alegría;
Los matrimonios, las calles, las manufacturas, las granjas,
las casas y las habitaciones amuebladas,
El trabajo y la fatiga, el baño, el gimnasio, los patios de
recreo, las bibliotecas, los colegios,
El escolar, niño o niña, en marcha hacia la inistrucción,
Los cuidados prodigados a los enfermos; calzado para los
descalzos, padres para los huérfanos,
Alimentos para las hambrientos, techo y cama y afecto para
los desamparados.
(Intenciones perfectas y divinas cuya realización detallada
correspondería a la humanidad.)
Hombre que yaces en esta tumba,
Por ti nacieron en mi mente esas escenas;
Bienhechor prodigioso, que igualas a la tierra en munifi-
cencia y en amplitud,
Cuyo nombre es como un continente con montañas, con
fértiles llanuras y corrientes de aguas.
No sólo a orillas de nuestras ondas, ¡oh ríos! debe perdurar
su nombre
No sólo entre tus riberas, ¡oh Connecticut!
Ni entre las tuyas, viejo Támesis, con toda la vida que
hormiguea en ellas.
Ni por las tuyas, Potomac, que riegas la tierra que hollara
Wáshington, ni por las tuyas, Patapsco,
Ni por las del Hudson, ni por las del interminable Mis-
sissipí;
No sólo entre vuestras riberas debe perdurar su nombre,
Sino más allá de los océanos, hasta donde mi inspiración
proyecta su memoria.
SEGUNDA PARTE
Canto de la Exposición
(¡Ah, qué poco caso se hace del que trabaja!
Sin embargo, su labor lo aproxima en secreto a Dios:
A El, el amoroso obrero a través del espacio y del tiempo.)
Después de todo, no se trata de crear ni de fundar sola-
mente,
Se trata de acarrear de muy lejos lo que ya fuera hallado,
De imprimirle nuestro carácter, nuestra propia personali-
dad ilimitada y libre.
De infundir una llama religiosa y vital en la materia turbia
y grosera,
De obedecer, lo mismo que de mandar, de seguir más bien
que guiar.
De no rechazar ni destruir, sino fundar, aceptar y reha-
bilitar;
Tal es lo que enseña el Nuevo Mundo,
Aunque aun sea muy poca cosa el Nuevo, y más grande,
¡Oh, cuánto más grande y más antiguo el Viejo Mundo!
De largo tiempo atrás la hierba ha crecido,
De largo tiempo atrás la lluvia ha venido cayendo,
De largo, muy largo tiempo atrás el globo está girando.
¡Ven, oh musa! emigra de Grecia y de Jonia;
Deja tus añejas rapsodias excesivamente admiradas,
Da al olvido la historia de Troya, la cólera de Aquiles, los
afanes de Eneas y los viajes de Ulises.
Pon Se alquila por mudanza en las rocas de tu nevado
Parnaso,
Haz lo propio en Jerusalén sobre la puerta de Jaffa y en el
monte Moriak,
Pon Se alquila en los muros de los castillos de Alemania,
de Francia, de España, y en los Museos de Italia:
Y vente al más vasto, activo y nuevo de tus dominios: un
grande, virgen imperio te espera y te llama.
Respondiendo a nuestro anhelo,
O más bien a un deseo largo tiempo incubado,
Unido a una natural e irresistible gravitación,
¡Hela aquí, que viene! Oigo el frou-frou de su falda,
Respiro la deliciosa y adorada fragancia de sus hálitos,
Admiro su andar divino, sus ojos curiosos abarcando la
inmensidad de esta escena.
¡Ella, la Reina de las Reinas! ¿Será posible que tus templos
antiguos, tus clásicas esculturas no hayan podido retenerte?
Que ni las sombras de Virgilio y de Dante, ni las miríadas
de recuerdos, de poemas, de amadas compañías de antaño
hayan podido magnetizarte y suspender tus pasos,
Que Ella lo haya abandoado todo y ahora esté aqui.
Permitidme ¡oh amigos! que os lo diga:
Yo la veo claramente aunque vosotros no la percibáis,
Es el mismo espíritu inmortal de la tierra,
La encarnación de la actividad, de la belleza, del heroísmo,
Que habiendo agotado la serie de sus temas primitivos
Viene hacia nosotros impulsada por todas sus evoluciones;
Sus temas antiquísimos sirven de ornamento de sus temas
actuales:
Ya se ha extinguido; sepultada en los tiempos su voz que
cantaba sobre la fuente de Castalia.
Mudos yacen los carcomidos labios de la Esfinge de Edipo,
silenciosas todas aquellas seculares ininteligibles tumbas.
Acabaron para siempre las epopeyas de Asia, desaparecie-
ron los guerreros de Europa y el canto primitivo de las
musas,
Enmudeció para siempre la inspiración de Calíope, muer-
tas vacen Clío, Melpómene, Talía;
Ya no resuena el gallardo ritmo de Una y de Oriana,
concluída es la búsqueda del Santo Graal;
Jerusalén es sólo un puñado de cenizas arrojadas al viento
dispersas.
Las marejadas guerreras de los cruzados son como fantas-
mas de media noche que se desvanecen antes del alba;
Amadís, Tancredo, han desaparecido, Carlomagno, Rolan-
do, Oliverio, ya no existen
De Palverino y el Orco no quedan sino sus nombres; dor-
midas yacen las torres que se reflejaban en las aguas del Usk;
Arturo y sus caballeros hnse desvanecido, Merlino, Lance-
loto y Galahael, disueltos en el aire como vapor.
¡Muertos! ¡Muertos! Lejano y para siempre muerto ese
mundo un día tan potente, ahora vacio, inanimado, mundo
fantasma;
Ese extraño mundo, tan deslumbrador, tan desenfrenado,
con sus leyendas y sus mitos originales.
Con sus reyes soberbios, sus sacerdotes, sus guerreros feu-
dales y sus cortejadas castellanas,
Ahora yace en la criptas de las catedrales con sus coro-
nas, sus armaduras, sus tocas y sus joyeles;
Sus blasones son las páginas de púrpura de Shakespeare,
Y su canto fúnebre la suave y melancólica poesía de
Tennyson.
Dejadme repetiros ¡oh amigos! que aunque vosotros no la
percibáis, yo veo a la ilustre emigrada (verdad es que ha
viajado y cámbiado indeciblemente, si bien continúa siendo
la misma de siempre)
Dirigirse hacia nosotros, rumbo a esta cita, a través del
tumulto de las multitudes,
Del estrépito de las maquinarias, del agudo silbar de las
locomotoras,
Sin espantarse ni desconcertarse ante los acueductos, los
gasómetros y los abonos artificiales,
Sonriente y bienaventurada, con la clara intención de de-
tenerse.
¡Hela aquí, que se instala entre la batería de cocina!
¿Mas qué digo? ¿no estoy a punto de olvidar mi gen-
tileza?
Permite que te presente a la Extranjera (acaso para otra
cosa vivo y canto yo), ¡oh Columbia!
Bienvenida seas tú en nombre de la Libertad, ¡oh inmortal!
Unid vuestras manos,
Y a partir de este instante honraos como amorosas her-
manas.
¡Tú, oh Musa, nada temas! Nuevos días y vidas nuevas te
acogen, te circundan,
Una raya insólita, original en sus singularidades, te rodea;
Y sin embargo, es la misma antiqísma raza humana, la
misma dentro y fuera.
Son los mismos corazones, los mismos rostros, los mismos
sentimientos, las mismas aspiraciones,
El mismo viejo amor, la misma belleza y los mismos usos.
No formulamos censuras coutra ti, Viejo Mundo, ni en rea-
lidad nos separamos de ti;
(¿Querría un hijo separase de su padre?)
Mas volviendo las miradas a tu pasado, recorriendo tus
trabajos y tus grandezas, viéndote construir y crear a lo largo
de las edades.
Sentimos ahora la voluntad de construir y de crear.
Más soberbia que las tumbas de Egipto,
Más bella que los templos de Grecia y de Roma,
Más altiva que la catedral de Milán con sus estatuas y su
flecha,
Más pintoresca que los torreones del Rhin,
Pensamos edificarte, desde este día, por encima de todas
esas antigüedades,
No una tumba más, sino tu Gran Catedral, ¡oh Industria!
La Gran Catedral de las invenciones prácticas y de la vida.
Como en una lúcida visión,
Al par de mi canto veo elevarse el nuevo prodigio;
Complázcome en detallar sus múltiples pisos y secciones.
Alrededor de un palacio más bello y más amplio que todos
los de las pasadas épocas.
(Moderna maravilla de la Tierra que sobrepuja las siete de
la Historia.)
Surge majestuoso piso tras piso, con sus fachadas de hierro
y de cristal
Alumbrando al sol y al cielo con las variedades de sus ma-
tices, bronceado, lila, púrpura, azul, verde mar, carmesí,
Con su cúpula dorada sobre la que deberán flotar bajo tu
bandera, ¡oh Libertad!
Los pendones de los Estados y las banderas de todos los
pueblos,
Y una pléyade de palacios esplendorosos, algo más peque-
ños, haciendo las veces de diadema.
A lo largo del interior de sus muros se exhibirán todos los
objetos y los utensilios inventados por el humano ingenio;
No sólo el mundo de los trabajos, de los oficios y de los
productos habrá de exponerse allí, también los obreros del
mundo deberán estar representados.
Allí podréis seguir en todos sus cursos,
Y diligentes transformaciones, los grandes alumbramien-
tos prácticos de la civilización;
Allí, ante vuestros ojos, la materia mágicamente cambiará
de forma;
El algodón será cosechado como en su propio campo,
Luego, secado, limpiado, desgranado, embalado, hilado y
tejido,
Veréis a los operarios usar todos los métodos, desde los
más antiguos a los modernos,
Veréis todas las variedades de cereales, la fabricación de
las harinas y la cocción del pan;
Veréis los minerales brutos de California y de Nevada fluir
y refluir por las cañerías, hasta trocarse en lingotes,
Veréis el arte del tipógrafo y aprenderéis a componer,
Observaréis con estupor la prensa Hoe, cuando giran sus
cilindros proyectando las hojas impresas con un movimiento
rápido y continuo;
La fotografía, el modelo, el reloj, la aguja, el clavo serán
hechos ante vosotros,
En vastos y tranquilos «halls»
un magnífico museo des-
arrollará la lección inacabable de los minerales,
En otos, las maderas, las plantas, las vegetaciones;
En otros, los animales, la vida de los animales, sus des-
arrollos y sus metamorfosis.
Un majestuoso Oratorio será la Sala de Música;
Otos serán dedicados a las diversas Artes, la Enseñanza
y las Ciencias, tendrán los suyos.
Ninguna será olvidada, todas habrán de ser estimuladas y
honradas.
(¡Oh América! Estos palacios serán tusPirámides y tus
Obeliscos,
Tu faro de Alejandría, tus jardines de Babilonia,
Tu templo de Olimpia.)
Los hombres y las mujeres, ¡tan innumberables! que no tra-
bajan,
Vendrán aquí a rozarse con los que laboran tanto,
Para ambos será el provecho, para ambos la gloria:
Provecho y gloria para todos,
Para ti, ¡oh América! ¡Parati, Musa inmortal!
¡Allí habitaréis vosotras, potentísimas matronas!
Allí, en vuestros más vastos dominios, más ilimitados que
todos los de antaño,
Y de allí—para que los ecos los dilaten allende los más
remotos siglos—
Cantaréis en cantos diversos y altivos los novísimos temas;
Cantos de paz y de fecundo esfuerzo; cantos de la vida del
pueblo, coreados por los propios pueblos,
Engrandecidos, iluminados, impregnados de paz, de segura
y entusiasta paz.
¡Basta de temas guerreros! ¡Basta de guerras!
¡Desaparezcan de mi vista, para nunca más verlos, los ten-
dales de cadáveres mutilados y ennegrecidos!
Aquel desenfrenado infierno ávido de sangre, propio de
tigres selváticos y de lobos hambrientos, antes que de seres
racionales,
Sustitúyelos con tus fructíferas campañas, ¡oh Industria!
Con tus ejércitos y tus máquinas impertérritas,
Con tus estandartes de humo desplegados al viento,
Y el alto y clarísimo resonar de tus clarines.
¡Basta de fábulas antiguas!
Basta de novelas, de protagonistas y de dramas copiados
de las cortes extranjeras,
Basta de versos de amor azucarados de rimas, de intrigas
y aventuras de ociosos,
Propias de los banquetes nocturnos en los que los danzan-
tes se deslizan a los adormecedores acordes de la música;
Insanos placeres, extravagancias y deleites de los menos,
Sofocados por los perfumes, las libaciones, el color y las
lumiarias de los deslumbrantes plafones.
En homenaje vuestro, ¡oh verecundas y sanas hermanas!
Alzo mi voz reclamando para los poetas y para el Arte
temas más puros y grandiosos:
Temas que exalten la realidad y el presente,
Que enseñen a los hombres del pueblo la gloria de su des-
tino y de sus oficios cotidianos,
Que canten la canción de la actividad y de la química de
la vida,
Que aconsejen a todos, sin excepción, las labores manua-
les: labrar, escardar, sembrar, cuidar los árboles, los frutos,
las legumbres, las flores,
Velar para que cada hombre haga algo en realidad, lo mis-
mo que cada mujer,
Manejar el martillo y el serrucho (la sierra de doble
mango),
Estimular sus aficiones de carpintero, de modelador, de
pintor decorativo,
De sastre, de sastra, enfermero, palafranero y comisio-
nista,
Inventar alguna pequeña cosa ingeniosa, para simplificar
el lavado, la cocina, la limpieza,
No ser esclavo de la vieja rutinaria creencia que reputa
deshonrosa la «ayuda propia» en tales faenas.
Yo te traigo, ¡oh musa! todas las actualidades de esta
tierra, todos los oficios, todas las grandes o infimas fun-
ciones.
El trabajo, el sano trabajo, que hace sudar infinito, sin
reposo;
La viejas, las viejas cargas prácticas, los intereses y las
alegrías,
La familia, la parentela, la infancia, el marido, la mujer,
El bienestar de los hogares, la casa misma y todos sus
pertenencias,
El alimento y su conservación, la química inclusive,
Todo lo que contribuye a formar al hombre y a la mujer
de la clase media, fuerte, íntegro, de sangre pura, el indivi-
duo perfecto y longevo.
Cuanto lo ayuda a orientar su vida hacia la salud y la fe-
licidad y plasma su alma.
Para la eterna vida real del porvenir.
Y con todo ello, con todos los modernos vínculos, con los
descubrimientos y las comunicaciones internacionales,
Ofresco a tus ojos el vapor, los grandes expresos, el gas
el petróleo,
Verdaderos triunfos de nuestro tiempo, el cable trasatlán-
tico,
La vía férrea del Pacífico, el canal de Suez, los túneles del
monte Cenis, del Gottardo, del Hoosac, el puente del Broo-
klin.
Toda la tierra convertida en un hormiguero de vías férreas
y de derroteros navales, a través de todos los mares,
Y nuestra propia esfera, este mundo astronómico y su
bullir cotidiano.
Y tú, ¡oh América!
Por altos que se yergan tus hijos, tú te alzas más alta to-
davía, tú imperas por encima de todos,
Con la Victoria a tu izquierda y la Ley a tu derecha,
Tú, Unión, que todo lo contienes, que fusionas, absorbes
y toleras todo,
Tú eres la que yo canto ahora y siempre.
Tú también, tú eres un mundo,
Con todas tus regiones, inmensas, múltiples, diversas,
lejanas,
Transformadas por ti en una sola existencia, con una sola
lengua mundial.
Y un solo destino común.
Y con el encanto que infundes a tus convencidos minis-
tros del trabajo,
Yo evoco y encarno mis temas, y los hago desfilar ante ti.
Mira, pues, ¡oh América! (Mira tú también, inefable hués-
ped y hermana),
He aquí que para ambas avanzas tus aguas y tus tierras;
Mirad! Los campos y los granjas, las selvas y las monta-
ñas lejanas,
Avanzan en procesión;
El mismo mar viene hacia nosotros,
Mira las naves que hienden el tropel ilimitado de sus
olas;
Mira en la lejanía las velas blancas hinchadas por el vien-
to tachonando la verde y azul inmensidad;
Mira los vapores que llegan y los que parten,
Mira sus foscos y ondulantes penachos de humo.
Mira allá en el Oregón, allá, en el distante Norte y al
Oeste,
Mira en el Manic, en el lejano Norte y hacia el Este, los
alegres leñadores de tus bosques,
Blandiendo el hacha, jornada tras jornada.
Mira en los lagos el timonear de tus pilotos, los ademanes
de tus remeros,
Mira cómo se reuerce el fresno entre sus brazos muscu-
losos,
Mira allá cabe la hornaza y alrededor del yunque
El martillear de tus hercúleos herreros,
Mira el movimiento de sus brazos, al levantar en alto y al
abatir rítmicamente sus mazas que repercuten
Como un tumulto de risas.
Mira por doquiera el genio de la inventiva multiplicar las
patentes de invención,
Tus talleres y tus fundiciones ya edificadas, y las que es-
tán
en construcción,
Mira fluir las altas llamaradas de sus hornos en torrentes
de fuego.
Mira tus innumberables granjas hacia el Norte y hacia
el Sur
Tus opulentos Estados, del Este y del Oeste,
Los variados productos del Ohío, de Pensilvania, del Mis-
ourí , de Georgia, de Tejas y de los demás;
Mira el desbordamiento anual de tus cosechas: de trigo, azú-
car, aceite, maíz, arroz, cáñamo y lúpulo,
Tus trojes, tus trenes de mercancías y tus depósitos re-
pletos,
Los racimos que maduran en tus viñedos, las manzanas
de tus pomaredas,
Tus montes, tus rebaños, tus piaras, tus papares, tu car-
bón, tu oro, tu plata,
Y el inagotable hierro de tus minas.
Todo eso es tuyo, ¡oh sacra Unión!
Flotas, granjas, plantaciones, manufacturas, minas, ciu-
dades y Estados, el Mediodía y el Sur,
Todo te lo dedicamos, ¡oh temida madre!
¡Tú, protectora absoluta! ¡Tú, baluarte de todas las cosas!
Pues bien sabemos que tú, generosa como Dios, te prodi-
gas a todos y a cada cual,
Que sin Ti, nada, completamente nada, ni tierras, ni
hogares, ni minas, ni naves, nada de lo que hoy existe esta-
ría
seguro,
Ninguna cosa segura, ni ahora ni nunca.
¡Y tú, Emblema que ondulas por encima de todo!
También tengo una palabra para ti (acaso podrá serte
útil,
¡Oh delicada belleza mía!
Recuerda que no has sido siempre como ahora, Reina
venturosa,
Yo te he visto tremolar en escenas muy distintas de la
actual.
No intacta ni límpida ni florida como ahora en tu seda
inmaculada;
Yo te he visto colgar en pedazos de una asta rota,
Y oprimida con desesperada mano contra el pecho de un
joven alférez,
Anhelada y defendida con salvaje rabia en mortales cuer-
pos a cuerpos,
Te vi, te he visto en medio de locos entreveros, entre el
tronar de los cañones, el clamoreo de las injurias, de los gemi-
dos, de los alaridos de dolor y las secas y ásperas descargas de
los fusiles,
Hundiéendote y apareciendo de nuevo entre las masas de
furiosos demonios que surgían jugándose la vida a cada paso,
sucios de fango, enrojecidos de sangre,
Sí, belleza mía; por eso, y para que como ahora pudieras
flamear en paz allá en lo alto,
Yo he visto enterrar muchos bravos.
Ahora todo lo que aquí vemos, las flores y los frutos de la
paz, son tuyos, ¡oh bandera!
Todo ello en adelante será para ti, ¡oh musa Universal!
¡Y tú estás aquí por eso!
¡De aquí en adelante, toda la obra y todos los obreros son
tuyos, oh Unión!
Ninguno se separará de Ti, nosotros y Tú somos una misma
cosa,
¿Pues qué es la sangre de los hijos sino sangre materna? Y
las vidas y las obras, ¡qué son, al fin, sino rutas que conducen
á la fe y a la muerte?
Si ahora reseñamos nuestras desmesuradas riquezas, lo
hacemos por Ti, madre querida,
Te confesamos que las poseemos todas y cada una de ellas,
indisolublemente unidas a Ti,
No creas que mi Canto y la Exposición se preocupen ex-
clusivamente de la abundancia de los productos y de la cuan-
tía
de las ganancias,
¡Los hemos hecho por Ti, por el alma eléctrica y espiritual
que hay en Ti!
¡Granjas, cosechas e invenciones las poseemos en Ti; tuyas
son las ciudades y los Estados!
Nuestra Libertad se apoya en Ti, En Ti confían nuestras
vidas.
El enigma
Ese algo que estos versos y cualesquieras otros versos no
pueden asir,
Que el oído más fino no puede oir, que el ojo más clarivi-
dente o el espíritu más sagaz no puede hacerse una imagen,
Que no es el saber, ni la gloria, ni la felicidad, ni la riqueza,
Que, sin embargo, constituye el latido de todos los corazo-
nes y de todas las vidas del mundo,
Que vos y yo y todos perseguimos siempre sin alcanzarlo
nunca,
Que está expuesto a la luz del día y permanece secreto,
realidad de las realidades, y a pesar de ello fantasma,
Que no cuesta nada, la tienen todos, y no obstante ningún
hombre es su poseedor,
Que en vano los poetas se esfuerzan en poner en verso y
los historiadores en prosa
Que los escultores nunca han esculpido, ni los pintores
pintado,
Que los cantores no han cantado nunca, ni los oradores y
actores recitado,
Ese algo es lo que invoco aquí y que exijo conteste al recla-
mo de mi canto.
Sin preocuparse del sitio, en los lugares públicos como en
las viviendas privadas o en la soledad,
Detrás de la montaña o del bosque,
Compañero de las calles más agitadas de la ciudad, en el
seno de la multitud;
Ese algo impera y proyecta sus radiaciones.
En las miradas de los niños inconscientes,
O extrañamente, en los féretros donde yacen los muertos,
O en las visiones del alba, o en las estrellas vespertinas,
Análoga a cierta ligera película de sueños que se evapora,
Ese algo se oculta, titubeando en desaparecer.
Dos palabras, dos pequeños soplos lo comprenden,
Dos palabras, pero en ellas se engloba todo, desde el prin-
cipio al fin.
¡Cuán ardientemente lo perseguieron los hombres!
¡Cuántas naves navegaron y se hundieron en su búsqueda!
¡Cuántos viajeros abandonaron su hogar y no tornaron más!
Qué suma de genio hase arriesgado por él!
Qué reservas incalculables de belleza y de amor perdidas
por él!
¡Las acciones más espléndidas realizadas desde que el
mundo es mundo se refieren a él!
Los horrores, los males, las batallas de la tierra, todos son
justificados por él!
Las fascinantes llamas que de él emergen, han atraído las
miradas de los hombres, en todos los tiempos y países,
Suntuosas como una puesta de sol en las costas de Norue-
ga, con el cielo, las islas y las escarpadas riberas,
¡O como las claridades inalcanzables y silenciosas de la
media noche septentrional!
Vago, y sin embargo cierto, es el enigma de Dios,
El alma existe por El, el Universo visible es su obra, y los
mismos cielos también.
Á un extranjero
¡Extranjero que pasas! No sabes tú el deseo ardiente con
que te miro,
Seguramente debes ser el que yo buscaba, o la que busca-
ba (paréceme recordarlo como a través de un sueño),
Seguramente hemos vivido juntos una vida gozosa, no sé
dónde,
Todo esto revive en el mismo instante en que rápidamente
nos cruzamos, fluidos, afectuosos, castos, maduros,
Hemos crecido juntos, eras un varón o una niña,
He comido y he dormido contigo, tu cuerpo ha dejado de
ser únicamente tuyo, no he permitido a mi cuerpo ser única-
mente mío;
Y me das el placer de tus ojos, de tu rostro, de tu carne,
en el momento de cruzarnos, y tomas en cambio el de mi
barba, de mi pecho y de mis manos,
No te diré una palabra, mas pensaré en ti cuando me halle
solo o cuando despierte de noche,
Esperaré, no dudando que nos encontraremos otra vez,
Y entonces, trataré de no perderte.
La duda terrible de las apariencias
Pienso en la duda terrible de las apariencias,
En la incertidumbre en que nos hallamos, pienso que quizá
somos juguetes de una ilusión.
Que acaso la esperanza y la fe no son más que especula-
ciones,
Que acaso la identidad de ultratumba sólo es una bella
fábula;
Quizá las cosas que percibo, los animales, las plantas, los
hombres, las colinas, las aguas brillantes y corrientes,
Los cielos del día y de la noche, los colores, las densida
des, las formas,
Quizá todas esas cosas no son (lo son seguramente) sino
apariciones, y que nos falta por conocer aún lo verdaderamen-
te real
(¡Cuántas veces estas cosas se desprenden de ellas mismas
como para confundirme y burlarme!
¡Cuántas veces pienso que yo ni hombre alguno sabemos
la menor palabra de ello!),
Pudiera ser que las cosas me parecieran lo que son (segu-
ramente no son sino aparentes) según mi criterio presente, y
que ellas so serían (seguramente resultaría así) tales como me
parecen ahora, quizá no serían nada consideradas con crite-
rios enteramente distintos.
Sin embargo, para mí estas cuestiones y otras del mismo
orden son curiosamente resueltas por los que me aman, mis
caros amigos:
Cuando el que amo camina conmigo o está sentado junto
á mí, oprimiendo largo rato mi mano con la suya,
Cuando el aire sutil, lo impalpable, el sentido que las pa-
labras y la razón no expresan, nos rodean y nos invaden,
Entonces me siento poseído de una sapiencia inaudita é
indecidble, permanezco silencioso, no pregunto nada,
No puedo resolver el problema de las apariencias ni el de
la identidad de ultratumba,
Pero me paseo o me detengo, indiferente me siento con-
tento,
El que oprime mi mano me ha serenado y satisfecho.
Del canto al Presidente Lincoln
Féretro que avanzas por las calles y los caminos,
Que avanzas noche y dia bajo la gran nube negra que en-
tenebrece la región.
Con la pompa de las enlutadas banderas, con las ciudades
tendidas de negro,
Con el espectáculo de los Estados, semejantes a mujeres
de pie, bajo sus velos de crespón,
Con las procesiones largas y sinuosas y las nocturnas an-
torchas,
Con las innumberables teas ardientes, por encima del océano
de las cabezas descubiertas,
Con el reposorio que aguarda y los rostros sombríos,
Con los himnos fúnebres que estremecen la noche,
Con los millones de voces que se expanden fortísimas y
solemnes,
Con todas las voces doloridas del coro fúnebre alrededor
del féretro,
Con las iglesias pálidamente iluminadas y las lamentacio-
nes de los órganos,
Entre el doblar de las campanas que tañen, tañen, tañen,
Toma, féretro que pasas lentamente,
Te ofrezco mi rama de lilas.
(No es para tu cadáver sólo,
Yo deposito flores y verdes ramas sobre todos los féretros
que pasan;
¡Oh muerte sana y sagrada! hace tiempo que quería dedi-
carte un canto tan fresco como el alba.
¡Oh muerte! te ofrezco búcaros de rosas,
Te cubro totalmente de rosas y de lirios precoces;
Mas ahora te brindo las lilas primerizas,
Rompo las ramas de los florecidos arbustos,
Y con los brazos cargados de ellas,
Te los brindo a ti y a todos tus féretros, ¡oh muerte!)
¿Cómo habré de cantar para este muerto amado?
¿Con qué ornaré mi canto en homenaje al alma grande y
dulce que se ha ido?
¿Qué aroma esparciré sobre la tumba del que amo?
Los vientos del mar que soplan de Oriente y de Occidente,
Que soplan del mar Oriental y del mar Occidental, hasta
arremolinarse allá, en las praderas,
Tales serán mis aromas y con ellos el soplo de mi canto,
Para perfumar la tumba del que amo.
¿Qué colgaré en los muros del panteón funerario?
¿Qué cuadros colgaré en los muros
Para adornar el mausoleo del que amo?
¿Colgaré los cuadros de la primavera que pasa, de las gran-
jas y de las moradas?
Con las puestas de sol de las tardes de Abril y sus traslú-
cidos esplendores,
Con las marejadas de oro amarillo del sol que ceaparece,
indolente, mágico fulgurante,
Con la hierba amarilla y suave bajo nuestros pies, y el fo-
llaje verde claro de los árboles prolíficos,
Y el luciente río rizado de trecho en trecho por la brisa,
Y los promontorios de las riberas, destacándose en el cielo,
Y la ciudad próxima, hormigueante de edificios con sus
enhiestas y humosas chimeneas,
Y las escenas de la vida, todas las escenas de los talleres,
y los gestos de los obreros que vuelven a su hogar.
La canción de la Muerte
¡Ven, muerte adorable y balsámica!
Ondula alrededor del mundo, acércate, muéstranos tu sere-
na frente,
Día y noche, sin olvidar a nadie,
Acércate, muerte delicada,
Loado sea el insondable universo.
Por la vida y la alegria que nos brinda, por los objetos, y
la ciencia de ellos,
Y por el amor—¡el delicioso amor!—
¡Loada seas! ¡loada! ¡loada!
¡Oh muerte, y el frío y seguro abrazo de tus manos!
Sombría madre que te deslizas a nuestra vera con apagados
pasos,
¿Nadie te ha cantado todavía un canto de entusiasta bien-
venida?
Si es así déjame que te glorifique sobre todas las cosas
Que te ofrezca un canto para decirte que cuando vengas lo
hagas sin desfallecer,
Acércate, fortísima libertadora,
Yo canto forzosamente a los muertos que me traes,
Canto el océano de amor que los lleva en sus ondas,
Bañados en las ondas de tu beatitud, ¡oh muerte!
De mí a ti revuelan gozosas serenatas,
Propongo danzas para festejarte, empavesamientos y fies-
tas en tu honor;
Para ti, los espectáculos al aire libre, bajo los plenos cielos,
La vida y las campiñas, y la enorme noche llena de reco-
gimientos,
La noche silenciosa bajo las palpitantes estrellas,
Las costas océanicas y las ondas de murmurios confiden-
ciales, como los que arrullaran mi niñez,
Y el alma que se vuelve hacia ti, ¡oh hmuerte! buscando tus
labios bajo los velos de tu crespón,
Y el cuerpo, que se estrecha, reconocido contra ti.
Por encima de los susurrantes bosques elevo mi canción
hacia ti,
Por encima de las ondas que suben y bajan, por encima de
los campos y de las praderas inmensas,
Por encima de todas las ciudades compactas y amontona-
das, por encima de los puertos y de las avenidas hormi-
gueantes,
¡Elevo esta canción hacia ti, oh muerte!
¡Con alegría! ¡Con alegría!
Á cierta cantante
Tomad esta estrofa,
La reservaba para algún héroe, orador o general,
Alguien que hubiera servido la vieja y buena causa, la gran
idea, el progreso y la libertad de la raza,
Algún bravo afrontador de déspotas, algún audaz rebelde,
Mas veo que lo que reservaba, os corresponde
Tanto como a cualquiera de ellos.
De lo más hondo de las gargantas del Dakota
(25 Junio 1876)
De lo más hondo de las gargantas del Dakota,
Región de los barrancos salvajes, del Sioux de piel bruna,
de la inmensidad solitaria, del silencio,
Se alzan hoy por azar fúnebres gemidos, retumba por azar
el clamor de los clarines en loor de unos héroes.
He aquí la crónica de la batalla:
Los indios han preparado una emboscada, su astucia triun-
fa, forman un círculo fatal,
Las tropas de caballería combaten hasta el fin con el más
inflexible heroísmo,
En el centro del pequeño círculo, parapetados detrás de
sus caballos muertos,
Custer cae con todos sus oficiales y sus soldados.
Así continúa la vieja, la vieja tradición de nuestra raza,
Lo que la vida tiene de más sublime exaltado por la
muerte,
La antigua bandera sostenida indefectiblemente.
¡Oh Lección oportuna! ¡Cuán grata al alma mía!
Mientras solitario y triste en estos días sombrios yacía
sentado buscando en vano un replandor, una esperanza que
rompiera la espesa negrura de la edad,
He aquí que surge, de regiones inesperadas, una prueba
repentina y salvaje
(Allá, en el centro, el sol caliente aún, aunque oculto,
La vida eléctrica anima siempre el centro)
¡Y reluce el surco de un relámpago!
Tú, cuyos leonades cabellos flotaban en las batallas,
Tú, a quien yo viera antaño, alta la frente, avanzar siem-
pre en primera fila, empuñando la espada,
He aquí que apagas bravamente en la muerte el ardos es-
pléndido
de tus hazañas
(No es un himno fúnebre el que te canto, es una estrofa
alegre y triunfal),
He aquí que terrible y glorioso, más terrible, más glorioso
que nunca en la derrota,
Después de tantos combates en los que nunca entregaste
un cañón ni una bandera,
Dejando tras de ti una memoria grata a los soldados,
Te aniquilas tú mismo.
Del mediodía a la noche estrellada
¡Tú, astro cenital, en toda la potencia de tu deslumbra-
miento! Tú, ardoroso mediodia de Octubre!
Que inundas de devorante luz la arena gris de la playa,
El mar próximo de roncos silbidos, con sus lejanas pers-
pectivas y sus espuumas escalonadas,
Con sus leonados regueros, sus sombras y su inmensidad
azul;
¡Oh sol replandeciente del mediodía! ¡Es para ti este canto
singular!
¡Escúchame, soberano!
¡Te habla el más agradecido de tus hijos, el que siempre
te ha adorado!
De pequeñueulo me arropaba en tu manto; más tarde feliz
chiquillo, solo a la orilla de un bosque, tus rayos, acaricián-
dome de lejos, bastaban para mi felicidad,
Y joven o viejo, en la plenitud de mis fuerzas, has sido
para mí, tal como te muestras hoy, mientras te dirijo mi
invocación.
(No puedes engañarme con tu silencio,
Yo sé que la Naturaleza se inclina ante el hombre digno,
Aunque no contesten con palabras, los cielos, los árboles
oyen su voz, y tú la oyes, ¡oh sol!
Cuanto a tus espantosos dolores, a tus perturbaciones, á
tus inesperados abismos y a tus gigantescos dardos de llamas,
Los comprendo porque yo también conozco esas llamas y
esas perturbaciones.)
Tú que difundes tu calor y tu luz fructificadoras,
Sobre las miriadas de granjas, sobre las tierras y las aguas
del Norte y del Sur,
Sobre el Mississipí de interminable curso, sobre las herbo-
sas llanuras de Tejas, sobre las selvas de Canadá
Sobre la tierra toda que vuelve su rostro hacia ti, brillante
en el espacio,
Tú que lo envuelves todo imparcialmente, los continentes
y los mares,
Tú que te prodigas a los racimos y a las hierbas locas y
las florecillas los campos,
Difúndete, difúndete, a través de mí y de mis poemas; de-
dícame
uno solo de los rayos fugitivos de tus millones de
millones,
Atraviesa estos cantos.
No limites a ellos solamente tu esplendor sutil y tu po-
tencia,
Reserva también algo para el día avanzado de mi ser,
dora mis sombras que se alargan,
Prepara mis noches estrelladas.
Iniciadores
Pienso cómo la tierra (donde aparecen por intervalos)
está provista de ellos.
Cuán caros y temibles son para la tierra,
Cómo la ganacia es igual para ellos que para los demás
—por paradójica que parezca su edad—,
Cómo la multitud responde a su llamado, a pesar de no
conocerlos,
Cómo hay algo de implacable en su destino, en todos
tiempos,
Como todas las epocas eligen mal los objetos de su adula-
ción
y de su recompensa,
Y cómo el mismo precio inexorable debe ser pagado toda-
vía
para la misma grande adquisición.
¡Jonnondio!1
Esta sola palabra es un poema, un himno fúnebre;
Sus sílabas me evocan cuadros extraños y brumosos, visio-
nes de desiertos, de rocas, de tempestades y de noches de
invierno;
¡Jonnondio!—Veo a lo lejos, hacia el Norte o al Oeste, en
largas torrenteras y montañas negras,
Por las cuales se deslizan, raudas como espectros crepus-
culares multitudes de jefe robustos, de brujos y de gue-
rreros.
(Raza de las selvas, de los amplios espacios y de las ca-
taratas,
Vocablo iroqués; significaba lamentación.
Ningún cuadro, ningún poema, ningún relato te legará al
futuro.)
¡Jonnondio! ¡Jonnondio!—Desaparecen sin que nadie los
recuerde, sin que los evoque nadie;
La actualidad se esfuma ante ellos, pueblos, granjas,
usinas, ciudades, se desvanecen;
Fuertes y veladas vibran un instante las sílabas autócto-
nas la palabra lamentación pasa en el aire
Y se hunde en el silencio para siempre jamás.
Los Estados Unidos a los criticos del Viejo Mundo
Aquí comenzamos por ocuparnos de los deberes del presen-
te, escuchamos, las lecciones prácticas,
Riqueza, orden, vías férreas, construcciones, productos,
abundancia;
Reforzamos los cimientos del más variado, eterno y vasto
de los edificios,
Del que se elevarán, andando el tiempo, las cúpulas orgu-
llosas,
Las flechas fortísimas y altivas, las flechas enhebradoras
de estrellas.
Hacia alguna parte
Mi sabia amiga, mi más noble amiga
(Sepultada ahora en una tumba inglesa, y a cuya querida
memoria dedico esta página),
Un día terminó así nuestra conversación: «El resumen de
todo lo que sabemos, de todas las intuiciones profundas
—Geología, Historia, Astronomía y Metafísica—,
Es que todos avanzamos, avanzamos lentamente, que todos
mejoramos.
Que la vida, la vida es una marcha sin fin, la marcha de
un interminable ejército 1(sin descanso posible),
Que el mundo, la raza, el alma, los universos en el espacio
y en el tiempo
Están en marcha, cada uno a su modo, hacia quién sabe
dónde; pero seguramente hacia algún lado...»
Media noche
He aquí tu hora, alma mía, la hora en que emprendes el
vuelo a través des éxtasis sin palabras,
¡Oh! Lejos de los libros, lejos del arte y de las arduas
jornadas;
Emerges de tu estuche, divinamente silenciosa, maravilla-
da, meditando los eternos y predilectos motivos:
La noche, el sueño, la muerte y las estrellas,
Espíritu que has plasmado esta naturaleza
(Escrito en el cañón del Colorado)
Espíritu que has plasmado esta naturaleza,
Estos ásperos y rojos amontonamientos de derrumbadas
rocas,
Estos picos temerarios que pretenden escalar el cielos,
Estas gargantas, estos riachos turbulentos y claros, esta
desnuda frescura,
Ver Bergson: L'Evolutión
Creactrice, cap. III, pág. 294.
Esta arquitectura bárbara y caótica, ordenada según sus
propias leyes,
Te conozco, espíritu salvaje—somos viejos amigos, más
de tres veces hemos comulgado juntos—,
En mí también impera esta arquitectura bárbara regida
por sus propias razones.
¿No han arrojado sobre mis poemas la acusación de inar-
tísticos?
¿Que no han sido creados según leyes rítmicas y delicadas?
¿Que habían dado al olvido la cadencia de los líricos, la
gracia de los templos clásicos con sus columnas y sus arcos
pulidos?
Pero a ti, espíritu salvaje que te revelas aquí,
Espíritu que has plasmado esta naturaleza,
Mis cantos no te han olvidado.
La abuela del Poeta
Os mira bajo su cofia de cuáquera, su faz es más límpida y
más bella que el firmamento.
Está sentada en un sillón, bajo el umbroso soportal de la
granja,
El sol pone un largo rayo de oro sobre su anciana cabeza
blanca.
La tela de su amplio vestido es color crema,
Sus nietos han cultivado el lino con que ha sido hecha,
sus nietas lo han tejido en la rueda familiar.
¡Vedla! Parece la melodiosa alegría de la tierra,
La nieta, más allá de la cual la filosofía no puede ni
quiere ir,
La madre ennoblecida de los hombres.
La Etiopía saludando a la bandera
¿Quién eres, mujer de negra faz, tan vieja que casi no
pareces humana?
Con tu blanca y lunosa cabeza envuelta en un turbante,
tus anchos y desnudos pies?
¿Qué haces erguida al borde del camino? ¿Saludar la
bandera?
(Fué mientras nuestro ejército costeaba los arenales y los
pinares de la Carolina,
Que tú, Etiopía, saliendo del umbral de tu cabaña, te ade-
lantaste hacia mí,
Hacia mí, que a las órdenes del esforzado Sherman mar-
chaba en dirección al mar.)
«Señor, hace cien años me robaron a mis padres,
Niñita, me cogieron como se cogen las fieras salvajes,
Luego, el negrero bárbaro, atravesando los mares, me
desembarcó aquí.»
No dijo más, pero permaneció allí todo el día,
Ora inclinándose ante los regimientos que pasaban,
Ora sacudiendo su fiera cabeza y dilatando sus ojos de
tinieblas.
Yo pensaba: ¿qué tienes, mujer fatal, que casi no pareces
humana?
¿Por qué sacudes tu cabeza bajo el turbante rojo, amarillo
y verde?
¿Tan extrañas, tan maravillosas son las cosas que ves ó
que has visto?
Luna hermosa
Baja tus miradas, luna hermosa, ilumina esta escena,
Vierte piadosamente las ondas de tu rumbo nocturno
Sobre estos rostros fantasmales, hinchados, violáceos,
Sobre muertos, tendidos de espaldas, con sus armas caídas
lejos de ellos;
¡Vuelca los replandores de tu nimbo inmensurado, luna
sagrada!
Reconciliación
¡Oh palabra, superior a todas las palabras, mágica como el
firmamento!
Bello es que la guerra y todas sus carnicerías sean con el
tiempo totalmente abolidas,
Que las manos de las dos hermanas, la Muerte y la Noche,
laven y relaven, tiernas y constantes, este mundo maculado;
Porque mi enemigo ha muerto, un hombre divino como yo
ha muerto;
Y miro el sitio en que yace extendido, inmóvil, dentro de
su féretro,
Me aproximo a él y me inclino hasta rozar con mis labios
el rostro pálido de mi enemigo.
Cuando estaba a tu lado
Cuando estaba a tu lado, compañero, apoyada mi cabeza
en tus rodillas,
Te hice una confesión, la misma que ahora te repito:
Sé que soy enemigo del reposo, que infundo a los demás
análoga enemistad,
Sé que mis palabras son armas de doble filo, armas mor-
tales,
Porque atacan la paz, la seguridad, el bienestar y todas las
leyes establecidas.
Me siento más resuelto desde que todos me han renegado
que lo que habría podido estarlo si todos me hubieran aceptado,
No me preocupo ni me he preocupado nunca de la expe-
riencia, de las precauciones, de las mayorías ni del ridículo,
La amenaza de lo que llaman infierno no es nada para mí;
Y la atracción de lo que llaman cielo no existe para mí;
¡Querido Compañero! Confiesa que te arrastro conmigo no
sé adónde, sin conciencía clara respecto de la finalidad de
nuestro viaje,
Sin saber si seremos victoriosos o totalmente vencido y
aniquilados.
¡Oh estrella de Francia!
(1870-71)
¡Oh estrella de Francia,
Que en la plenitud de tu esperanza, de tu fuerza y de tu
gloria
Fueras, durante tanto tiempo, como la nave capitana de
una flota,
El resto de un naufragio azotado por los trocado ahora
En hurancanes, en un pontón sin mástiles,
Desbordante de muchedumbres locas, furiosas, semisu-
mergidas,
Sin timón ni timonel!
¡Estrella obscurecida,
Orbe, no sólo de Francia, símbolo también de mi alma y
de sus más caras esperanzas,
Símbolo de la lucha, de la audacia, del divino y furioso
amor por la libertad,
Símbolo de las aspiraciones ideales, de los sueños de fra-
ternidad vivificados por los entusiastas,
Terror de los clérigos y los tiranos!
¡Estrella crucificada—vendida por traidores—,
Estrella agonizante sobre una región de muerte, sobre una
región heroica,
Extraña región, apasionada, frívola y burlona.
¡Desventurada! A pesar de tus errores, de tus vanidades,
de tus crímenes, no quiero aumentarte ahora,
Tus dolores y tus angustias actuales han borrado todas
tus manchas,
¡Te han sacramentado!
Es por haber mirado siempre alto y lejos—por encima de
tus errores—,
Por no haber querido venderte—fuere cual fuere la suma
ofrecida—,
Por haber despertado arrasada en lágrimas, en mitad del
sueño en que te sumergiera el narcótico imperial,
Por haber sido la única, entre tus hermanas—que lacera-
ras titánica a los mismos que te avergonzaban—.
Por no haber podido, por no haber querido sobrellevar las
habituales cadenas.
¡Es por todo ello que ahora te vemos lívida, crucificada
Y con la lanza hundida en el costado!
¡Oh estrella! ¡oh nave de Francia tanto tiempo desorienta-
da y zozobrante!
¡Valor, orbe en desgracia! ¡Oh nave, prosigue tu crucero!
Tan firme como la nave que nos lleva a todos, como la
misma Tierra,
Hija del Caos y del Fuego mortales, de cuyos vastos y fu-
riosos espasmos emergían al fin en su absoluta potencia y
hermosura,
Para proseguir su curso bajo sol,
¡Oh nave de Francia! ¡también tú así continuarás el tuyo!
El tiempo barrerá las nubes de tu cielo,
Un día alumbrarás el fruto de tus largas preñeces;
¡Entonces! Renacida, gigante, durmiendo la vejez de Eu-
ropa
(Emularás gozosa a nuestra América—la reflejarás en un
como remoto dúo—)
De nuevo tu estrella, ¡oh Francia! tu bella luminosa estre-
lla, más pura, más deslumbrante que nunca en la paz del
firmamento,
¡Esplenderá inmortal!
Países sin nombre
Naciones que fueron diez mil años antes que estos Estados,
y sendas veces diez mil veces antes de estos Estados,
Racimos copiosos de edades durante las cuales hombres
y mujeres semejantes a nosotros crecieron, lucharon y des-
aparecieron;
Como fueron sus ciudades, de vastas proporciones, sus
ordenadas Repúblicas, sus tribus pastorales y nómadas,
Como fueron sus anales, sus gobiernos, sus héroes, quizá
superiores a todos los héroes,
Como fueron sus leyes, sus costumbres, sus riquezas, sus
artes, sus tradiciones,
Sus matrimonios, su constitución física, sus mentalidades,
Como atendieron y practicaron la esclavitud y la libertad,
lo que pensaron de la muerte y del alma,
Cuáles de entre ellos fueron prudentes y espirituales,
Cuáles, bellos y poéticos, cuáles torpes y atrasados:
Nada sabemos de ellos, no dejaron huella ni testimonios
escritos, y sin embargo todo queda.
Sé que aquellos hombres y aquellas mujeres tuvieron su
razón de ser sobre la tierra, lo mismo que la tenemos nos-
otros
Sé que forman parte del plan del mundo, tanto como nos-
otros formamos parte actualmente.
Su gran lejanía en el tiempo no impide que yo lo vea cerca
de mi.
Los hay cuya faz ovalada refleja calma y sabiduría,
Los hay desnudos y salvajes, en multitudes semejantes á
enormes nubes de insectos,
Los hay bajo tiendas, pastores, patriarcas, caballeros, en
familias y en tribus,
Los hay merodeando por las selvas,
Los hay que viven en la paz de sus granjas, que saturan
las tierras, siembran, cosechan,
Otros atraviesan pavimentadas avenidas, entran en los
templos, en los palacios, en las bibliotecas, en las fábricas,
en las salas de exposiciones, en los tribunales, en los teatros.
¿Será posible que tantos millones de hombres hayan real-
mente desaparecido?
¿Será posible que esas mujeres llenas de la antigua expe-
riencia de la tierra hayan desaparecido?
¿Será posible que sus existencias, sus ciudades, sus artes
no tengan más tumbas que las de nuestra memoria?
¿Será posible que no hayan conquistado nada para ellos
mismos?
Yo creo que todos aquellos hombres y aquellas mujeres
que poblaron los países sin nombre, continúan existiendo aquí
ó allá, invisibles para nosotros,
Continúan existiendo según sus pretéritas normas vitales,
de acuerdo con lo que entonces sintieran, pensaran, amaran,
odiaran y obraran.
Creo que no desaparecieron totalmente aquellas naciones
ni ninguno de los que formaban parte de ellas, como no des-
aparecermos totalmente mi nación ni yo;
De sus idiomas, gobiernos, matrimonios, literaturas, pro-
ductos, juegos, guerras, costumbres, crímenes, prisiones,
esclavos, héroes y poetas,
Sospecho que algo subsiste y espera pacientemente en el
mundo aun invisible, algo equivalente a lo que se ha agregado
á ellos en la esfera sensible;
Sospecho que un día me será dado encontrarlos no sé
dónde,
Junto con todas las antiquísimas particularidades de aque-
llos países sin nombre.
Un espectáculo en el campo
Un espectáculo que he visto en el campo, al alba gris y
confusa:
Como saliera demasiado temprano de mi tienda, por no
poder dormir,
A pasos lentos, en el aire fresco del amanecer, llegué junto
á la ambulancia,
Entonces percibo tres cuerpos acostados en parihuelas, que
yacían allí sin que hubiera nadie a su lado;
Cada uno de ellos está cubierto por un amplio cobertor de
lana obscura;
Un gris y pesado cobertor lo envuelve y recubre todo.
Me detengo un momento en silencio;
Luego, delicadamente, levanto a la altura de la cabeza el
cobertor del primero, del más próximo:
—¿Quién eres, hombre maduro, tan descarnado y espantoso,
con tus cabellos grises y tus ojos hundidos?
¿Quién eres, querido camarada?
En seguida me acerco al segundo:—¿Y tú, quién eres,
hijo mío, mi pequeño hijo?
¿Quién eres tú, delicioso niño de mejillas todavía en flor?
Después paso al tercero. Su rostro no es el de un niño ni
el de un anciano; muy sereno, de un soberbio marfil blanco
amarillento.
—Joven—le digo—, creo reconocerte. Paréceme que esta
faz es la faz de Cristo,
De Cristo muerto y divino, hermano de todos, y que repo-
sa aquí de nuevo.
La cantante en la prisión
¡Oh visión de piedad, de vergüenza y dolor!
¡Oh pensamiento horrible! ¡Un alma aprisionada!
Vibraba el estribillo de un extremo al otro de la nave de la
prisión y hendiendo el techo se elevaba a los cielos,
En ondas de melodía tan pensativas, tan suaves, tan fuer-
tes, que nunca se habían escuchado otras iguales,
Volaban a lo lejos, hasta los oídos de los centinelas y de
los guardianes armados, los cuales se detenían en sus rondas,
Invadidos por un éxtasis y un temor solemnes que detenía
el latir de sus corazones.
Un día de invierno, cuando el sol declinaba ya en el hori-
zonte, por un estrecho corredor, en medio de ladrones y ban-
didos del país
(Los hay a centenares, sentados allí, asesinos de rostro en-
durecido, falsificadores reincidentes,
Reunidos los domingos, junto a la capilla de la prisión, y
rodeados de numerosos guardianes, sólidamente armados, que
los vigilan),
Una dama avanzó serenamente, llevando por la mano dos
inocentes niños,
Que hizo sentar a su lado, en taburetes, sobrer un estrado;
Luego, sentándose a su vez, tras un preludio quedo y me-
lodioso del piano,
Comenzó a cantar, con voz superior a todas las voces, un
himno añejo y singular:
—Un alma aprisionada por barrotes y ligaduras
Clama: «¡Socorro! ¡A mi!» retorciéndose las manos,
Sus ojos ya no ven, su pecho sangra,
Y no puede obtener perdón ni bálsamo de paz.
Sin cesar, recorre y cava su prisión,
¡Oh día de aflicción! ¡Oh noches desesperadas!
Ni una mano de amigo, ni una cara afectuosa,
Ni un gesto de bondad, ni una palabra de gracia.
No fuí yo quien cometió el crimen,
Fué el cuerpo implacable quien me forzó a ello;
Largo tiempo resistí con coraje,
Pero el cuerpo fué más fuerte que yo.
Cara alma aprisionada, defiéndete de nuevo,
Porque tarde o temprano vendrá, vendrá el perdón;
Para libertarte y restituirte a tu hogar,
La muerte, celeste perdonadora, un día llegará.
¡No eres prisionera, no más vergüenza ni angustia!
¡Parte, alma libertada por Dios!
La cantante calló,
La mirada de sus claros ojos tranquilos recorrió todos los
rostros anhelantes,
El mar extraño de esos rostros de presidiarios, un millar
de rostros hipócritas, brutales, cicatrizados y bellos,
En seguida, levantándose, avanzó entre ellos a lo largo del
corredor.
(Su vestido, cuyo fru-frú rompía el silencio, les rozaba al
pasar.)
Y desapareció con los dos niños en la obscuridad.
Entretanto, sobre todos, detenidos y guardianes armados,
antes que hicieran el menor movimiento,
(Los detenidos olvidando su prisión, los guardianes sus
pistolas cargadas),
Un minuto prodigioso de silencio y de emoción cayera
Cortado de sollozos semiosofocados, de llantos de criminales
estremecidos en lo profundo, y convulsivos suspiros de jóve-
nes, anegados por los recuerdos de hogar,
Recuerdos de la voz de la madre cantando los cantos fa-
miliares, de los cuidados de la hermana, de la infancia feliz;
Sus espíritus, de tiempos atrás cerrados, a abríanse de pronto
á las reminiscencias.
Minuto indecible aquel. Y más tarde, en las noches soli-
tarias, para muchos, muchísimos de los que allí estaban
Años después, hasta la hora de la muerte, el estribillo,
arrasado de tristeza, la tonada, la voz, las palabras,
Vibrarían de nuevo, de nuevo la grande y tranquila dama
pasaría a lo largo del estrecho corredor,
De nuevo sollozaría la melodía, y la cantante de la prisión
cantaría:
¡Oh visión de piedad, de vergüenza y dolor,
«¡Oh pensamiento horrible! ¡Un alma apasionada!»
Orillas del Ontario azul
A orillas del Ontario azul
Meditaba en los tiempos de la guerra y en la restaura-
da paz,
Y en los muertos que no vuelven,
Cuando un fantasma, gigante y soberbio, me abordó con
severa faz:
Cántame—me dijo—el poema que irrumpe del alma de la
América,
Cántame el canto de la Victoria,
Las marchas de la Libertad, las más potentes marchas;
Cántame antes de desaparecer el canto de los dolores de la
Democracia.
(La Democracia, la conquistadora que con sonrisas de miel
rodean labios traidores,
Que a cada paso que de la acechan la muerte y la des-
lealtad.)
Una nación se anuncia ella misma:
Yo constituyo el único desarrollo según el cual puedo ser
estimado;
No rechazo a nadie, acepto todo, y luego lo reproduzco
según mis propias formas.
Somos una raza cuya virtud se incuba en el tiempo y en los
actos,
Somos lo que somos, seres cuyo alumbramiento es una
contestación a todas las objeciones,
No blandimos como se blande un arma,
Somos potentes y terribles para nosotros mismos.
Somos ejecutivos, y suficientes en la diversidad de nos-
ostros mismos,
Somos los más admirables para nosotros mismos y en nos-
otros mismos.
Nos mantenemos en equilibrio sobre el centro de nosotros
mismos extendiendo nuestras ramas sobre el mundo,
Del fondo del Missorí, del Nebraska o del Kansas acoge-
mos los ataques con risas de desdén.
Nada es criminal para nosotros fuera de nosotros mismos,
Sobrevenga lo que sobrevenga, sea lo que fuere lo que se
nos manifiesta, sólo somos admirables o criminales en nos-
otros mismos.
(¡Oh madre, oh hermanas queridas!
Si nos perdemos, no será un vencedor extranjero el que nos
habrá destruído
Por nosotros mismos descenderemos en la noche eterna.)
¿Pensáis que no puede existir más que un solo soberano?
Pueden haber infinitos soberanos: uno no neutraliza al
otro,
Como un ojo que no ve no neutraliza el otro, o una exis-
tencia no neutraliza la otra.
Todo es accesible a todos.
Todo es para los individuos, todo para vosotros:
Ninguna condición os está vedada, ni la de Dios, ni nin-
guna otra.
Todo viene por intermedio del cuerpo, sólo la salud os
pone en communicación con el Universo,
Haced grandes individuos, los demás vendrá.
Toleramos a los que quieren practicar la piedad y la orto-
doxia,
Toleramos a los que desean ser pacíficos, obesos y sumisos,
Cuanto a mí, soy el que abruma de invectivas hombres
mujeres, y naciones, empujándolos irresistiblemente;
Soy el que les grita: «¡Saltad de vuestros sitiales, luchad
por vuestra vida!»
Yo soy el que recorre los Estados con una lengua dentada,
interrogando a cuantos encuentro:
¿Quiénes sois vosotros que solamente pedís un libro para
desposarlo con vuestra tontería?
(Con espantos y con gritos como si fueran tuyos,
¡Oh madre de innumerables hijos!
A una raza audaz, ofrezco estos furiosos clamores.)
¡Oh países míos! ¿querríais ser más libre que todos los que
han sido? Venid a escucharme:
Temed la gracia, la elegancia, la delicadeza, la civilización
Temed la muelle dulzura, la miel que se pega al paladar;
Desconfiad de la madurez mortal de la Naturaleza que
avanza,
Desconfiad de cuanto corroe la rudeza, de los hombres y
de los Estados.
Las edades, los antepasados han acumulado de largo tiem-
po atrás materiales sin dirección.
La América trae sus constructores y los estilos que la
caracterizan.
Los inmortales poetas de Asia y de Europa han realizado
su obra y pasado a otras esferas,
Nosostros tenemos que realizar nuestra obra, sobrepujando
cuanto han hecho.
Llena de curiosidad por los caracteres extranjeros, la Amé-
rica defiende los suyos a todo evento,
Se matiene a distancia, espaciosa, equilibrada, sana, inau-
gurando el verdadero uso de las cosas anteriores.
No rechaza el pasado ni lo que han producido bajo sus
formas.
Acepta la lección con tranquilidad, contempla el cadáver
que llevan lentamente de la casa,
Viendo cómo lo detienen un instante en el umbral y con-
siderando cuán proporcionado era a su época.
Cómo su vida ha pasado al robusto heredero que se apro-
xima,
El cual también será el más proporcionado a su época.
Estos Estados consituyen el más vasto de los poemas,
Aquí no se contempla solamente una Nación, sino una
Nación hormigueante de naciones,
Aquí las acciones de los hombres corresponden a las múl-
tiples realidades de día y de la noche,
Aquí aparece lo que se mueve en masas espléndidas sin
preocuparse de los detalles,
Aquí están los rudos y los pulidos, la amistad, el instinto
combativo que exalta el alma,
Aquí las ondas continuas de un cortejo, aquí las multitu-
des, la igualdad, la diversidad, que exaltan el alma.
¡Pueblo de los pueblos y de los bardos que los confir-
marán!
He aquí uno de ellos que levanta hacia la luz un rostro
nutrido por el Oeste;
Ha recibido de su estirpe la expresión de su faz, la ha re-
cibido de su padre y de su madre,
Sus elementos primordiales son las substancia, la tierra,
el agua, los animales, los árboles,
Su fondo común está construído igual, con sitio para todo,
sea próximo o remoto,
Acostumbrado a despreocuparse de los demás países, pues
él encarna su propio país,
Lo atrae hacia él en cuerpo y alma, se suspende a su cuello
con incomparable amor,
Hunde su músculo gential en sus virtudes y en sus de-
fectos,
Hace de modo que hablen por su boca sus cuidades, sus
comienzos, sus peripecias, sus diversidades, sus fuerzas,
Hace de modo que sus ríos, sus lagos, sus bahías desem-
boquen en él.
El Mississipi, con sus crecientes anuales y sus cambian-
tes saltos, el Columbia, el Niágara y el Hudson, se derraman
amorosamente en él.
Que se extienda la costa del Atlántico o que se extienda
la costa del Pacífico, él que se extiende con ella hacia el Norte y
hacia el Sur.
Abarca el espacio que media entre ellos el Este y al
Oeste, está en contacto con todo lo que existe entre ambos;
Emergen de él retoños equivalentes a los del pino, del
cedro, del abeto negro, del roble, de la acacia, del castaño,
del nogal, del álamo, del naranjo, de la magnolia,
Se entrelaza el bálago en él tan compactamente como en
cualquier juncal o patano,
Está tallado a semejanza de las montañas, con sus flancos
y sus cumbres, sus selvas del Norte cubiertas de un mantel
de trasparente hielo,
Fuera de él se dilatan campos de pastoreo tiernos y natu-
rales, como los de las sabanas y de las praderas,
A través de él pasan y se elevan vuelos, torbellinos gritos,
que contestan a los del quebrantahuesos, de la garza real y
del águila:
Su espíritu abarca el espíritu de su país, está abierto al
bien y al mal,
Abarca la esencias de las cosas reales, de los antiguos
tiempos y de la hora actual,
Abarca las riberas, las islas, las tribus de pielesrojas que
se acban de descubrir,
Las naves azotadas por la tempestad, los desmbarcos, las
instalaciones, embriones de grandeza y de vigor,
El altanero desafío del Año Uno, la guerra, la paz, el es-
tablecimiento de la Constitución,
Los Estado distintos, el plan simple, elástico, los inmi-
grantes,
La Unión, siempre pululante de individuos que la deni-
gran y siempre segura e inasible,
El interior inexplorado, las cabañas hechas con derribados
troncos, los desmontes, las bestias salvajes, los cazadores, los
ojeadores;
Abarca la agricultura en sus múltiples formas, las minas,
la temperatura, los nuevos Estados en gestación,
El Congreso que se reune anualmente en Diciembre, con
todos sus miembros que llegan de los puntos más distantes
del territorio,
Abarca los obreros y los aldeanos con su carácter noble,
sobre todo los jóvenes,
Celebra su manera de ser, sus vestimentas, sus amista-
des, sus gestos, propios de quienes nunca han conocido la
sensación de hallarse ante superiores,
La frescura y la sinceridad que emanan de sus rostros, la
resolución y la abundancia de sus cerebros,
El pintoresco descuido de sus aposturas, el furor que ma-
nifiestan ante cualquier injusticia,
Su verbo fácil, la alegría que les produce la música su cu-
riosidad, su buen humor, su generosidad, todos los elementos
que constituyen su carácter;
Abarca el ardor y el espíritu de iniciativa que prevalecen,
la amplísima afectuosidad,
La absoluta igualdad de la mujer y del hombre, el fluido
moviemiento de la población,
La flota soberbia, el libre cambio, las pesquerías, la pesca
de la ballena, las búsquedas del oro,
Las cuidades bordeadas de muelles, ls vías férreas y los
vapores entrecruzándose por doquiera,
Las manufacturas, la vida comercial, el maquinismo que
reduce la «mano de obra», el Nordeste, el Noroeste, el Sud-
oeste,
Los bomberos de Manhattan, los trueques del yanqui peri
llán, la vida en las plantaciones del Mediodia,
Las esclavitud—la conspiración traidora y criminal uridida
para instaurarla sobre los escombros del resto de la Unión—
¡El épico «excelsior» la lucha cuerpo a cuerpo! ¡Asesino!
¡No más tregua! ¡Tendrás que morir o moriremos nosotros!
¡Mirad! Allá en lo alto del cielo, en pleno día,
La libertad que retorna conquistadora del campo de batalla,
¿No veis la nueva aureola alrededor de su frente?
¿Aureola de fulgor relampagueante y terrible,
Como las llamas de la guerra y los surcos caprichosos de
los relámpagos?
¡Oh Libertad! Te veo erguida en una inmutable actitud,
Con tu mirada inextinguible, y tu extendida diestra,
Y tu pie encima del cuello del que te amenazaba—del ene-
migo totalmente aplastado bajo tus plantas—,
Del que, en su locura, lleno de arrogancia y del amenaza,
avanzara a grandes pasos hacia ti, empuñando el puñal
asesino,
Del fanfarrón de ayer, ebrio de orgullo y de confianza,
Trocado hoy en un despojo muerto—abrumado por el des-
precio de toda la tierra—
En una repugnante inmundicia arrojada a los gusanos del
estercolero.)
Otros consideran que el edificio ya está concluído, pero la
República está siempre en construcción, y ofrece nuevas
perspectivas;
Otros ornan el pasado; yo os orno a vosotros, ¡días del
presente!
¡Oh días del futuro! también creo en vosotros; es por vos
otros que me aislo;
¡Oh Améric! porque construyes para la humanidad, yo
construyo para ti.
¡Oh queridos canteros! yo voy a la cabeza de aquellos que
con decidida y sabia voluntad trazan los planes;
Con mano amiga yo conduzco el presente hacia el porvenir.
(¡Aplausos para cuantos en impetus de amor ofrecen hijos
sanos al futuro!)
¡Maldición al que se espasma sin preocuparse de los virus,
de los dolores, de los epantos y de las debilidades que trans-
mite!)
Al borde del Ontario yo escuchaba al Fantasma,
Oía su voz que se elevaba invocando a los bardos,
Los grandes bardos nativos capaces de fundir estos Estados
en el compacto organismo de una nación.
Es inútil mantener unidos a los hombres mediante una
carta, un sello o la violencia;
Sólo es fecunda la unión de los hombres cuando la anima
un principio vital, como el que organiza los miembros del
cuerpo o las fibras de los vegetales.
Entre todas las razas y las edades, estos Estados desbor-
dantes de arterial savia poética, son los más necesitados de
poetas;
Un día deberán poseer los más grandes, y tratarlos como
á los más grandes;
¡Sus presidentes más voceros resultarán mudos en com-
paración
de lo que sus poetas llegarán a ser!
(¡Alma de amor y lengua de fuego!
¡Ojo hecho para penetrar los más profundos abismos, y
para reflejar el mundo!
¡Ah! madre prolífica y ubérrima en todo lo demás, excepto
en esto, ¿por cuánto tiempo aún continuarás estéril, estéril?)
El poeta es el hombre constante y armónico de estos
Estados,
No es por él, sino cuando falta él, que las cosas parecen
grotescas, excéntricas, sin plentitud ideal,
Pues nada es bueno cuando no está en un sitio, nada es
malo cuando ocupa su lugar;
El aplica a cada objeto o cualidad las proporciones que la
convienen, ni más ni menos.
El es el árbitro de las diversidades, es la llave,
Es el justiciero de su tiempo y de su país,
Da lo que debe ser dado, rechaza lo que debe ser rechazado,
En tiempo de paz el espíritu de la paz habla por su boca,
Amplio, opulento, activo, construyendo cuidades populosas,
Estimulando la agricultura, las artes, el comercio,
Ilustrando el estudio del hombre, del alma, de la salud, de
la inmortalidad, del gobierno,
En tiempo de guerra, es el sostén más sólido de la guerra,
arrastra una artillería más eficaz que la de los ingenieros, cada
palabra que pronuncia ensangrienta;
Con su inquebrantable fe retiene los años que se extravian
por los senderos de la infedelidad,
No discute, juzga (la Naturaleza lo acepta absolutamente),
No juzga como juzgan los jueces, sino como el sol que ilu-
mina un objeto impotente,
Posee la fe más firme, porque en visión es la más teles-
cópica,
Sus pensamientos son himnos en loor de las cosas,
En las discusiones acerca de Dios y de la Eternidad, guar-
da silencio,
No presiente la Eternidad como un drama con su prólogo
y su desenlace,
Su Eternidad la ve en los hombres y en las mujeres.
Profeta de la Gran Idea, idea de individuos integrales y
libres,
El bardo marcha a la vanguardia de su época, guiando á
los guías,
Su actitud reconforta a los esclavos y horroriza a los dés-
potas extranjeros.
Jamás podrá extinguirse la libertad, jamás podrá retroce-
der la Igualdad;
Viven en los sentimientos de los jóvenes y de las mujeres
más grandes.
(Por algo es que las cabezas mas indomables de la tierra
siempre han estado prontas a caer en aras de la Libertad.)
Luchar por la Gran Idea,
¡Oh hermanos! es la misión de los poetas.
Que tengan siempre cantos de implacable desafío,
Cantos para armarse y para marchar,
Para que sea arriada la bandera de la paz, y en lugar del
pendón que conocemos,
Flote el estandarte guerrero de la Gran Idea.
(¡Airado trapo que he visto izar tantas veces!
Torno de nuevo a verme bajo la lluvia de las balas que
saludaran tus crujientes pliegues,
Te canto por encima de todo, mientras vuelas y me haces
señas, a través del combate, ¡oh el combate rabiosamente
disputado!
Los cañones abre sus bocazas vomitando un rosado re-
lámpago, las balas rasgan el aire con un grito,
El centro de la batalla desaparece entre la humareda,
A las salvas de los cañones contestan las descargas cerra
das de los fusiles,
Oíd; resuena la palabra ¡Cargad!
Ahora es el entrevero y los rugidos salvajes que enlo-
quecen,
Ahora los cuerpos caen convulsionados en tierra,
Fríos, helados de muerte, por ti, por tu preciosa vida,
Trapo airado que veo saltar y crujir allá en la altura.)
¿Querriais ser el poeta de estos Estados?
Augusto es el empleo, arduas las condiciones;
El que pretendiera enseñar aquí tiene que comenzar por
ejercitar bien su cuerpo y su espíritu,
Tiene que examinarse, armarse, fortificarse, endurecerse,
flexibilizarse.
Porque seguramente yo le interrogaré y numerosas y se-
veras serán mis interrogaciones.
¿Quién sois vos para pretender dirigiros y cantar a la
América?
¿Habéis estudiado a fondo su país, sus idiomas y sus cos-
tumbres?
¿Lo conocéis en su organismo, su cerebro, su política, su
geografía, su fiereza, su independencia, su amistad?
¿En sus fundamentos y en sus fines?
¿Habéis meditado el pacto orgánico celebrado el primer día
del primer año de la Independencia, firmado por los Comisa-
rios, ratificado por los Estados y leído por Wáshington ante
el ejército?
¿Poseéis la Consitución Federal?
¿Observáis bien a los que han dejado tras sí todas las ope-
raciones y los poemas de un mundo feudal para atribuirse los
poemas y las empresas de la Democracia?
¿Sois leal con las cosas? ¡Difundís lo que enseñan la tierra
y el mar, el cuerpo del hombre y el de la mujer, el amor y los
furores heroicos?
¿Habéis peregrinado al través de las costumbres efímeras
y de los objetos del favor popular?
¿Os sientís capaz de resistir todas las seducciones las lo-curas,
los torbellinos, las luchas salvajes? ¿Sois verdadera-
mente robusto? ¿Sois completa y verdaderamente del Pueblo?
¿No pertenecéis a un círculo? ¿A una escuela? ¿A una secta?
¿Estáis cansado de las críticas y de juicios que se emiten
respecto de la vida? ¿Es la vida misma la que ahora os anima?
¿Habéis ido a fortificaros en las ubres maternales de estos
Estados?
¿Poseéis la antiquísima y siempre joven indulgencia? ¿La
viviente imparcialidad?
¿Sentís la misma simpatía para los que se encaminan a la
endurecida madurez? ¿Por los reciennacidos? ¿Amáis igual a
los pequeños que a los grandes? ¿Y a extraviados?
¿Qué traéis de nuevo a mi America?
¿Lo que aportáis, está de acuerdo con mi país?
¿Es algo que antes haya sido mejor dicho o hecho?
¿Es algo importado en algún barco de ultramar?
¿No será un cuento? ¿O rimas? ¿O bonituras?
¿Está contenida en ella la buena y vieja Causa?
¿No es algo que se han cansado de golpear los talones de
los poetas, de los políticos y de los literatos de la raza ene
miga?
¿Lo que traéis afirma la existencia de cosas notoriamente
desaparecidas de estas regiones?
¿Responde a universales necesidades? ¿Mejorará las cos-
tumbres?
¿Celebra, con voz tonante de trompetas, la orgullosa victo-
ria de la Unión en la guerra del Norte contra Sur?
¿Lo que traéis resistirá la confrontación de las playas de
la plena Naturaleza?
¿Podré asimilarlo como asimilo los alimentos y el oxígeno,
logrando que renazca en mi fuerza, en mi andar, en mi faz?
¿Colabraron en ello los oficios reales? ¿Más que simples
copias son creaciones originales?
¿Tienen en cuenta los descubrimientos modernos, las ca-
pacidades y los hechos?
¿Qué signífican para los individuos, para el progreso y
las ciudades de América? ¿Para Chicago, el Canadá, el Ar-
kansas?
¿Vislumbra detrás de los guardianes aparentes los verda-
deros guardianes en actitud silenciosa y amenazadora? ¿Los
obreros de Nueva York, del Oeste y del Mediodía, tan signifi-
cativos en su apatía como la instantaneidad de sus afectos?
¿Considera el fracaso final, lo que ha acontecido siempre á
todos los contemporizadores, chapuceros, prejuiciosas, alar-
mistas, escépticos, toda vez que han solicidado el concurso
de la América?
¿Es alguna humorada, burlona y desdeñosa?
Sea lo que fuere, el camino está sembrado del polvo de los
esqueletos,
Y los demás son despreciativamente arrojados lejos del
camino.
Las rimas pasan junto con los miradores, lo mismo que
los poemas calcados o sugeridos por otros poemas,
Pasan las multitudes reflejas, con sus bellas maneras, con-
vertidas en cenizas,
Los admiradores, los importadores, los sumisos, los jugla-
res, estiércol de las literaturas,
Dadle tiempo y la América se justificará a si misma;
Ningún difraz logrará engañarla, su impasibilidad iguala
su perspicacia,
Sólo irá al encuentro de aquellos que reconozca plasmados
á su imagen;
Si aparecen un día sus poetas, no temáis que pueda equi
vocarse; sabrá reconocerlos.
(No los aceptará como suyos hasta que su país los haya
absorbido tan amorosamente como ellos lo hubieran absorbi-
do y espiritualizado.)
¿Qué importa el individuo si quien guía es el espíritu?
El más deleitoso es el que eterniza la dilección;
La sangre del fuerte que perdura está extenta de vio-
lencia;
Ya se trate de poemas, de filosofías, de óperas autóctonas,
de artes navales o de otras empresas,
La grandeza personal habrá de ir aparejada a los más
grandes y originales y prácticos ejemplos.
Una raza indolente que emerge en silencio,
Y se muestra por las calles,
Los labios del pueblo no saludan más que a los que hacen,
aman, satifacen o tienen un saber evidente;
Pronto concluirán los sacerdotes; su labor y su influjo han
concluído;
En mi país la muerte carece de sorpresas, sólo la vida las
tiene incessantes, divinas;
¿Poseéis un cuerpo espléndido? ¿Vivís y procedéis con
esplendidez? Si es así, espléndida será vuestra muerte, y des-
pués
de muertos continuaréis siedo espléndidos;
La justicia, la salud, el alto aprecio de si, preparan la
vía con una irresistible potencia;
¿Cómo es que os atrevéis a hacer pasar cualquier cosa
antes que un hombre?
¡Estados, alineaos detrás mío!
He aquí un hombre—ante todo y ante todos—, un hombre
típico como yo.
Dadme el pago que me corresponde,
Dejadme cantar los cantos de la Gran Idea, y tomad lo
demás;
He amado la tierra, el sol, los animales, he desdeñado la
riqueza.
He dado limosna a cuantos me la han pedido, he defendi-
do a los imbéciles, a los torpes, a los locos; he repartido mi
bolsa, mi trabajo y mi corazón.
H odiado a los tiranos, no he discutido, acerca de Dios,
He sido paciente y tolerante con el pueblo,
No me he descubierto ante lo conocido ni ante lo descono-
cido,
He andado libremente con los seres poderosos e incultos,
Con los pequeños, con los humildes y con las madres de
familia,
Me ha leído estos cantos, a mí mismo, en pleno aire; los
he puesto a prueba frente a los árboles, a los astros y a los
ríos;
He rechazado todo lo que ofendía mi alma o ensuciaba mi
cuerpo,
Jamás he reclamado nada pars mí que no lo hubiere es-
crupulosamente reclamado para los demás.
He ido de las ciudades a los campos de los campos a las
ciudades, aceptando por compañeros hombres oriundos de
todos los Estados
(Más de un soldado moribundo exhaló su postrer suspiro
apoyado contra mi pecho,
Esta mano este brazo, esta voz, han alimentado, consola-
do, restablecido, muchos cuerpos postrados);
Esperaré que vayan comprendiéndome,
A medida que crezca la simpatía hacia mi persona,
Sin rechazar a nadie, aceptando a todos.
(¿Di, ¡oh Madre! no he sido siempre fiel a tus designios?
¿No os he tenido presentes a ti y a los tuyos durante todos
los días de mi vida.
Juro que conmienzo a percibir el sentido de estas cosas;
La grandeza no radica en la tierra ni en la América,
El grande soy yo, o estoy en vías de serlo, sois vosotros,
quienquiera que seáis;
La grandeza consiste en recorrer rápidamente las civiliza-
ciones, los gobiernos, las teorías,
En recorrer los poemas, las pompas, los espectáculos, en
suscitar individualidades.
Detrás de las cosas y de sus apariencias existen los in-
dividuos.
Cuanto ignora o simula ignorar a los individuos carece de
valor para mí,
El orbe americano reposa por completo sobre los individuos,
Toda la teoría del Universo remota infaliblemente en un
solo individuo en cualquiera, no importa quién.
(¡Madre! Amada de vuestro sentido implacable y sutil, con
la desnuda espada en la diestra,
Os he visto al fin rehusaros a todo trato ambiguo, os he
visto tratando directamente con los individuos.)
El origen, he ahí el fondo de todo;
Juro que me mantendré fiel a mi naturaleza original, por
pía o impía que sea;
Juro que nada me cautiva excepto la originalidad,
Los hombres, las mujeres, las ciudades, las naciones son
bellas por lo que deben a su origen.
Lo esencial es la expresión del afecto que inspiran los
hombres y las mujeres
(Ya estoy harto de las maneras débiles y mezquinas de
expresar el afecto que mis semejantes me inspiran,
A partir de hoy expresaré a mi modo el afecto que siento
rebosar en mí por los hombres y por las mujeres.)
Juro que exaltaré en mí cada una de las cualidades de mi
raza.
(Decid lo que os plazca, yo afirmo que lo que más conviene
á estos Estados son individuos cuyas maneras estimulen su
audacia y su turbulencia sublimes.)
Detrás de la lección de las cosas, de los espíritus, de la
Naturaleza, de los gobiernos, de las posesiones, descubro otras
lecciones,
Detrás de todo, por encima de todo, para mí existe mi ser,
para vos existe el vuestro (siempre la misma vieja monótona
canción).
Como en un relámpago veo que esta América sólo existe
para vos y para mí,
Su potencia, su testimonio, sus armas lo constituímos vos
y yo,
Sus crímenes, sus mentiras, sus robos, sus deserciones
están en vos y en mí,
Su Congreso, sus funcionarios, sus capitolios, sus ejércitos,
sus flotas somos vos y yo,
Las infinitas gestaciones de sus nuevos Estados somos
vos y yo,
La guerra (esa guerra tan sangrienta y sombría, esa
guerra que en adelante quiero olvidar) somos vos y yo,
Lo natural y lo artificial somos vos y yo,
La libertad, el lenguaje, los poemas los oficios somos vos
y yo,
El pasado, el presente, el porvenir somos vos y yo.
Yo no reniego, no sabría renegar de ningún aspecto de
mi ser,
Ni de ninguna zona o característica, buena o mala, de la
América;
No sabría ni podría sustraerme a la necesidad de edificar
para quien edifica para la humanidad,
Equilibrar los rangos, las jerarquías, los temperamentos,
los credos y los sexos,
Justificar la ciencia y el progreso de la igualdad,
Fortificar la sangre del poderoso favorito del tiempo.
Amo entre todos y soy de los que nunca han sido do-
meñados,
De los hombres y de las mujeres cuyo carácter nunca ha
sido domeñado,
De aquellos a quienes las teorías, las leyes, las convencio-
nes, jamás podrán domeñar.
Estoy con los que avanzan de frente por toda la tierra,
con los que renuevan el hombre a fin de renovar todos los
hombres.
Yo no quiero dejarme intimidar por las cosas irracionales,
Quiero penetrarlas de humanidad, quiero volver contra
ellas sus más agudos sarcasmos,
Quiero que las ciudades y las civilizaciones respeten la
esencia de mi persona,
He ahí lo que he aprendido en América, he aquí la summa
poética que a mi vez enseño.
(¡Oh democracia! mientras de todas partes milliones de ar-
mas se aguzaban contra tu pecho,
Te he visto, serenísima, parir inmortales hijos,
Y con tu inmenso manto, rival del sol, empollando el
mundo.)
Sí, yo contrastaré los espectáculos del día y de la noche,
Veré si debo serles inferior,
Veré si no poseo tanta majestad como ellos,
Veré si no soy tan sutil y real como ellos,
Veré si carezco de sentido cuando hasta las casas y los
vapores lo tienen,
Veré si los peces y las aves deben bastarse a sí mismos y si
yo no debo bastarme a mí mismo.
Pongo mi espíritu en uno de los platillos de la balanza y
en el otro el vuestro, árboles, plantas, montañas, animales;
Por ingentes que seáis, a todos os absorbo en mí, y me
convierto en vuestro amo.
La América aislada y que no obstante lo encarna todo, ¿qué
es fuera de mí mismo?
Estos Estados, ¿qué son exceptuándome a mí?
Ahora sé por qué la tierra es grosera, martirizadora, mal-
vada; es por mí;
Formas rudas y terribles, os acepto y os elijo especialmen-
te para haceros mías.
Madre, inclina hacia mí tu faz,
Ignoro qué finalidad persiguen estas confabulaciones, estas
guerras, estos retardos,
Ignoro cuál será el resultado del goce; sólo sé que a través
de la guerras, de los crímenes, de las incertidumbres, tu
obra continúa y continuará.
Así a orillas de Ontario azul,
Mientra los vientos me acariciaban y los ondas se atrope-
llaban hacia mí,
Temblando de potencia y arrebatado por el encanto de
mi tema,
Los mortales tejidos que me retienen parecieron romperse
dentro de mí...
Y vi las almas libres de los poetas,
Los más sublimes bardos de los edades pasaron ante mí,
Hombres grandes y extraños, adormecidos de largo tiempo
atrás, ocultos para todos, se revelaran a mis ojos.
¡Oh! extasiadas estrofas, trémulos llamados míos, no os
burléis de mí!
No os he clamado para invocar los bardos que fueron,
Para que esos sublimes bardos vinieran a orillas del On-
tario,
Atraídos por el salvajismo de mi canto.
Los bardos que invoco están aún por nacer (mi país los
aguarda,
Ahora que la guerra ha concluído, y el campo está des-
brozado),
Los aguarda para que entonen marchas cada vez más
triunfales, marchas de «excelsior» y de vanguardia,
Y para confortar, ¡oh madre! tu alma inmensa en la esfera.
¡Bardos de la Gran Idea! ¡Bardos de las invenciones de la
paz! (¡Pues la guerra ha concluído!)
¡Bardos de ejércitos latentes, de millones de soldados en
expectación, prontos a toda hora!
¡Bardos cuyos himnos parecerán nacidos de carbones ar-
dientes o los zigzagueantes surcos del relámpago!
¡Bardos del amplio Ohío, del Canadá, bardos de la Califor-
nia, bardos del interior, bardos de la guerra!
Mi canto es para vosotros, para vosotros mi invocación.
Á un revolucionario europeo vencido
¡Valor, a pesar de todo, hermano o hermana mía!
Obstinaos siempre; la Libertad exige nuestro esfuerzo, su-
ceda lo que suceda;
Poca cosa es quien se doblega ante uno o dos fracasos ó
ante muchos desastres,
El que se descorazona ante la indiferencia o la ingratitud
del pueblo, o ante cualquier deslealtad,
O ante los bandidos que se apoderan del poder,
Ante los cañones, los soldados y los códigos penales.
Aquello en que creemos continúa en invisible y perpetua
espera a través de todos los continentes,
No invita a nadie, no promete nada, permanece en la luz
ó en la sombra, positivo dueño de sí, ajeno al temor y al des-
corazonamiento,
Aguardando pacientemente su día y su hora.
(¡Mis cantos no son solamente de lealtad
También son cantos de insurrección;
Soy el poeta juramentado de todos los audaces y rebeldes
de la tierra,
Aquel que me acompaña deja detrás de sí la paz y la
rutina
Arriesga su vida a cada instante.)
La batalla arrecia, estremecida por múltiples y contagio-
sas alarmas, por furiosas cargas y frecuentes retiradas,
El filisteo triunfa o se imagina que triunfa,
Las prisiones, los cadalsos, las horcas, los grilletes, las
balas no están ociosas,
Los héroes conocidos o anónimos pasa a otros mundos,
Los grandes oradores y escritores son desterrados, vegetan
roídos de amargura y de nostalgia en tierras lejanas,
La Causa dormita, las más potentes gargantas se sienten
Como si su propia sangre las ahogara,
Los jóvenes, al encontrarse bajan sus miradas;
A pesar de todo ello la Libertad no ha abandonado su pues-
to ni el filsteo goza la penitud de su victoria.
Cuando la Libertad abandona un lugar no es la primera en
abandonarlo, ni la segunda, ni la tercera,
Aguarda que todos se hayan ido y sale defendiendo su
retirada.
Cuando ya no subsista ningún recuerdo de los mártires y
de los héroes,
Cuando todas las vidas y las almas de los hombres y de las
mujeres hayan sido desterradas de cualquier región de la
tierra,
Sólo entonces la Libertad o la idea de la Libertad será
desterrada de esa región,
Y el filisteo disfrutará la plena posesión de su victoria.
¡Valor, pues, insurrecto o insurrecta de Europea!
No debéis reposar hasta que todo se haya consumido.
Ignoro cuál sea vuestra misión (yo mismo no sé por qué
estoy aquí ni por qué existen las cosas),
Empero me esforzaré cuidadosamente en aclarar dichos
enigmas, aun vencido como vos lo estáis ahora,
Hasta en la derrota, en la pobreza, en la hostilidad, en la
prisión, pues también hay grandeza en tales trances.
¿Pensábamos que la victoria es grandiosa?
En efecto, lo es; pero ahora se me ocurre que la derrota,
Cuando sobreviene irremediable, también es grande,
Que la sepultura y la muerte también son grandes.
Canto del Sequoia
¡Un canto de California!
Una sugestión y una profecía indirectas, un pensamiento
inasible y respirable como el aire,
Un coro de driadas que se desvancen o de hamadriadas
que se alejan;
Una voz titánica y mumurante, una voz fatídica surgida
de la tierra y del cielo,
La voz de un árbol gigante que muere en la espesa selva
de sequoias:
«Adiós, hermanos míos;
Adiós, tierra y cielo; adiós, aguas vecinas;
Ha llegado mi hora, la hora de mi fin.»
A lo largo de la costa nórdica,
Hasta más acá de la ribera rodeada de rocas y de grutas,
En el aire salino que llega del mar,
Con el sordo y ronco susurro de las ondas a modo de acom-
pañamiento,
Con el repiqueteo de los hachazos de musicales resonan-
cias—de las hachas movidas por fuertes brazos—,
He oído al majestuoso árbol cantar su canto de muerte.
Los leñadores no lo han oído, las tiendas de los campa-
mentos no han devuelto sus ecos;
Los conductores de oreja fina no lo han oído,
Ni los que manejan las cadenas de arrastre, ni los aserra-
dores,
A pesar que los espíritus del bosque salidos de sus cuevas
milenarias corearan el canto funeral,
Pero yo en mi alma lo he oído claramente resonar.
Cayendo en murmurios de sus hojas miradarias,
De su copa altiva enseñoreándose a sesenta metros de la
tierra,
De su tronco y de sus ramas reventando de robustez, de su
corteza ancha como una muralla,
Vibró este canto en el que revivían las estaciones y el
tiempo, este canto preñando de pasado y de porvenir:
«Vida mía, que nadie ha relatado,
Y vosotras, alegrías inocentes y venerables,
Vida inagotable y audaz con sus encantos bajo las lluvias
y los soles de tantas estaciones,
Y la blanca nieve, y las noches, y los locos vientos.
¡Oh las grandes alegrías rudas y pacientes, las plenas
alegrías de mi alma, indiferentes al hombre
(Pues habéis de saber que yo también tengo un alma, yo
también estoy dotado de conciencia, de identidad,
Y todas la rocas y todas las montañas tienen la suya, lo
propio que toda la tierra);
Alegrías de la vida adecuadas a mi ser y al de mis her-
manos;
¡Nuestra hora ha sonado, ha llegado nuestro fin!»)
«Pero no desaparecesmo lúgubremente, majestuosos her-
manos,
Nosotros que hemos llenado noblemente nuestra existencia,
Con la serena conformidad de la Naturaleza, con una
inmensa y silenciosa alegría.
Saludamos a aquellos para quienes hemos trabajado desde
el fondo del pasado,
Y les cedemos nuestra parte de sol.»
«Por ellos, anunciados desde hace tanto tiempo,
Por una raza más grande que a su vez llenará noblemente
su existencia,
Por ellos abdicamos y en ellos sobrevivimos, ¡oh rey de la
selva!
Para ellos serán este cielo y estos aires, estos picos de
montañas, el Shasta, las Nevadas,
Estas moles roqueñas, hendidas de precipicios enormes,
esta amplitud, estos valles, el Joesmita lejano;
Absorbidos y asimilados por ellos.»
«Luego, creciendo sus acentos,
El canto se elevó, más fiero, más extático,
Como si los herederos, las divinidades del Oeste,
Uniendo sus altaneras voces participaran en él,
No están pálidas de haber reflejado los ídolos del Asia,
Ni rojas de la sangre vertida en los viejos mataderos dinás-
ticos de Europa
(Dominio de celedas de asesinos, preparadas por los tronos,
con miasmas de guerra y de cadalso que flotan todavía por
doquiera),
Sino emergidas de los largos e inocentes partos de la Na-
turaleza, y pacíficamente sedimentados desde entonces,
Estas vírgenes tierras, estas tierras de la riberas del Oeste,
Que al hombre nuevo que se yergue, a ti, nuevo imperio,
A ti, anunciado desde hace tanto tiempo, damos en rehe-
nes y consagramos.»
«Vosotras, profundas y ocultas voluntades,
Tú, hombre espiritual y común fin de todo, equilibrado
sobre ti mismo, dando leyes sin recibirlas de nadie;
Tú, mujer divina, soberana y fuente de todo, de la que
surgen la vida y el amor y todo lo que emana de la vida y
del amor,
Tú, invisible esencia moral de todas la vastas materiali-dades
de la América (las edades tras las edades laboran en la
muerte tanto como en la vida),
Vosotros, que a veces conocidos y las más de las veces
desconocidos, plasmáis y moldeáis el Nuevo Mundo ajustán-
dolo al tiempo y al espacio;
Tú, voluntad nacional oculta en el fondo de tus abismos,
invisible, per siempre atenta,
Vosotros, designios del pasado y del presente, continuados
con tenacidad, acaso sin tener conciencia de vosotros mismos,
Que todos los errores pasajeros las perturbaciones de la
superficie no han podido apartaros de vuestra vía;
Vosotros, gérmenes vitales, universales, inmortales, que
estáis en el fondo de todos los credos, artes, códigos, litera-
turas,
Contruíd aquí vuestros hogares, estableceos aquí guerre-
ramente,
Todos estos dominios, estas tierras de las riberas del Oeste,
os las damos en rehenes y os las consagramos.»
«El hombre que surja de vosotros, el hombre de vuestra
raza característica,
Aquí puede crecer osado, puro y gigantesco, aquí puede
culminar con las proporciones de la Naturaleza,
Aquí puede escalar los vastos y límpidos espacios,
Sin sentirse encerrado por los muros y los techos,
Aquí puede reir con la tempestad y el sol, exaltarse y en-
durecerse pacientamente,
Aquí puede no procuparse más que de sí, aquí puede ex-
pandirse (sin restricción ante ajenos formulismos), aquí puede
colmar su existencia
Para caer a su hora, luego de cumplir sus funciones (olvi-
dado al fin) y desaparecer y servir.»
Así, a lo largo de la costa nórdica,
Entre los ecos de la llamadas de los conductores, el sonar
de las cadenas y la música de las hachas de los leñadores,
El estruendo de los troncos y de las ramas que se abaten
con un grito ensordecedor y un gemido,
Oí esas palabras caer del espacio como si voces extáticas
añejas, temblorosas, se fundieran en una sola,
Como si las driadas, invisibles y centenarias, cantaran re-
tirándose,
Abandondando sus retiros de los bosques y de la montañas,
De la cadena de la cascada hasta Wahsatch, el Idao lejano
y el Utah,
Cediendo su puesto a las modernas divinidades,
Así sorprendí en los bosques del Mendocino
Ese coro y esas sugestiones, la visión de la humanidad
futura, establecimiento de los colonos y todas sus caracte-
rísticas
Deslumbrante y dorada, la California irradia su esplendor,
Muestra su drama súbito y opulento, la amplitud de sus
asoleadas tierras,
Su variada extensión donde el Estrecho hasta el Colorado,
Sus tierras que baña un aire más puro, más precioso y
más sano, sus valles y las rocas de sus montañas,
Preparados de largo tiempo atrás, los campos de la Natura-
leza esperan en barbecho la silenciosa y cósmica química ó
laborado,
Lentas y continuas las edades han sufrido, la desocupada
superficie ha madurado, los ricos metales han ido lamiándose
debajo,
Al fin llegan los nuevos, se arrogan la posesión de todo,
Una raza pululante y activa se instala y se organiza,
De todos los ámbitos de la redonda tierra llegan naves, y
otras zarpan hacia todos los climas,
Hacia la India, hacia la China, y la Australia y los milla-
res de islas paradisíacas del Pacífico;
Surgen ciudades populosas, dotadas de las invenciones más
recientes, los vapores llenan los ríos, los locomotoras relam-
paguean por las vías férreas, llena los espacios el rumor de
colmena de las prósperas granjas, óyese por todos lados la
pulsación de las máquinas, batiendo la lana, el trigo, los ra-
cimos y el oro amarillo de las minas.
Pero yo creo más en vosotras que en todas esas cosas,
tierras de las riberas del Oeste
(Esas cosas sólo son medios, herramientas, almácigos),
Veo en vosotras, segura para el porvenir, la promesa de
millares de años
Que os fuera hecha para realizarse un día en nuestra raza.
Veo en vosotras la sociedad nueva proporcionada al fin, á
la Naturaleza;
En el hombre que nazca de vosotras habrá más que los
picachos de las montañas, más que en vuestros árboles impe-
riosos y potentes;
En la mujer, más, mucho ás, en todo vuestro oro, y en
vuestras viñas, y hasta en vuestro aire vital.
Recién venido en un mundo nuevo, pero preparado de
largo tiempo atrás,
Veo el genio moderno, hijo de lo real y de lo ideal, desbro-
zar el terreno para una renovada humanidad,
La verdadera América, heredera del grandioso pasado,
¡En marcha hacia un porvenir más grandioso!
Europa
En el año 72 y 73 de estos Estados (1848)
De pronto, del fondo de su cubil decrépito y soñoliento
—cubil de esclavos—,
Rápida como centella, ha saltado, semiespantada de sí
misma,
Pisoteando cenizas y andrajos, hasta estrangular las gar-
gantas de los reyes.
¡Oh esperanza y fe!
¡Oh esas dolorozas agonías de los patriotas desterrados!
¡Oh tantos corazones empapados de desesperación!
¡Volved vuestras miradas a aquellos tiempos y luego con-
centraos!
Y vosotros, pagados para cegar al Pueblo, vosotros, men-
tirosos, oíd esto:
A pesar de las agonías, de los asesinatos, de los desenfre-
nos innumerables.
A pesar de los hurtos principescos en todas sus bajas for-
mas, del roído salario del pobre que se deja robar ingenua-
mente,
A pesar de tantas promesas juradas y violadas por bocas
regias,
A pesar de todos esos crímenes, las cabezas de los nobles
no han sido segadas,
¡El Pueblo desdeña la ferocidad de los reyes!
Fué la dulzura de su piedad la que preparó su amarga
ruina,
Los monarcas, vueltos de su fuga y de su terror, reapare-
cen de nuevo.
Reaparecen con gran pompa, precedidos por cortejos de
verdugos, de sacerdotes, de cobradores de impuestos, de sol-
dados, legistas, señores, carceleros y sicofantes.
No obstante, detrás de todas esas amenazas y latrocinios,
una forma se eleva,
Vaga como la noche, cubierta la cabeza, la frente y el cuer-
po en una vestidura escarlata de interminables pliegues,
Una silueta cuyo rostro y cuyas pupilas nadie ha podido
ver;
Fuera de su manto, de su manto rojo solviantado por uno
de sus brazo, aparece esto:
Un idice simbólico por encima de la cabeza, un dedo en-
corvado que es como la cabeza de un áspid.
Entretanto, en fosas recién abiertas despotan cadáveres,
cuerpos ensangrentados de hombres en plena juventud;
La cuerda de la horca pende pesadamente, las balas de los
reyes silban en los aires, los poderosos ríen a carcajadas:
¡Y todas estas cosas maduran sus frutos, todas estas cosas
son buenas!
Esos cadáveres de jóvenes,
Esos mártires que oscilan en las horcas, esos corazones
atravesados por las balas,
Por fríos e inmóviles que parezcan reviven en otros seres,
con una vitalidad más fuerte que las cuerdas y las balas.
Reviven en otros jóvenes, ¡oh reyes!
Reviven en hermanos prestos de nuevo a desafiaros;
Purificados por la muerte, instruídos y exaltados.
Ni una fosa de los que mueren asesinados por la tiranía
deja de fecundar una simiente para la libertad, la cual a su
vez madurará millares de simientes
Que los vientos esparcen y siembran a lo lejos, que las llu-
vias y las nieves fecundan.
Ningún espíritu puede ser arrancado de su envoltura
carnal por las armas de los tiranos
¡Sin que invisiblemente recorra toda la tierra, murmuran-
do, acosejando, advirtiendo!
¡Libertad, que otros deseperen de ti, yo jamás desesperaré
de ti!
¿Han cerrado la casa? ¿El amo está ausente?
Aguardad, no os canséis de mirar:
¡Pronto estará de vuelta; sus mensajeros no tardarán en
llegar!
Una hora de alegría y de locura
¡Una hora de alegría y de locura! ¡Oh furiosa alegría!
¡Oh, no me retengáis!
Corazón de las tempestades, ¿qué es lo que late en ti para
desencadenarte ne mi ser de esta suerte?
¿Qué son mis clamores en medio de los relámpagos y de
los vendavales?
¡Ah! ¡beber el delirio místico más que hombre alguno!
¡Congojas tiernas y salvajes! (¡Os las dejo en herencia,
hijos míos,
Os las narro por muchos motivos, ¡oh esposo y esposa!)
¡Oh, abandonarse a vos, quienquiera que seáis! ¡abandona-
ros a mí, con desprecio del mundo!
¡Oh la vuelta al paraíso! ¡Oh, la femenina y la tímida!
¡Oh atraeros hacia mí, imprimir en vuestra boca virgen
los labios de un hombre resuelto!
¡Oh, el enigma, el triple nudo, el estanque negro y profun-
do, todo lo que se desanuda y se ilumina!
¡Oh, abalanzarse en busca de espacio y de aire!
¡Libertarse de los lazos y de las convenciones anteriores,
yo de los míos, ovs de los vuestros!
¡Hallar una despreocupación nueva, inimaginada, capaz
de poner a prueba la mayor fortaleza!
¡Desenmordazarse la boca!
Tener el sentimiento—hoy o cualquiera otra día— de que
me basto a mí mismo, tal como soy.
¡Sentir algo no sentido aún! ¡En espasmo, en angustia,
en éxtasis!
¡Escapar integramente de las anclas y de los garfios aje-
nos!
¡Bogar libremente! ¡Amar libremente! ¡Abalanzarse teme-
rario y amenazador!
¡Buscar la destrucción!, insultándola, invitándola!
¡Subir, cernerse en el mediodía del amor como en una re-
velación!
¡Volar con el alma ebria!
¡Perderse si es necesario!
¡Alimentar el resto de mi vida con una sola hora de pleni-
tud y de libertad!
¡Con una breve hora de locura y de felicidad!
Canto el cuerpo eléctrico
Canto el cuerpo eléctrico,
Los ejércitos de aquellos que amo me circundan y yo los
circundo,
No me dejan partir, quieren mi compañía y mi respuesta,
Quieren ser purificados y ennoblecidos con confidencias
del alma.
¿Os habéis preguntado si los que corrompen su cuerpo
puede ocultarse?
¿Si los que deshonran cuerpos vivientes no son tan crimi-
nales como los que deshonran muertos?
¿Si el cuerpo no desmpeña exactamente las mismas fun-
ciones que el alma?
Pues si el cuerpo no es el alma, ¿qué es el alma?
El amor del cuerpo humano desafía toda descripción, el
cuerpo mismo desafía toda descripción,
El del hombre es perfecto, el de la mujer es perfecto.
La expresión del rostro supera toda descripción,
La expresión de un hombre gallardo no se manifiesta en
su rostro solamente,
Se revela en sus miembros y en sus movimientos, en sus
caderas y en sus muñecas,
Se revela en su andar, en la actitud de su cabeza, en su
talle y en sus rodillas—su traje no la oculta—,
La indole dulce o fuerte que le caracteriza atraviesa el
algodón y la lana,
Verle pasar impresiona tanto como el más grande de los
poemas, acaso más;
Cautiva contemplar su espalda, su nuca y el doble reposo-
rio de sus hombros.
Los rollizos infantes que gatean, el pecho y la cabeza de
las mujeres, los pliegues de sus vestidos, sus actitudes al ir
por las calles, la línea longitudinal de sus siluetas,
El nadador desnudo a flor de agua, hendiendo el verde
lúcido y transparente, o extendido de espaldas mecido en si-
lencio por el agua que solivianta,
El doblarse hacia adelante y hacia atrás de los remeros en
la canoa, el caballero en su silla,
Las jóvenes, las madres, las caseras, en todas sus ocupa-
ciones,
El grupo de trabajadores sentado al mediodía aldrededor de
sus meriendas, y sus mujeres que esperan,
La mujer que adormece a un niño, la hija del campesino
en el jardín o en la huerta o el establo de la granja,
El mocetón desgranadao maíz, el cochero del trineo con-
duciendo sus tres yuntas de caballos a través de la mul-
titud,
Episodios de un asalto entre luchadores aprendices jóvenes,
vigorosos, qu al declinar el día después de concluír su faena
arrojan por tierra sus sombreros y sus blusas, se entrelazan
sin maldad, en un abrazo lleno de cariño y de resistencia,
Se cogen por debajo o por encima del talle mientras sus
desordenados cabellos caen sobre sus ojos cegándolos;
El tránsito de los bomberos, el juego de los músculos viri-
les que se dibuja a través de sus ceñidos pantalones y de sus
talles
Su vuelta después del incendio, cuando se detienen de
pronto al oír resonar de nuevo la campana de alarma,
La naturalidad, la diversidad, la perfección de sus actitu-
des, con el cuello y la cabeza inclinadas,
Yo adoro todo eso, me engrandezco, me diversifico; estoy
con el niño en el pecho de su madre, nado con los nadadores,
lucho con los luchadores, marco el paso con los bomberos, y
como ellos me detengo, escucho y reflexiono.
Conocí un hombre, un simple campesino padre de cinco
hijos,
Padre éstos de hijos venideros, los cuales a su vez serían
padres de otros hijos.
El vigor, la belleza corporal, la calma de aquel hombre
eran prodigiosos,
El contorno de su cabeza, la blancura de sus cabellos y de
su barba, la insondable expresión de sus ojos negros, la rique-
za y la amplitud de sus maneras,
Todo era admirable, y yo solía ir a verle para admirarlo;
Era tan majestuoso como prudente,
Tenía seis pies de alto, más de ochenta años,
Sus hijos eran macizos, intactos, barudos, de rostro cur-
tidos, espléndidos,
Era tan adorado por sus hijos como por sus hijas,
Cuantos le veían lo amaban,
No lo amaban por consideración, lo amaban con un afecto
realmente personal,
No bebía más que agua, la sangre fluía escarlata bajo la
piel morena y clara de su faz;
A menudo, cuando iba de caza, de pesca, él mismo timo-
neaba su barco, un bello barco que le había regalado un cons-
tructor amigo,
Cuando iba de caza o de pesca en compañia de sus cinco
hijos y de sus numerosos nietos se le reconocía entre todos
como el más bello y el más fuerte;
Sentíais deseos de permanecer largo tiempo a su lado, de
oírle de mirarle, de tocarle mientras el barco avanzaba bajo
su dirección.
Permanecer al lado de los que me agradan basta para ha-
cerme feliz,
Pasar las tardes con ellos, disfrutar juntos de los anoche-
ceres,
Sentirme rodeado de seres jóvenes, bellos, curiosos, rientes,
Andar entre ellos, rozarlos de tanto en tanto, pasar un
instante mi brazo alrededor del cuello de éste o aquélla;
No pido otras alegrías, nado en ellas como en un mar de
encantos,
Estar rodeado de hombre y de mujeres, comtemplarlos y
ser contemplado por unos y otras; en su contacto y en sus
exhalaciones hay algo que regocija el alma.
Muchas cosas agradan el alma, pero ésta agrada sobre
todas.
Aparece la forma femenina,
Una divina aureola la circunda de la cabeza a los pies.
Atrae, con furiosa, irresistible atracción;
Sus hálitos me absorben como si fuera un impotente vapor:
todo desaparece excepto ella y yo;
Libros, artes, religión, tiempo, la tierra visible y compac-
ta, todo los que esperábamos del cielo, y lo que temíamos del
infierno;
Emergen de ella filamentos de locura, indomables descar-
gas eléctricas que suscitan en nosotros análogos reacciones,
Cabellos, pechos caderas movimientos de las piernas,
manos que penden con negligencia, temblorosas, mis manos
que tiemblan al insinuar caricias,
Marea descendente brutalmente rechazada por las ondas
flujo azotado por el reflujo, carne de amor que palpita lanci-
nante y gozosa,
Limpidos surtidores de amor, cálidos y torrenciales, treému
la crema de amor, champagne hirviente y delirante,
Noche de amor del esposo, noche de horizontales asaltos
cuerpo a cuerpo en la dulzura del amanecer,
En el día que consiste y se adelante a través de la revuel
ta cabellera sobre sus cuerpos y sus carnes olorosas.
He aquí el núcleo: después que el niño nace de la mujer,
el hombre a su vez nace y renace en la mujer;
Este es el baño del nacimiento, la amalgama de lo ínfimo
y de lo máximo, y la nueva salida.
No tengáis vergüenza, ¡oh mujeres! Vuestro ser contiene
todo lo demás; sois oasis germinal, y noche buena; portal del
cuerpo y portal del alma.
La mujer posee y combina todas las cualidades,
Se mueve en todas partes con astral equilibrio,
Es todas las cosas veladas, pasiva y activa alternativa-
mente,
Está hecha para concebir hijas tan bien como hijos, hijos
tan bien como hijas.
Así como veo mi alma reflejada en la Naturaleza,
Como suelo ver a través de un velo de bruma un ser de in-
decible salud, belleza y plenitud,
Veo a la mujer con la cabeza inclinada y los brazos cruza-
dos sobre su pecho.
Igual y a semejanza de ella, el hombre es alma y ocupa su
lugar,
El también posee todas las cualidades, es acción y es
potencia,
La riqueza del Universo conocido está en él,
El desprecio le sienta bien, los apetitos y la arrogancia le
sientan mejor.
Las pasiones más vastas y fogosas, el máximum de la ale-
gría
y del dolor le vienen como de medida, el orgullo es todo
suyo,
La exaltada altivez del hombre es un calmante y una
gloria para el alma
Ama la sabiduría, todo lo juzga con la medida de su indi-
vidualidad,
Sea cual fuere la tierra que ha de mensurar, el océano y la
barca, sólo aquí por fin sumerge la sonda.
(Dónde arroja la sonda fuera de aquí?)
El cuerpo del hombre es sagrado, sagrado es el cuerpo de
la mujer,
Sea quien sea el poseedor, el cuerpo es sagrado; aunque se
trate del cuerpo del más mísero de los parias,
O el de uno de esos inmigrantes de cara idiotizada que
acaba de desembarcar,
Hállase acá o no importa dónde, sea rico o pobre, lo mismo
yo que vos,
Cada uno y cada una tiene su sitio en el cortejo.
(Todo es cortejo;
El Universo es procesional; avanza en un movimiento
mesurado y divino.)
Quienquiera que seáis ¿sabéis acaso bastante como para
tratar de ignorante al más cretino?
¿Pensáis tener más derecho que otro para ocupar un buen
lugar?
¿Creéis que la materia ha ido soldificando sus brumas pri-mitivas, que la tierra cubre su superficie, el agua fluye y los
vegetales crezcan
Unicamente para vos, y no para éste o para aquélla?
Venden en subasta pública el cuerpo de un hombre
(Antes de la guerra solía yo ir al mercado de esclavos á
observar las ventas),
Yo ayudo al comisrrio rematador; el muy canalla ignora
su negocio.
Señores, contemplad este prodigio;
Por grandes que sean las sumas ofrecidas, jamás podrán
igualar su valor,
Para hacerlo tal cual es, el mundo ha ido preparándose
durante quintillones de años sin que creciera una planta ni
un animal,
Para hacerlo tal cual es, los ciclos y sus revoluciones se
han desenvuelto fiel, continuamente.
En esta cabeza está el cerebro, el universal vencedor,
En él y debajo de él palpitan los materiales para crear
héroes.
Examinad estos miembros, rojos, negros o blancos,
La destreza flexibiliza sus tendones y sus nervios,
Los desnudaremos para que podáis apreciarlos mejor.
Sentidos agudos, ojos vitalísimos, coraje, voluntad,
Bloque de músculos pectorales, espina dorsal y cuello
flexibles,
Carne firme, brazos y piernas poderosas,
Y las maravillas que circulan dentro.
Dentro de estos tesoros visibles, la sangre fluye,
¡La misma vieja sangre! ¡la misma sangre roja!
Allí dentro, un corazón se hincha y se contrae, allí dentro
yacen comprimidas todas las pasiones, todos los deseos, las
tendencias, las aspiraciones
(¿Creéis que no existen porque no son formuladas en salo-
nes o en ateneos?)
Este que veis aquí no es solo un hombre, es el padre de
otros cuyos hijos serán padres a su vez,
Es el punto de arranque de populosos Estados y flore-
cientes Repúblicas,
Innumerables, inmortales, vidas surgirán de él, con sus
encarnaciones y sus alegrías innumerables.
¿Pretenderéis saber desde ya los retoños que nacerán de
sus retoños en los siglos de los siglos?
(De quién resultaréis descender, vosotros mismos, si pu-
dierais remontar el curso de los siglos?)
En subasta pública venden el cuerpo de una mujer:
Tampoco ella es únicamente ella, es la madre fecunda de
las madres,
Lleva en sí a los que se desarrollarán hasta ser los compa-
ñeros de las madres.
¿Nunca habéis amado el cuerpo de una mujer?
¿Nunca habéis amado el cuerpo de un hombre?
¿No habéis notado que éstos son iguales para todos, en
todos los tiempos y en todas las naciones de la tierra?
Si existe algo sagrado, es el cuerpo humano,
Lo que constituye la gloria de un hombre es la evidencia
de una inmaculada virilidad,
Tanto en el hombre como en la mujer, un cuerpo sano,
potente, musculoso, es la más bella faz.
¿Habéis visto al loco que prostituye su cuerpo?
¿O la loca que prostituye el suyo?
Ya sé que no se ocultan; aunque quisieran no podrían
ocultarse.
¡Oh mi cuerpo! ¡Encarnación de mi alma!
Todas tus partes, todos tus aspectos, todas tus arbitarias
divisiones fisilógicas y anatómicas,
Deben mantenerse íntegras, totales, en mí, como en los
demás,
Todas ellas, desde la cabeza a los pies, no sólo con las par-
tes y los poemas del cuerpo,
Son los poemas y los aspectos visibles del alma,
Todos ellos constituyen el alma.
Poetas venideros
¡Poetas del porvenir! ¡Oradores, cantantes, músicos del
porvenir!
No es el día de hoy quien debe justificarme, y expresar
por qué estoy aquí,
Sois vosotros los de la raza nueva, autóctona, atlética,
continente más grande que todas las razas conocidas hasta
la fecha.
¡Levantaos! ¡Es necesario que me justifiquéis!
Yo no hago más que escribir una o dos palabras futuristas,
Me limito a adelantarme un instante para retornar de pri-
sa a las tineblas.
Soy un hombre que, paseando sin deterse en parte al-
guna,
Arroja una mirada hacia vosotros y luego vuelve el rostro,
Dejándoos el cometido de explicarla y de definirla,
Reservándoos lo fundamental.
Cuando leí el libro
Cuando hube leído la célebre biografía
Cerré el libro y me dije: «¿Es esto lo que el autor llama una
vida de hombre?
¿Alguien escribirá así mi vida después que yo haya muerto
y desaparecido?
Como si hubiera alguno que realmente supiera algo de mi
vida,
Cuando yo mismo a menudo pienso que no sé nada
O poco menos que nada de mi vida real,
Salvo algunos chispazos entrevistos de vez en cuando,
Que para mi propio uso trato de recordar aquí.»
Un canto de alegrías
¡Oh, hacer el canto más desbordante de alegría!
¡Lleno de las ocupaciones comunes, lleno de árboles y de si-
mientes.
¡Oh, animarlo con los gritos de los animales, con la celeri-
dad y el equilibrio de los peces!
¡Anegar sus estrofas con primaverales gotas de lluvia!
¡Estremecerlo todo con el movimiento de las olas y la
presencia del sol!
¡Oh la alegría de mi espíritu aleteando lejos de su jaula!
¡Miradle hendir el espacio como un relámpago!
No me bastan este mundo y estos tiempos.
¡Quiero millones de mundos y la totalidad de los tiempos!
¡Oh las alegrías del maquinista! ¡Volar sobre una loco-
motora!
¡Oir todos tonos del vapor; el grito penetrante y gozoso,
el gran silbido, las locas risotadas!
¡Soltar los frenos con impetu irresistible, abalanzarse á
toda velocidad!
¡Oh paseos encantadores por campos y collados!
Las hojas y las florecillas de la hierbas más comunes, el
fresco y húmedo silencio de los bosques,
La deliciosa fragancia de la tierra, el amancer y durante
toda la mañana.
¡Oh las alegrías del caballero y de la amazona!
Galopar apoyados firmemente, en la silla, gozando con el
aire fresco que os azota, murmurando, las orejas y los ca-
bellos.
¡Oh las alegrías del bombero!
¡Oigo la señal de alarma en mitad de la noche!
¡Oigo los gritos, las campanas! ¡Hiendo la multitud, me
precipito hacia el foco ardiente!
¡La vista de las llamas me enloquece de placer!
¡Oh la alegría del atleta de sólidos músculos, que se pre-
senta en medio de la palestra, consciente de su potencia, an-
sioso de vencer a su adversario!
¡Oh la alegría de esa vasta y elemental simpatía que el
alma humana es la única capaz de engendrar en ondas cons-
tantes e ilimitadas!
¡Oh las alegrías maternales!
Las veladas, los insomnios, la paciencia, la angustia, el
precioso amor, el heroísmo del alumbramiento.
¡Oh la alegría de crecer de restablacerse,
La alegría de calmar, de pacificar, la alegría de la concor-
dia y de la armonía!
¡Oh retornar a las tierras natales!
Para oir cantar los pájaros en los nidos de antaño,
Para recorrer de nuevo la casa y el establo, la huerta y los
campos,
Para hollar una vez más los viejos caminos.
¡Oh haber crecido a orilla de las bahías, de las lagunas y
caletas o a lo largo de la costa!
Seguir viviendo y trabajando allí toda la vida;
Gozar de los relentes húmedos y salinos, de los arenales,
de las hierbas marinas, que se asolean en los bajamares;
Contemplar la faena de los pescadores, el pescador de an
guilas, el pescador de gaburones;
Yo también vengo con mi azada y mi rastillo en busca
de gaburones, vengo con mi gardaña para coger anguilas,
En la baja mar me uno a los rastreadores de conchas que
recorren las playas,
Con ellos trabajo bromeando y riendo al igual de los jóve-
nes más risueños;
En invierno cojo mi cesto de guardar anguilas, mi garduña
y mi hachilla de agujerear de hielo, y me pongo en marcha á
pie sobre el agua helada;
Miradme partir alegremente o regresar al atardecer, recia-
mente abrigado, en compañía de curtidos compañeros,
De viriles y de adolescentes compañeros cuyo mayor en-
canto es estar a mi vera,
De día, para trabajar conmigo, de noche, para dormir á
mi lado.
Otras veces en verano zarpo con los vapores que van a la
pesca de langostas de mar,
¡Oh las delicias de las madrugadas de Mayo, remando entre
los flotadores que señalan la ubicación de los canastos reteni-
dos en el fondo del agua mediante gruesas piedras!
Me veo izando oblicuamente los canastos de mimbre en
cuyo interior las langostas verdinegras se agitan desesperada-
damente al ser extraídos de su elemento,
Introduzco clavijas de madera en la abertura de sus uñas;
Recorro así todas las playas, en seguida remo hacia la
costa,
Donde en una vasta olla llena de agua hirviente, las lan-
gostas son cocidas hasta ponerse escarlatas.
¡Oh navegar por los ríos!
Descender el San Lorenzo, gozando la visión soberbia del
paisaje, los vapores que van y vienen,
Las mil islas, las almadías cargadas de maderas que pasan
de tanto en tanto, los almadieros con sus inmensos remos,
Las pequeñas cabañas de la almadías con el penacho de
humo que se eleva de ellas al anochecer cuando preparan la
cena.
(¡Oh dadme algo pernicioso y terrible!
¡Algo distinto de toda vida mezquina y devota!
¡Algo no probado todavía! ¡Algo nuevo en un éxtasis!
¡Algo arrancado del enclaje y que flote libremente!)
¡Oh laborear en las minas, o forjar el hierro!
La coladura de la fundición, la fundición misma, su alta y
tosca techumbre, el ancho espacio abrigado,
La hornalla, el líquido hirviente que vierten y se derrama.
¡Oh revivir las alegrías del soldado!
¡Sentir la presencia de un bravo oficial que manda sentir
su simpatía!
Ver su calma, calentarse al calor de su sonrisa!
Marchar a la batalla, oir el estridor de los clarines y el
redoblar de los tambores,
¡Oir el estruendo de la artillería, ver la bayonetas y los
cañones de los fusiles relampagueando al sol!
¡Ver a los hombre caer y morir sin quejarse!
¡Sentir el gusto salvaje de la sangre, ser un demonio!
¡Alimentarse ávidamente con los heridos y los muertos del
enemigo!
¡Oh las alegrías del ballenero! ¡He aquí que renuevo mis
viejos cruceros!
Siento debajo de mis pies el moviemiento de la nave, las
brisas del Atlántico me abanican;
Oigo de nuevo el grito arrojado de lo alto del mástil:
¡—Allá sopla!
De nuevo subo a los obenques para mirar con los demás,
en seguida descendemos como locos,
Salto a la embarcación que han botado el mar; remamos
hacia el punto donde se halla nuestra presa,
Nos aproximamos furtiva y silenciosamente, veo la mole
montañosa sumergida en un sopor letárgico,
Veo al arponero de pica, veo el arma partir como una cen-
tella de su robusto brazo;
Veo rápidamente en la lejanía del océano, la ballena heri-
da que se hunde y nada a favor del viento, remolcándonos de
nuevo,
La vuelvo a ver emergiendo para respirar, de nuevo re-
mamos hacia ella,
Veo la lanza que hunden en su mole, que tornan a hundir,
agrandando la herida,
De nuevo nos alejamos apresuradamente, la veo sumer-
girse otra vez, agónica ya,
Veo la sangre que anzoja al reaparecer de nuevo, la veo
nadar en círculos de más estrechos, cortando viva-
mente al agua;
La veo morir,
De un salto convulsivo, en el centro del círculo, vuelve á
caer alargada e inmóvil entre la espuma enrojecida de sangre.
¡Oh mi vejez, la más noble de mis alegrías!
¡Mis hijos, mis nietos, mis barbas y mis cabellos blancos,
Mi amplitud, mi calma, mi majestad, coronamiento de mi
larga vida!
¡Oh alegría de la madurez femenina! ¡Oh felicidad al fin
lograda!
Tengo más de ochenta años, soy la más venerable de las
madres.
¡Que claridad la de mi cerebro! ¡Que universal respeto
hacia mi persona!
¿En qué consistirá esta fuerza de atracción, superior á
todas mis fuerzas anteriores? ¿Qué flor de vejez es esta, supe-
rior a la flor de la juventud?
¿En qué consiste esta belleza que desciende sobre mí y de
mí se eleva, cautivando a todos?
¡Oh las alegrías del orador!
Dilatar el pecho, aventar de sus pulmones y de su gargan-
ta el mágico trueno de la voz,
Inflamar al pueblo con la furia que le exalta, hacerle llo-
rar, odiar, desear.
Adoctrinar el Continente, domar la América con su lengua
potente.
¡Oh la alegría de mi alma en equilibrio sobre ella misma,
recibiendo la identidad por intermedio de la cosas materiales,
observando los tipos, absorbiéndolos, amándolos!
Mi alma que vuelve hacia mí en la vibraciones que me
transmitió por los ojos, por los oídos, por el tacto, por la razón,
la pronunciación, la similtitudes y la memoria;
La vida real de mis sentidos y de mi carne sobrepuja mis
sentidos y mi carne,
Mi cuerpo no quiere oir hablar las materialidades, ni mi
vista de mis ojos materiales;
Ahora poseo la incontestable prueba de que no son mis ojos
materiales los que perciben,
De que no es mi cuerpo material en que ama, anda, rie,
grita, acaricia y procrea.
¡Oh las alegrías del campesino!
Las alegrías del campesino del Ohío, del Illinois, del Wis-
consin, del Canadá, del Iowa, del Kansas, dle Missourí, del
Oregón!
Levantarse al amanecer y entregarse en seguida a sus
faenas;
Labrar la tierra en otoño para sembrar los trigos inver-
nales;
Labrar la tierra en la primavera para la siembra del maíz,
Cuidar las huertas, podar los árboles, coger las manzanas
otoñales.
¡Oh bañarse en una piscina de natación o en una limpia
ensenada a lo largo de la costa!
¡Salpicar el agua! ¡Andar por la arena hundiéndose hasta
los tobillos, correr desnudo a lo largo de la playa!
¡Oh concebir el espacio!
La superabundancia de todo, la inconmensurabilidad de
todo;
Elevarse mezclándose al firmamento, el sol, a la luna y
á las nubes fugitivas, como si se formara parte del ellas.
¡Oh la alegría de sentirse viril!
No inclinarse ante nadie, no sentir miramientos, no pre-
ocuparse por ningún tirano conocido o desconocido,
Caminar erguido, con pasos ágiles y elásticos,
Mirar con serena mirada o en relampagueantes ojeadas,
Hablar con voz plena y sonora surgiendo de un amplio
cofre,
Confrontar vuestra personalidad con las demás personali-
dades de la tierra.
¿Conoces las admirables alegrías del adolescente?
¿La alegría de los compañeros queridos, de las palabras
gozosas y de las caras risueñas?
¿La alegría del día irradiando felicidad y luz, la alegría
de los juegos en los que se respira con amplitud?
¿La alegría de las músicas arrebatadoras, la alegría de las
salas de baile, bajo cuyo esplendor luminoso giran las parejas
de danzantes?
¿La alegría de las comidas abundantes, de las fiesta fami-
liares y de la embriagueces?
Sin embargo, ¡oh alma mía!
¿Conoces las alegrías del pensamiento y sus ardientes tris-
tezas?
¿Las alegrías del corazón libre y abandonado, del corazón
tierno y amargado?
¿Las alegrías del paseo solitario, del espíritu inclinado pero
altivo, del sufrimiento, del combate?
¿Las agonías de la lucha atlética, los éxtasis, la alegría de
las meditaciones solemnes durante días y noches?
¿Las alegrías del pensamiento de la muerte, de las grandes
esferas del Tiempo y del Espacio?
¿Las alegrías proféticas pensando en mejores, en más eleva-
dos ideales de amor, en la divina esposa, en el camarada puro,
eterno, perfecto?
Alegrías que te pertenecen ¡oh imperecedora! alegrías dig-
nas de ti, ¡oh alma!
¡Oh! ¡mientras exista, ser el amo de la vida, no su esclavo!
¡Afrontar la vida como potente conquistador!
Sin irritación, sin spleen, sin quejas ni críticas desdeñosas,
Contra esas altaneras leyes de la atmósfera, del agua y
de la tierra, a quienes quiero demostrar que mi alma es in-
asible,
Que nada de lo exterior me dominará jamás.
¡No canto solamente las alegrías de la vida, también canto
las de la muerte!
El contacto admirable de la muerte que calma y entorpece
instantáneamente;
Me desprendo de mi cuerpo excrementicio, que será que-
mado, hecho polvo o enterrado,
Mi cuerpo real me pertenece, tanto aquí como en las demás
esferas que recorrerá,
Mi cuerpo externo, vacío, ya no es nada para mí; retorna
al polvo, a las purificaciones, a los eternos usos de la tierra.
¡Oh a quién le fuera dado atraer por algo más que por sim-
ple atractividad!
Ignoro cómo será posible tal atracción; mas ved:
Es algo que no obedece más que a sí propio,
Es ofensivo, nunca defensivo, y sin embargo atrae mag-
néticamente!
¡Oh luchar contra aplastadoras superioridades, afrontar
indomablemente a los enemigos!
¡Estar absolutamente solo contra ellos, para medir mejor
nuestra resistencia!
¡Mirar frente a frente torturas, prisiones, rencores popu-
lares!
¡Subir al cadalso, adelantaree ante los cañones de los fusi-
les con perfecta indiferencia!
¡Ser verdaderamente un Dios!
¡Oh hacerse a la mar en un velero!
Abandonar esta tierra firme, intolerable,
Alejarse de las calles, de las aceras, de las casas y de su
abrumadora monotonía;
Abandonarte, ¡oh tierra inmóvil! y zarpar en un velero
Para bogar, bogar, bogar eternamente.
¡Oh trocar nuestra vida en un poema de nuevas alegrías,
Danzar, palmotear, exaltarse, gritar, correr, saltar, dejar-
se mecer y flotar siempre;
Ser un marinero mundial, en marcha hacia todos los puertos,
Ser el velero mismo! (Mirad estas velas, desplegadas al
sol y al viento.)
¡Un velero, rápido y sonoro, lleno de ricas palabras, carga-
do de alegrías!
Saludo mundial
¡Dame la mano, Walt Whitman!
¡Comienza el desfile de las maravillas, de los espectáculos,
de los estruendos!
Esta mallas se enlazan interminablemente, eslabonadas
unas con otras;
Cada una de ellas las representa todas, cada cual comparte
la tierra con los demás.
¿Qué es lo que se amplifica dentro de ti, Walt Whitman?
¿Qué ondas y qué colinas emergen?
¿Qué climas? ¿Quiénes son esta cuidades y estas gentes?
¿Quiénes son estos niños que dormitan y estos otros que
juegan?
¿Quiénes son estas jóvenes? ¿Quiénes son estas madres?
¿Quiénes estos ancianos que se alejan en lentos grupos,
enlazados amistosamente?
¿Qué ríos son esos? ¿Cuáles son esas selvas y esos frutos?
¿Cómo se llaman esas montañas que se destacan más altas
que las nubes?
¿Cuáles son esos archipiélagos de hogares llenos de ha-
bitantes?
La latitud se ensancha, la longitud se extiende dentro
de mí; Asia, Africa y Europa, están al Este, la América ha re-
cibido en herencia el gran Oeste,
Ciñendo la hinchazón de la tierra arde el cinturón ecua-
torial,
Curiosamente, al Norte y al Sur, giran las extremidades
del eje,
Dentro de mí alumbra el más largo de los días, el sol gira
en círculos oblícuos, en su iusomnio de varias meses,
Ardiendo dentro de mí, el sol de media noche se eleva un
punto sobre el horizonte para hunirse de nuevo,
Dentro de mí se dilatan las zonas, las cataratas, las selvas,
los volcanes, los archipiélagos;
La Malasia, la Polinesia y las grandes islas de las Indias
Occidentales.
¿Qué oyes, Walt Whitman?
Oigo el canto del obrero y la canción de la aldeana,
Oigo a lo lejos los gritos de los niños y de los animales en
la aurora,
Oigo el tumulto clamoroso de los australianos persiguien-
do potros salvajes,
Oigo los bailes y las castañuelas españolas al son del rabel
y de la guitarra, bajo la sombra de los castaños,
Oigo los continuos rumores del Támesis,
Oigo los salvajes himnos de libertad que vienen de Francia,
Oigo al batelero, con su voz musical, recitar antiguos
poemas,
Oigo las langostas de Siria al arrasar bajo el aluvión de
tus terribles nubes las cosechas y los herbajes,
Oigo el plañir del copto al sol poniente, cayendo melan-
cólicamente
en la sombra de la madre vasta y venerable del
Nilo,
Oigo el cantar del bracero mexicano y las campanillas de
su mula
Oigo al almuédano árabe llamar a los fieles desde lo alto-
de la mezquita,
Oigo a los sacerdotes cristianos en los altares de sus
iglesias,
Oigo al bajo y a la soprano que les contestan,
Oigo el grito de los cosacos y la voz del marino que zarpa
en Okhortsk,
Oigo las silbantes respiraciones del rebaño de esclavos en
marcha, los rudos camaradas desfilando de a dos y de a tres,
encadenados unos con otros por los tobillos y las muñecas,
Oigo al hebreo leyendo sus salmos y sus anales,
Oigo los armoniosos mitos de los griegos y las férreas le-
yendas de los romanos,
Oigo la historia de la vida divina y de la muerte sangrien-
ta del bello Dios Cristo,
Oigo la hindú enseñar a su alumno favorito los amores,
las guerras, los precepto extraídos de los poetas que escri-
bieron hace más de tres mil años y transmitidos integral-
mente hasta nuestros dís,
¿Qué ves, Walt Whitman?
¿Quiénes son esos a quienes saludos y que uno tras otro te
saludan?
Veo una grande y redonda maravilla que rueda a través
del espacio,
Veo, minúsculos, granjas, caseríos, ruinas, cementerios,
prisiones, usinas, palacios, barracones, chozas de bárbaros,
tiendas de nómadas, esparcidos por la superficie;
Veo de un lado la zona obscura donde yacen los que duer-
men, y del lado otro la zona iluminada por el sol,
Veo los curiosos y rápidos contrastes de la luz y de la
sombra,
Veo países remotos tan reales y tan próximos para sus ha-
bitantes como el mío lo es para mí.
Veo abundantes aguas,
Veo las cumbres de las montañas, la cordillera de los
Andes,
Veo distintamente los Himalayas, los Thian-Chan, los
Altais, los Ghattes.
Veo las cumbres gigantes de Elbrour, de Kasbek y de Ba-
zardionzi,
Veo los Alpes Stisianos y los Alpes Cárnicos,
Veo los Pirineos, los Balkanes, los Cárpatos, y hacia el
Norte los Dovrefjeld y en alta mar el monte Heda,
Veo el Vesubio y el Etna, los montes de la Luna y las Mon-
tañas
Rojas de Madagascar,
Veo los desiertos de Libia, de Arabia y de Asia,
Veo los enormes y temibles icebergs del océanos Antártico
y del Artico,
Veo los océanos superiores y los océanos inferiores, el
Atlántico y el Pacífico, el golfo de Méjico, el mar de Brasil
y el mar de Perú,
Las aguas que bañan el Indostán, el mar de China y el
golfo de Guinea,
Las aguas de ciñen el Japón, la espléndida bahía de Na-
gasaki, rodeada de montañas,
La amplitud de los mares Bálticos, del golfo de Bothnia,
las riberas británicas y el golfo de Gascuña,
El Mediterráneo de claros soles y sus islas,
El mar Caspio y el mar de Groenlandia.
Percibo todos los marineros del mundo,
Unos azotados por las tempestades, otros haciendo sus
guardias nocturnas,
Algunos arrastrados por las corrientes, otros infectados de
enfermedades contagiosas.
Distingo todos los veleros y los vapores de los mares, unos
aglomerados en los puertos, otros en plena travesía,
Los hay que doblan el cabo de las Tormentas, otros el cabo
Verde, otros los cabos Guardafay, Bon y Bojador,
Otros costean el extremo de Dondrah, el estrecho de la
Sonda, el cabo Lopatka y el estrecho de Behring,
Otros doblan el cabo de Hornos, surcan el golfo de Méjico,
avanzan a la vera de Cuba y de Haiti por la bahía de Hudson
la bahía de Baffin,
Otros recorren el estrecho de Calais, otros penetran en el
golfo de Wash, en el golfo Solwray, otros costean el cabo
Cleor y el cabo Land's End,
Otros atraviesan el Escalda,
Otros vienen y van por Gibraltar o los Dardanelos,
Algunos continúan inflexiblemente su derrotero a través
de los témpanos del Norte,
Otros bajan o remontan el Obi o el Lena,
Otros surcan el Níger y el Congo, otros el Indus, el Brah-
maputra y el Mekong,
Otros aguardan con los fuegos encendidos, fruta para el
viaje en los puertos de Australia,
Aguardan en Liverpool, en Glásgow, Dublin, Marsella,
Lisbos, Nápoles, Hamburgo, Bremen, Burdeos y Copenhague,
Aguardan en Valparaíso en Río de Janeiro, en Buenos
Aires, en Montevideo, en Panamá.
Distingo los rieles de las vías férreas del mundo,
Veo los de Inglaterra y los del resto de Europa,
Veo los de Asia y los de Africa.
Veo los telégrafos eléctronicos de la tierra,
Veo los hilos por donde se transmite las nuevas de las
guerras, de las muertes, de las pérdidas, de las ganancias y
de las emociones de mi raza.
Veo las largas cintas de los ríos del mundo,
Veo el Amazonas, el Paraguay, el Plata,
Veo los cuatro grades ríos de la China, el Amor, el Ama-
rillo, el Yang-tsé-kiang y el Si-kiang,
Veo los parajas que recorre el Sena, los del Danubio, los
del Loira, del Ródano y los del Guadalquivir,
Veo las sinuosidades del Volga, del Dnieper, del Oder,
Veo al toscano recorrer el Arno y al veneciano seguir el
curso del Po,
Veo al marino griego abandonar la bahía de Egiria.
Veo los dominios del antiguo imperio de Asiria, los de
Persia y los de la India;
Veo la caída del Ganges en lo alto de Sankora,
Veo los parajes donde, tas sucesivas transformaciones, la
idea de divinidad hase encarnado en formas humanas,
Veo los parajes en los cuales se han ido sucediendo todos
los sacerdotes de la historia; augures, sacrificadores, brac-
manes, sabios, lamas, mjes, muftís, predicadores,
Veo los bosques de Mona, caros a los druidas con sus muér-
dagos y sus verbenas,
Veo los templos donde yacen los cuerpos de los dioses
muertos, veo los más arcaicos símbolos.
Veo al Cristo comer el pan de la Cena en medio de jóvenes
y de ancianos,
Veo los parajes donde el fuerte y divino Hércules trabajó
incansablemente y donde luego mueriera,
Veo los países, testigos de la ópima e inocente vida y del
desdichado destino del hijo nocturno, del espléndido y esta-
tuario Baco,
Veo al florecido Knept, vestido de azul, con su corona de
plumas en la cabeza,
Veo al irreprochable, al bien amado Hermes diciendo al
pueblo en su agonía: No lloréis por mi,
Esta no es mi verdadera patria, he vivido desterrado lejos
de ella, ahora retorno a su seno,
Vuelvo a la celeste esfera donde cada uno de vosotros re-
tornará
a su tiempo.
Distingo todos los campos de batalla de la tierra: en ellos
germinan las hierbas, las flores y el trigo;
Veo los caminos seguidos por las invasiones antiguas y por
las modernas expediciones.
Veo innumerables monumentos sin leyendas; mensajes
venerables de los acontecimientos y de los héroes; restos de
los anales desconocidos de la tierra.
Veo el país de los Sagas,
Distingo los abetos y los pinos retorcidos por las tormen-
tas de nieve;
Los bloques de granito y las escarpadas riberas, los ver-
des prados y los lagos,
Veo los dólmenes funerarios de los guerreros escandi-
navos,
Sus altas moles de piedras a orillas del océano eternamen-
te agitado, para que los espíritus de los muertos, hartos de la
inmovilidad tumbal, puedan abandonando su encierro con-
templar las galopantes ondas y saturarse de huracanes, de
inmensidad, de libertad y de agitación.
Veo las estepas de Asia,
Veo los túmulos de Mongolia, las tiendas de los Kalmuros
y de los Baskiros,
Veo las tribus nómadas con sus tropas de bueyes y de
vacas,
Veo las planicies surcadas de despeñaderos, veo las selvas
y los desiertos,
Veo el camello, el caballo salvaje, la avutarda, la oveja
de ancha cola, el antílope y el lobo que acecha.
Veo las tierras altas de Abisinia,
Veo pacer rebaños de cabras, veo las higueras, los tamarin-
dos, los datileros,
Veo los campos de trébol y las extensiones de esmeralda y
de oro.
Veo al boyero brasileño,
Veo al boliviano que escala el Sorata,
Veo el gaucho recorrer las pampas maravilloso caballero
revolveando el lazo,
Véole galopar detrás de las bestias salvajes, para sacarles
el cuero.
Veo las regiones de la nieve y del hielo,
Veo al samoyedo y al finlandés de penetrantes miradas,
Veo al pescador de focas afirmando la lanza desde su barca,
Veo al siberiano en su rando trineo arrastrado por perros,
Veo a los cazadores de marsoplas, veo los balleneros del
Sur del Pacífico y los del Norte del Atlántico,
Veo las rocas de los precipicios, los glaciares, los torrentes,
y los valles de Suiza, observod los largos inviernos y las sole-
dades.
Veo las grandes capitales de la tierra, y me hago ciudadano
ora de unas, ora de otras,
Soy un verdadero parisiense,
Soy un habitante de Viena, de San Petersburgo, de Berlín,
de Constantinopla,
Soy de Adelaida, de Sidney, de Melbourne,
Soy de Londres, de Mánchester, de Brístol, de Edimburgo,
de Limerick,
Soy de Madrid, de Cadíz, de Barcelona, de Oporto, de Lyón,
de Bruselas, de Berna, de Francfort, de Stutgard, de Turín,
de Florencia,
Formo parte de Moscou, Cracovia, Varsovie, de Cristianía,
ó de Stockolmo, o de Iskoutsk en Siberia, o de alguna calle
de Irlanda,
Descendiendo en todas esas ciudades, luego me elevo y
prosigo mi vuelo.
Veo las ciudades africanas y las asiáticas,
Argelia, Trípoli, Derna, Mogador, Tombouctou, Monzorvia,
Veo las hormigueantes multitudes de Pekín, Cantón, Be-
narés, Delhi, Calcuta, Tokío,
Veo al kóumano en su choza y al dahomeyano en la suya,
Veo al turco fumando opio en Alepo,
Veo las multitudes pintorescas de las ferias de Khiva y las
de Heral,
Veo Teherán, Mascate, y Medina, los arenales que las se-
paran y las caravanas que caminan penosamente,
Veo a Egipto y a los egipcios, veo las pirámides y los obe-
liscos.
Distingo las historias escritas son tijeras de piedra, los
anales de los conquistadores y de las dinastías, grabados en
tabillas de asperón o en bloques de granito,
Veo las necrópolis subterráneas de Mentis con sus momias
embalsamadas y envueltas en sus sudarios, acostadas allí mi-
llares de años ha.
Contemplo al decaído tebano, sus ojos de anchas pupilas,
su cuello inclinado, sus manos cruzadas sobre los pectorales.
Veo la labor de todos lo parias de la tierra,
Veo a todos los prisioneros en sus prisiones,
Veo las procesiones de los seres defectuosos,
Los ciegos, los sordomudos, los cretinos, los jorobados, los
locos,
Los ladrones, los piratas, los asesinos, los traidores, los
negreros de la tierra,
Los huerfanillos, los viejos y las viejas abandonadas.
Por todos lados veo hombres y mujeres,
Veo la límpida fraternidad de los filósofos,
Veo las intuiciones geniales de mi raza,
Veo las cosechas de la perseverancia y de la industria de
mi raza,
Veo los escalones y los colores, la barbarie, y la civili-
zación.
Lo veo todo y en todo me mezclo indistintamente,
Y envío mi saludo a todos los moradores de la tierra.
¡Vosotros quienquiera seáis!
¡Vos, hija o hijo de Inglaterra!
¡Vosotros de los potentes pueblos eslavos y de sus im-
perios!
¡Vosotros rusos de Rusia!
¡Vosotros africanos de obscura ascendencia, de piel negra
y de alma divina, grandes de hermosas cabezas, formas nobles
y espléndido destino, en igualdad conmigo!
¡Vosotros noruegos! ¡suecos! ¡daneses! ¡irlandeses! ¡vos-
otros prusianos!
¡Vosotros españoles de España! ¡Vosotros portugueses!
¡Vosotros francesas y francesas de Francia!
¡Vosotros belgas! ¡Vosotros de los Países Bajos, amantes
de la Libertad! (¡Vosotros de cuya raza he nacido yo!)
¡Vosotros sólidos austriacos! ¡Vosotros lombardos! ¡bohe-
mios! ¡aldeanos de Hungría!
¡Vosotros ribereños del Danubio! ¡Obreros del Rhin, del
Elba, del Weser! ¡Vosotros también, obreros!
¡Vosotros sardo! ¡bávaros! ¡suavos! ¡sajones! ¡valcos! ¡búl
garos!
¡Vosotros romanos! ¡napolitanos! ¡griegos!
¡Vosotros ágiles toreros de Sevilla!
¡Vosotros libérrimos montañeses del Taurus y del Cáucaso!
¡Vosotros búkaros, pastores de caballos, guardianes de
jumentos y de sementales!
¡Vosotros persas de cuerpos admirables, jinetes centáuri
cos que flecháis a la carrera!
¡Vosotros chinos y chinas de China! ¡Vosotros tártaros de
Tartaria!
¡Vosotros mujeres de la gleba, esclavas de vuestras faenas!
¡Vosotros judíos que peregrináis hasta vuestra vejez por
todas las tierras, para hollar un día la de Palestina!
¡Vosotros los demás judíos de todas las naciones, que aguar-
dáis
vuestos Mesías!
¡Vosotros armenios que ensoñáis a la orilla de una curva
de Eufrates! ¡Vosotros los que pasáis las miradas entre las
ruinas de Nínive! ¡Vosotros que escaláis el monte Ararat!
¡Vosotros peregrinos de rotos pies que saludáis los mina-
retes de la Meca brillando en la lejanía!
¡Vosotros padres y abuelos, que de Suez a Bab-el-Mandeb,
gobernáis familias y tribus!
¡Vosotros que recogéis las olivas y cultiváis los campos de
Nazareth, de Damasco o del Tiberíades!
¡Vosotros japoneses y japonesas! ¡Vosotros los que vivía
en Madagascar, Ceylán, Sumatra, Borneo!
Todos vosotros los de Asia, de Africa, de Europa, de Aus-
tralia, ¡poco importa la latitud!
¡Vosotros todos, dispersados en las islas innumerables de
los archipiélagos del mar!
¡Y vosotros, los de los futuros siglos cuando me leáis!
¡Y vosotros, cada uno de vosotros, en todos los lugares que
no concreto, pero incluyo!
¡Salud a todos! ¡Recibid mis amistades y las de América!
Cada ser es inevitable,
Cada uno de nosotros es ilimitado, cada cual posee sus
derechos de hombre o de mujer sobre la tierra,
Cada uno participa de los designios eternos de la tierra,
¡Cada uno de nosotros está aquí de una manera tan divina
como la del mejor!
¡Vosotros hotentotes, con el claques de vuestro paladar!
¡Vosotros hordas de lanosa caballera!
¡Vosotros dominados por amos o caciques, que destiláis go-
tas de sudor, gotas de sangre!
¡Vosotros formas humanas, que tenéis la insondable y asom-
brosa fisonomía de las bestias!
¡Vosotros porbres koboos, de balbuceo y mente vacilantes,
compadecidos por las especies más míseras!
¡Vosotros enanos de Kamtchatska, de Groenlandia, de
Laponia!
¡Vosotros negros australes, desnudos, rojos, pintarrajea-
dos de labios gruesos, que os arrastráis como reptiles!
¡Vosotros cafres, bereberes, sudaneses!
¡Vosotros beduínos soberbios, extraños, ignorantes!
¡Vosotros enjambres pestíferos de Madras, Nankín, Caboul
y el Cairo!
¡Vosotros vagabundos del Amazonas, patagones! ¡Indíge-
nas de Fidji!
Yo no antepongo los demás a vosotros, no profiero una
sola palabra contra vosotros, por más que yazgáis semicul-
tos en tales lejanías
(Yo sé que cuando suene la hora avanzaréis para colocaros
á mis lados.)
Mi espíritu ha recorrido la tierra, con fortaleza y huma-
nidad,
Ha buscado iguales y amigos, y los ha encontrado igual-
mente dispuestos en todas las tierras;
¡Creo que alguna divina concordancia me iguala a ellos!
Vapores de los mares, yo he zarpado con vosotros hacia los
continentes lejanos; he anclado en los puertos y bajado a las
ciudades;
También creo haber soplado con vosotras, ¡oh vientos!
Creo haber acariciado las riberas con vosotros, ¡oh aguas!
Creo haberme cernido en los aires y penetrado en todos los
estrechos del globo,
Creo haber recorrido las penínsulas y escalado los más
altos acantilados para exclamar desde cada uno de ellos:
—¡Salud al mundo!
En toda cuidad, en la que penetran la luz y el calor, yo tam-
bién
penetro,
Toda isla hacia la cual vuelan las aves, yo también vuelo
hacia ella.
En nombre de América, para todos vosotros,
Levanto perpendicularmente mi diestra,
Hago el sublime, inmortal Ademán
Para todos los hogares y las viviendas humanas.
Atravesé antaño una cuidad populosa...
Atravesé antaño una cuidad populosa, imprimiendo en mi
cerebro, para recordarlas más tarde, sus curiosidades, sus mo-
numentos, sus costumbres, sus tradiciones,
A pesar de ellos, ahora sólo recuerdo una mujer encontrada
allí por azar, que me retuvo porque me amaba;
Día tras día y noche tras noche estábamos juntos; todo lo
demás hace tiempo ha desaparecido de mi memoria;
Sólo recuerdo aquella mujer que se enamoró apasionada-
mente de mi,
De nuevo erramos juntos, nos amamos, nos despedimos,
De nuevo me retiene entre sus brazos, no queriendo dejar-
me partir;
Todavía la veo, de pie, contra mi pecho, con sus labios
mudos, temblorosa, desolada.
Camino de las Indias Orientales
¡El canal que conduzca más allá de las Indias!
¡Oh alma mía! ¿Tus alas son bastante fuertes para vuelos
tan lejanos?
¿Has sido hecha para travesías como estas?
¿Eres capaz de bogar por aguas tan ignotas?
¿Puedes hundir tu sonda más allá de donde la han hundido
el sanscrito y los Vedas?
¡Si es así, no refrenes tus ímpetus!
El canal que conduzca a vuestras riberas, ¡oh viejos y alta-
neros enigmas!
El canal que haga posible descubriros a fondo,
¡Oh riberas sembradas de restos de esqueletos de los que
en vida no pudieron abordaros!
¡El canal que conduzca más allá de las Indias!
¡Oh secreto de la tierra y del cielo!
¡De vosotras, ondas del mar, ríos y riberas sinuosas!
¡De vosotros, campos y bosques! ¡De vosotras, potentes
montañas de la tierra!
El canal que conduzca más allá de vosotras,¡oh praderas
y rocas grises!
¡Oh púrpruas matinales! ¡Oh nubes! ¡Oh lluvias y nieves!
¡Oh días y noches!
¡El canal hacía vosotros, Sirio y Júpiter!
¡Hacia todos vosotros, astros del misterio!
¡Oh partir, ensegnida! ¡Sólo pensarlo hace arder mi sangre!
¡En marcha, alma mía! ¡Leva anclas al instante!
¡Corta las amarras—despliega tu velamen!
Demasiado tiempo hemos yacido aquí como árboles arrai-
gados a la tierra.
emasiado tiempo hemos rampado aquí, comiendo y be-
biendo como bestias,
Hace demasiado tiempo que nos entenebrecemos y nos idio-
tizamos sobre las páginas de los libros.
Navega, navega por las aguas más profundas,
Que la audacia te guíe—yo contigo y tú conmigo—,
Ahora que vamos hacia regiones que ningún marino ha
osado surcar todavía,
Ahora que arriesgamos la nave, y nosotros, y todo.
¡Oh valiente alma mía!
¡Oh más lejos, más lejos todavía!
¡Oh dicha temeraria y resplandeciente de fe!
¿Acaso no son de Dios todos los mares?
¡Oh navega más allá, más allá aún, siempre más allá!
La plegaria de Colón
Anciano náufrago, anciano arruinado,
Perdido en esta costa salvaje, lejos, muy lejos del país,
Bloqueado por el mar y por negras cumbres enemigas
Desde hace dos tristes meses,
Rendido de fatiga, de angustia, a punto de morir,
Recorro las costas de la isla
Desahogando las amarguras de mi corazón.
¡Me abruma demasiado dolor!
¡Acaso no viviré más de un día!
No puedo hallar reposo. ¡Dios mío! No puedo comer, ni
beber, ni dormir,
Antes de haber elevado a Ti mi plegaria y mi ser,
Antes de haber respirado y haberme bañado en tu gracia,
Antes de haberme confesado una vez más a Ti.
Conoces todos los años los años de mi vida,
Mi larga vida de constante labor, no de pura adoración;
Conoces las plegarias y las veladas de mi juventud,
Conoces las meditaciones visionarias y solemnes de mi
madurez,
Sabes que siempre, antes de emprender cualquiera empresa
te consagraba la intención y los resultados,
Sabes la constancia de mis votos, la fidelidad de mi culto,
Sabes que nunca perdí la fe ni la esperazna en Ti,
Encarcelado, aherrojado, caédo en desgracia, nunca mur-
muré,
Todo lo acepté como si emanara de Ti, como viniedo con
razón de Ti.
Todas mis empresas las abordé religiosamente henchido
de Ti,
Mis cálculos y mis planes los realicé pensando en Ti,
Recorrí las tierras y los mares para publicar tu gloria.
Si fueron mías las intenciones, los designios y las ímpetus,
tuyos fueron los resultados,
Estoy seguro que mis impuslos emanaban de Ti;
Aquel ardor irresistible, aquella voluntad interior más po-
tente que las palabras.
Aquellos angurios celestes ue me cuchicheabas hasta en
sueños,
Aquellos ímpetus que me empujaban adelante.
Gracias a ellos y a mí, la Empresa fué,
Gracias a mí, los viejos y desbordantes países pudieron
expandirse,
Gracias a mí, los hemisferios fueron explorados y unidos,
lo desconocido incorporado a lo conocido.
El fruto de mi Empresa, que yo no veré madurar, es todo
tuyo,
Grande o pequeño—lo ignoro—acaso tan vasto como estas
tierras, tan vasto como estos países,
Acaso las innumerables alimañas humanas, los seres gro-
seros que conozco,
Traplantados aquí, podrán elevarse a una nobleza y á
una cultura dignos de Ti,
Acaso las espadas que conozco podrán ser aquí fundidas y
trocadas en útiles civilizadores,
¡Quizá la Cruz reseca que conozco, la Cruz muerta de Eu-
ropa, aquí podrá reflorecer y fructicar de nuevo!
¡Un esfuerzo más! ¡Este arenal desierto será mi altar!
¡Dios mío! tú has iluminado mi vida
Con un rayo de luz inefable, continuo
—Luz indecible y preciosa que iluminaba la luz misma—,
Más allá de los signos, de la descripciones y de los
idiomas;
Por todo ello, ¡oh Dios! permite que aquí, de rodillas,
viejo, pobre, paralítico, con supremas palabras te solloce:
—¡Gracias, señor!
La nubes se ciernen sobre mí,
Mis manos y mis miembros se entumecen,
Mi atormentado cerebro se extravía;
Mas aunque mi cuerpo se deshaga en pedazos,
¡Yo no quiero disociarme!
Me enlazaré estrechamente a Ti, ¡oh Dios!
Aunque las olas me rechacen;
¡Me abismaré en Ti, en Ti, a quien conozco!
¿Qué es lo que ahora anuncio? ¿La intuición del profeta ó
las fantasmagorías de un delirante?
¿Qué sé de la vida? ¿Qué sé de mí mismo?
Nada sé, nada conozco de mi labor pasada o actual,
Sombras cambiantes pasan ante mis ojos,
Visiones de mundos nuevos y mejores, con sus partos y
sus cosechas,
Visiones imprecisas que me turban y parecen burlarse
de mí.
¿Qué significaron estas cosas insólitas?
¿Qué manos divinas desvendan mis ojos en pleno milagro?
¿Qué son esas formas umbroasas que pueblan los aires y me
sonríen?
¿Y esas flotas con banderas de todos los pueblos que avan
zan hacia aquí?
¿Y esos himnos que me saludan en lenguas desconocidas?
Os he oído, suaves y solemnes armonías del órgano
Os he oído, suaves y solemnes armonías del órgano, el
domingo último al pasar por la mañana frente a la iglesia,
Vientos de otoño, he oído vuestros largos y desolados sus-
piros al atravesar los bosques al anochecer,
He oído en la ópera los cantos del tenor italiano y los de
la soprano en mitad de un cuarteto;
¡Corazón de mi amada! También te he oído a ti cantar
como a la sordina a través de uno de sus brazos posados deba-
jo de mi cabeza;
¡Anoche, cuando todo yacía en silencio, cantaban en mi
oído las campanillas de su latir!
Juventud, mediodía, vejez y noche
Juventud amplia, robusta, amorosa, juventud llena de gra-
cia, de fuerza, de fascinación,
¿Ignoras que la vejez puede seguir tus huellas con tanta
gracia, fuerza y fascinación como tú?
Día pleno y espléndido, día de sol, de la acción, de la am-
bición, de la risa inmensa,
La noche te sigue de cerca con sus millones de soles y su
sueño y sus reconfortantes tinieblas.
Solitario pájaro de las nieves
(¡Más allá de los ochenta y tres grados—hacia del Norte—el
explorador Greely oyó el canto de un solitario pájaro de las
nieves, resonando en la soledad.)
Llenando mi garganta con igual alegría, con esa alegría
venida de las frías y desnudas regiones árticas,
¡Imitaré tu ejemplo, pájaro solitario!
Yo también celebraré gozosamente las sábanas de nieve
arrasadas de lágrimas de frío,
El frío más glacial, el que ahora me asalta
—Un pulso agónico, un cerebro sin vida—,
La vejez bloqueada por invernales neveras (fría, fría, ¡oh
cuán fría!)
Estos cabellos blancos, estos brazos trémulos, estos pies
helados.
Para afrontar y embellecer mi invierno polar, acepto tu
fe y cumplo tu ley;
La grabo en mi corazón hasta el último Adiós,
No solamente exalto los zonas estivales, los poemas de la
juventud o las cálidas corrientes del mediodía,
Aunque bloqueado por perezosos témpanos nórdicos, abru-
mado bajo el nevar de los años,
Con corazón alegre en tono estos cantos.
Grave y titubeando
Grave y titubeando
Escribo estas palabras: Los muertos,
Pues los muertos están vivos
(Quizá son los únicos vivos, los únicos reales,
Y yo la aparición, yo el fantasma.)
Mirando labrar
Mirando al labrador labrar,
O al sembrador sembrar los campos, o al segador segar,
También he reconocido en ellos, ¡oh vida y muerte! vues-
tros símbolos.
(La vida, sí, la vida es la siembra, y la muerte la cosecha,
según los que se fué.)
De los «Cantos de Adiós»
Camarada, esto que tienes entre las manos no es un libro;
Quien vuelve sus hojas, toca un hombre.
(¿Es de noche? ¿Estamos solos los dos?)
Soy yo el que os abraza y a quien abrazáis,
Salto de las páginas a vuestros brazos, la muerte es la que
me envía.
Amigo querido, quienquiera que seáis, recibid un ósculo,
Os lo doy especialmente a vos, no me olvidéis;
Me siento como alguien que, concluída su jornada, reposa
un instante;
Ahora sufro una de mis numerosas transformaciones, paso
por uno de mis infinitos «avatares»;
Una esfera desconocida, más real y directa de los que yo
mismo imaginara, guía mis pasos,
—Adiós!
¡Acordaos de mis palabras, pudiera ser que yo tornara de
nuevo1.
Os amo aunque me aleje de la materia,
¡Y sea ya como un ser incorpóreo, triunfante, muerto!
FIN
Es la idea del Retorno, clave cardinal de la Teosofía—idea multimilenaria—que F. Nietzsche creía haber pensado antes que nadie.—(A.V.)
INDICE
|
Págs. |
Dedicatoria. . . . . . . . . . . . . . . |
V |
Prólogo. . . . . . . . . . . . . . . . . . |
VII |
Detrás de todo Adiós. . . . . . . . . . . |
XIII |
En el mar, sobre las naves. . . . . . . . . . . . |
15 |
A una locomotora. . . . . . . . . . . . . . |
16 |
Chispas emergidas de la rueda. . . . . . . . . . |
17 |
Desbordante de vida, ahora. . . . . . . . . . |
18 |
Canto de la vía pública. . . . . . . . . . . . |
19 |
Ciudad de orgías. . . . . . . . . . . . . . |
30 |
El himno que canto. . . . . . . . . . . . . |
31 |
Una marcha en las filas. . . . . . . . . . . . . |
31 |
Apartando con las manos la hierba de las praderas. . . |
32 |
Ciudad de los navíos. . . . . . . . . . . . . |
33 |
En las praderas. . . . . . . . . . . . . . |
34 |
A ti, vieja causa. . . . . . . . . . . . . . |
35 |
Imperturbable. . . . . . . . . . . . . . . |
36 |
Una extraña velada trascurrida en un campo de batalla. . . . . . . . . . . . . . . . . . |
37 |
Un roble en la Luisiana. . . . . . . . . . . . |
38 |
Pensamiento. . . . . . . . . . . . . . . . |
39 |
Silenciosa y paciente, una araña. . . . . . . . . |
40 |
Cuadro. . . . . . . . . . . . . . . . . . |
40 |
Este polvo fue antaño un hombre. . . . . . . . . |
41 |
A los Estados. . . . . . . . . . . . . . . |
41 |
España (1873-1874). . . . . . . . . . . . . . |
41 |
A un historiador. . . . . . . . . . . . . . |
42 |
La Morgue. . . . . . . . . . . . . . . . |
43 |
Como meditaba en silencio. . . . . . . . . . . |
44 |
¡Oh capitán! ¡Mi capitán!. . . . . . . . . . . |
45 |
Allá a lo lejos.... . . . . . . . . . . . . . . |
46 |
|
Págs. |
Dadme vuestro espléndido sol. . . . . . . . . . |
47 |
Hijos de Adam. . . . . . . . . . . . . . . |
49 |
Canto de la bandera, al amanecer. . . . . . . . . |
50 |
¡Pioners! ¡Oh pioners!. . . . . . . . . . . . |
57 |
Imágenes. . . . . . . , . . . . . . . . . |
62 |
Pensamientos. . . . . . . . . . . . . . . |
65 |
Hacia el Edén. . . . . . . . . . . . . . . |
66 |
Excelsior. . . . . . . . . . . . . . . . . |
69 |
A Uno que fué crucificado. . . . . . . . . . . |
70 |
Del canto de mí mismo. . . . . . . . . . . . |
71 |
Canto del hacha. . . . . . . . . . . . . . . |
101 |
Mira tú que reinas victoriosa. . . . . . . . . . |
113 |
A un burgués. . . . . . . . . . . . . . . |
114 |
Año que tiemblas y vacilas ante mí. . . . . . . . |
114 |
Canto del Poeta. . . . . . . . . . . . . . . |
115 |
Inscripción para una tumba. . . . . . . . . . |
120 |
Segunda Parte. |
Canto de la Exposición. . . . . . . . . . . . |
123 |
El enigma. . . . . . . . . . . . . . . . . |
134 |
A un extranjero. . . . . . . . . . . . . . |
135 |
La duda terrible de las apariencias. . . . . . . . |
136 |
Del canto al Presidente Lincoln. . . . . . . . . |
137 |
La canción de la Muerte. . . . . . . . . . . . |
139 |
A cierta cantante. . . . . . . . . . . . . . |
140 |
De lo más hondo de las gargantas del Dakota. . . . |
141 |
Del mediodía a la noche estrellada. . . . . . . . |
142 |
Iniciadores. . . . . . . . . . . . . . . . |
144 |
¡Jonnondio!. . . . . . . . . . . . . . . |
144 |
Los Estados Unidos a los críticos del Viejo Mundo. . . |
145 |
Hacia alguna parte. . . . . . . . . . . . . . |
145 |
Media noche. . . . . . . . . . . . . . . . |
146 |
Espíritu que has plasmado esta naturaleza. . . . . |
146 |
La abuela del Poeta. . . . . . . . . . . . . |
147 |
La Etiopía saludando a la bandera. . . . . . . . |
148 |
Luna hermosa. . . . . . . . . . . . . . . |
149 |
Reconciliación. . . . . . . . . . . . . . . |
149 |
Cuando estaba a tu lado. . . . . . . . . . . . |
150 |
¡Oh estrella de la Francia!. . . . . . . . . . . |
151 |
Paises sin nombre. . . . . . . . . . . . . . |
153 |
Un espectáculo en el campo. . . . . . . . . . . |
155 |
La cantante en la prisión. . . . . . . . . . . |
156 |
Orillas del Ontario azul. . . . . . . . . . . . |
158 |
A un revolucionario europeo vencido. . . . . . . |
175 |
|
Págs. |
Canto del Sequoia. . . . . . . . . . . . . . |
177 |
Europa. . . . . . . . . . . . . . . . . . |
182 |
Una hora de alegría y de locura. . . . . . . . . |
184 |
Canto el cuerpo eléctrico. . . . . . . . . . . . |
186 |
Poetas venideros. . . . . . . . . . . . . . |
193 |
Cuando leí el libro. . . . . . . . . . . . . . |
194 |
Un canto de alegrías. . . . . . . . . . . . . |
194 |
Saludo mundial. . . . . . . . . . . . . . . |
202 |
Atravesé antaño una ciudad populosa. . . . . . . |
213 |
Camino de las Indias orientales. . . . . . . . . |
213 |
La plegaria de Colón. . . . . . . . . . . . . . |
215 |
Os he oído, suaves y solemnes armonías del órgano. . |
217 |
Juventud, mediodía, vejez y noche. . . . . . . . |
218 |
Solitario pájaro de las nieves. . . . . . . . . . |
218 |
Grave y titubeando. . . . . . . . . . . . . |
219 |
Mirando labrar. . . . . . . . . . . . . . . |
219 |
De los Cantos de Adiós. . . . . . . . . . . . |
220 |
Notes: